En Zona

martes, 21 de junio de 2011

Un domingo apacible


 una mirada desde la alcantarilla / puede ser una visión del mundo / la rebelión consiste en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos” (Alejandra Pizarnik).


A veces ocurre. Un domingo casi de película, que cuando llegue el momento del recuerdo lo pille a uno memorando domingos como la gente. Cielo limpio, brisa cálida y la sensación de eternidad casi grandilocuente. Mejor dicho como decía González Tuñón: "un cielo de banderas..". Entonces un domingo como los de antes, como los mejores domingos.
Entonces andando por las callecitas de Madrid, a veces suele ocurrir, que esa coincidencia de bienestar se encuentra con otra exigencia, con la vida misma, agitando banderas y voces. Confluyendo en columnas desde diferentes sitios de una ciudad que se llama, por ahora, Madrid.
Entonces, uno sale de su madriguera. Mira, pregunta y se maravilla. Se desempolva, comienza a estirarse. De poco las telarañas que la vida había ido tejiendo con paciencia en torno nuestro, comienzan a negarse a ser lo que fueron dentro de cierta corrección o con ganas de ya no ser.
No es la revolución me digo mientras camino acompañando a esta irreverencia que quiere competir con banqueros, empresarios y políticos que han hecho demasiado estropicio desde, por poner una fecha, siempre y con extrema disciplina y abnegado amor. Es que la lucha de clases, ahora lo sabemos, siempre la hicieron ellos y no nosotros.
No, no es la revolución. Todavía. 
La crisis tiene por efecto hacer conscientes, ahora, a los pueblos desarrollados. Que ellos, al igual que los demás pueblos que habitan este mundo son, somos víctimas de un sistema que nos somete, a unos y otros, a una explotación abierta, brutal, descarada y abierta y que lo que llamamos suavemente democracia es ni más ni menos una dictadura de la oligarquía financiera que desde siempre es incompatible con la democracia real.
Hago un punto. 
Tomo un respiro. Lo dije y me quedo pensando en lo dicho.El presidente del BBVA, de nombre Francisco González se conforma con ganar solamente ocho millones de euros este año, mientras que su compañerito, el del Santander, no quiere bajar de sus trece millones de la misma moneda, por los esfuerzos realizados en el último año en pos de la protección de sus "ahorristas". Pienso, mientras dejo que el sol me caliente los huesos.
Una cosa parece ser cierta. Los condenados de la tierra han puesto en pie de lucha, algo que los dueños de la tierra ni siquiera soñaban. El comienzo de algo. El inicio de un gesto que asombra y que genera miedos y denuncias de la prensa seria, de los políticos profesionales, de empresarios que piden mayor flexibilidad laboral. En fin de los mismos delincuentes de siempre.
Un domingo como reflexión. No está nada mal. 200.000 personas en toda España. Sacudiendo el polvo de las cenizas del reino, anunciando que el próximo paso es una huelga general.
Entonces a uno, a mí, le cosquillea el alma. Se le hace perpetua la sonrisa. Son solo condiciones necesarias, no suficientes, pero necesarias, pienso. Me descubro compartiendo una jornada con mi camisa blanca. Siguiendo los pasos de otros enamorados, testificando las ganas del revuelo. Imaginado un espacio de provenir. Bailando por el recuerdo de nombres que me vienen a visitar en cada alegría.
Pienso.
El fraude es palpable. De éste, los principales cómplices, son aquellos que desde sus puestos nos hicieron creer que esto era una democracia. Periodistas, políticos, curas y demás malas hierbas, que entre gallos y medianoches decretaron que había que preservar la riqueza de los ricos y el poderío de los poderosos. Vaya cuestiones que se me ocurren un domingo apacible por las calles de Madrid.
Una cosa es cierta. Esto crece. Ahora quieren extirpar Grecia como un mal peligroso, después vendrán por el resto. Por eso el pacto del euro y sus recortes, son el anuncio del alboroto que se viene. Lo cierto es para mí, que los de abajo no quieren y los de arriba ya casi no pueden. Por eso como decían en mi barrio: ¡Arriba de los de abajo! y a otra cosa mariposa.



jueves, 16 de junio de 2011

Día de recuerdos

 Debe hacer por lo menos, muchos pero muchos años que descubrí este disco. Fue de casualidad, como siempre ocurren los amores eternos. Lo recibí de regalo y no me gustó nada. Tenía 15, 16 años. No me gustó el sonido, venía deslumbrado con otros sonidos, con otras cadencias, otros dichos.
No lo entendí. Me pareció demasiado intelectual, demasiado frío, distante a las urgencias que por aquellos comenzaban a picarme, a picarle a la gente.
Lo escuché un par de veces y lo dejé. John Coltrane no era la revolución ni la respuesta a nada para mí por ese entonces. Era una complicación demasiado elaborada para mí.
Hoy.
Se que la persona que me lo regaló en ese momento, sabía. Sabía demasiado sobre los remedios necesarios para curar el alma, para cicatrizar ciertas heridas y calmar ciertos vientos que soplaban desde los cuatro puntos cardinales de esa vida que por entonces, nos retrataba a muchos.
Ahora que lo pienso.
Coltrane estuvo siempre ahí a mano. Cuando vino la quema de libros, de revistas y discos, este se salvó. Quedó junto a otros, intacto. El infierno estaba vacío por ese entonces, los demonios estaban de caza sobre la tierra.
Cuando volvió la calma con el reinado de los de siempre, lo reencontré y evalué con su música lo que había pasado. No, no fue fácil descubrir mi cortedad, mi necedad, mi negación. Hoy lo entiendo.
Ahora.
Que lo vuelvo a recorrer, descubro el talento, me descubro anticipando las furias de este señor que buscaba, allá por el 59 una pista. Descubro el sonido y me rindo. Me entrego a la ceremonia del deslumbramiento, casi, casi como un cumpleaños feliz por un regalo, que solo algunos siempre se merecen.
Sin embargo hoy lo recomiendo a todos en todo momento. Ese sonido de Coltrane marcó a muchos a pesar de los cuentos tristes que hemos y a veces seguimos viviendo.
Pasaron sin embargo los años.
Hoy es 16 de junio. Dublin vive su fiesta particular con el día de James Joyce, el recorrido por Dublin de su Ulises.
 A lo mejor este libro sigue viviendo porque las entrañas del viaje siguen estando frescas. Siguen siendo las pistas que el escritor quiso dejar, para que otros, las sigan. Entonando canciones y recordando, emborrachándose.
Hoy es el "Bloomsday". El recorrido de Leopoldo Bloom, el de Stephen Dedalus, la torre de Martello y la increíble Molly y su monólogo.
Un libro, tal vez la mejor novela del siglo pasado en lengua inglesa de siempre. Un libro, que rescata a otro y que se compara con ese otro libro.
Un libro que descorrió el velo sobre el aburrimiento que planteaban por aquellos años, ese aburrimiento y esa frivolidad que imperaba entre aquellos, que buscaban algún tipo de respuesta.
Pienso.
Pocas veces en la vida, uno debe enfrentar el complicado placer de la lectura de forma tan ardua. Pocas veces, en un recorrido de pocos días, uno debe prevalecer por la lentitud de una historia.
Es que el recorrido de Ulises, es eterno. Ese viaje es el nuestro. Ese amor es solamente el nuestro.
A veces no correspondido, otras no declarado y otras endiablado y complicado como pocos. Sin embargo sigue siendo amor.
Hoy en Irlanda tienen entonces una avalancha de personas, de turistas disfrazados que recorren uno a uno, los puntos en donde se desenvuelve la trama. Un pinta de cerveza negra, el verde y una ciudad que se rinde al talento de uno de sus habitantes.
Tal vez Irlanda no tenga nada de que sentirse orgullosa, salvo la sensiblidad y coraje  de sus escritores y poetas. Entre ellos, Joyce, que eligió, como siempre ocurre, otro país, otro paisaje para vivir en paz.
Hoy, es 16 de junio.
Vuelvo a una ciudad abierta. Vuelvo a un sitio en donde sin mediar aviso, en ese mediodía de otoño, los aviones dejaron caer sus bombas sobre inocentes.
A veces, recordar esto es casi un examen de conciencia.
La Plaza de Mayo, atestada de personas fue bombardeada para salvar la patria. Los libertadores hicieron su trabajo. Después huyeron a un país vecino y "hermano" a pedir asilo y allí protegieron a los asesinos. A lo mejor la venganza de este acto, no sea otra que la de haberlos colonizados con aluviones de clase mediay convertir a ese país "hermano" en una gran fiesta perpetua y desmesurada. A lo mejor se lo tienen merecido.
Los adalides de la libertad de prensa, nada dijeron sobre ese asesinato masivo. Es más, apoyaron y sufragaron ese delirio.

Nunca se supo sobre la cantidad de muertos. Nunca nadie fue juzgado por este crimen. Los defensores de esta hazaña solían cantar la marsellesa en Plaza Francia, escribir en las paredes "Viva el cáncer" mientras la "yegua" de Eva Perón se moría de cáncer. Por su parte la iglesia como siempre, bendijo los aviones antes del despegue.
A veces, para poder explicar lo ocurrido en los años '70, habría que detenerse en aquel '55, otoñal y desangelado.
A lo mejor.
Habría que preguntarse en qué radica el mal del peronismo, que siempre hicieron falta bombas, tiros y picanas para desalojarlo del poder.
Digo.
Una cosa es cierta. Mientras por Madrid deambula el hijito de Raúl Alfonsín, buscando complicidades de las multinacionales para hacerse con el gobierno en el próximo octubre, desliza que el país está aislado, que ese país rico y generoso, debe olvidar y volver a ser bueno y dejarse de populismos que a nada llevan.
Este Alfonsín, que mientras era lo que siempre es, un oscuro hijo y diputado provincial, solía seducir a las muchachas del parlamento con la invitación al cine.
Eso si, el cine quedaba en Santiago de Chile. Y allí iban, ambos a pasar una jornada inocente en un avión sufragado, que duda cabe por todo el resto.
Siempre es lo mismo, con los defensores de la libertad y la democracia. Estos siempre suelen pedir el derecho de pernada, porque como salvadores de la patria se lo merecen.
Digo.
Aquel 16 de junio también existió. También tuvo su cuota de dolor ya que de alguna forma, preanunció lo que ocurrió después en ese país lejano.
Los dueños de la tierra, son los dueños del país, haciendas y hembras. El resto, solo "negritos" que llegan a robarle cosas y enseres a los zánganos de siempre.
Después con los cultos vendrían los fusilamientos, el plan Conintes, los cursillistas en el gobierno, Trelew y la desaparición de treinta mil personas.
Es que, como decían, en ese país todos son peronistas y es que algunos no lo saben todavía. Por ese motivo, uno siempre, yo, se pregunta. ¿Si lo son todos, por qué hay gorilas y antiperonistas?
Entonces, de aquel 16 de junio de 1955 mejor ni acordarse, no sea cosa que a La Nación o a Clarín le vengan ideas de venganza y cosas por el estilo ahora que tienen una nueva "tiranía" a la cual combatir.
Así, en este día de recuerdos, me descubro rescatando del viejo cajón que llevo a cuestas cuestiones que me hicieron a mí, que me construyeron de una forma, de una manera inopinada y que tengo prendidas en mí, como abrojitos, pequeños rastros de algo, que algún día, concluirán conmigo como debe ser.
Mientras tanto, a veces, la sonrisa me asalta el rostro y disfrutó de las cosas pequeñas, esas que en algún momento, me entibian el alma.

domingo, 12 de junio de 2011

Postales madrileñas IV



Sábado
El verde está en todas partes. Madrid está verde. Fue una primavera de lluvias. Comienza la postergación de todo hasta que pase el verano. Comienza ese tiempo planchado, quieto y que desde la noche de San Juan, arderá en todos, entre todos y ya habrá tiempo para lo otro.
La calle, a estas horas de la tarde está quieta, se prepara para la agonía del sábado por la noche. Algunos como yo,en cambio regamos nuestras florestas balconeras, nos saludamos a la distancia, y vemos pasar a los perros llevando a sus amos.
El cielo parece de juguete. Las calles desiertas de un buen sábado proletario, preanuncian ciertas partes de un todo, que se asemeja a la paz, aunque todavía nadie no ha decretado lo contrario.
Hago un punto.
Reflexiono sobre mis lecturas recientes y me descubro, devorando libros con una pasión casi irrefrenable.
Recibo noticias de mi país y ahí encuentro a un nuevo nieto en camino. Lucas se llamará y a lo mejor es cuestión de saber darse pausas, de dar bienvenidas, de comenzar a reconocer, que insisten los que insisten en darme una familia grande. Considerando los ímpetus de aquellos, debo rendirme a la evidencia, que la continuidad, que el desborde forma parte de una historia también irrefrenable.
Madrid está verde. Se mezclan los verdes. Le sonríen los pájaros, le sonríe este próximo fin de primavera y los deseos arderán en San Juan, como ha sido siempre.

Domingo
Día de mate, periódicos, música y hacer la plancha, flotar que le dicen. Esperar que todo comience mañana como corresponde, hoy por lo tanto a dejar correr las horas. Las horas muertas que siempre nos rodean los días como hoy.
El calor ya se hace notar. El parque de la otra calle revienta de palomas guarecidas en las sombras de árboles de una sola calma.
España, Madrid acaba de entrar de lleno en la postergación anual hasta el próximo otoño.
Por ahora y por largas semanas, se habrá de vivir la fiesta, la cervecita fría, las tapas y a otra cosa que son nada más que dos días...
Los indignados de la Puerta del Sol, anuncian que levantan el campamento. Los comerciantes de la zona, por supuesto le reclaman al gobierno por sus pérdidas y así sigue el baile.
Qué será.
¿Por qué nunca los comerciantes, empresarios, terratenientes y ese larga lista de plañideras, le reclaman al gobierno que quieren compartir sus riquezas, sus excedentes, que les aumenten los impuestos y esas cuestiones?
¿Por qué cuándo pierden perdemos todos y cuando ganan nos quedamos, solemos quedarnos, fuera de tanto gozo? ¿Por qué los hacedores de esta crisis siguen sonriendo en las fotos, siguen siendo funcionales, mientras que el resto, los de a pie, deben pagar el cocido que se cuece sin ser invitados?
Preguntas nada más de una día domingo en donde, lo dicho, los árboles y el zureo de las palomas, rodean esta ventanita por donde miro y me entra la luz poderosa que suele tener Madrid por estos días.
Mientras tanto, allá lejos, de donde soy a veces, los periodistas, cómplices como siempre se arremolinan como caranchos, como buitres en torno de las Madres de Plaza de Mayo, símbolo de lo que ellos nunca fueron, para servirse de sangre, como lo hicieron esos mismos periódicos con sus hijos desaparecidos por sus ejecutantes.
Es decir, los grandes periódicos argentinos, los dos más grande, aprobaron la ejecución de un plan feroz. Nada dijeron en su momento sobre las víctimas que arrojaban desde aviones los bravos y valientes defensores de la patria. Cuando todo era un páramo, las madres salieron a la calle y tampoco nada dijeron.
O si, las atacaron por no saber criar a sus hijos, por ser responsables de educarlos como guerrilleros y otras lindezas. Las culpabilizaron desde las editoriales de La Nación y Clarín, porque al ser cómplices de las espadas y ganar dinero con ellos, debían, deben seguir defendiendo ese país puro, que ellos dicen defender.
Se sabe, siempre los medios de comunicación son socios, cómplices. Si en ellos está la defensa de la patria, flaco favor le hacen a ese otro temita, que es la información objetiva. Porque los herederos de la libertad de prensa, son los que defienden la libertad de empresa a cualquier coste, incluso mintiendo y desinformando.
Tarea extraña la de los periodistas. Siempre servidores de dos patrones y nunca al servicio de la verdad, aunque esta no exista y sea solamente una tontería.
Un buen domingo como debe ser.
Entonces a hacer la colada, a regar las plantitas y a mirar un paisaje, que se vuelve entrañable como el de cualquier ciudad que uno ame con cierta tendencia a la locura.

viernes, 10 de junio de 2011

Compañero Semprún


Algunas lecturas, algunos pensamientos surgidos de dichas lecturas, suelen acompañarme por este camino. Jorge Semprún, Federico Sanchez su nombre de guerra, estuvo siempre metido entre mis cosas. Eran, a veces lo son, una prenda más en esta mudanza constante. Algunos de sus libros, conviven en mis dos bibliotecas transatlánticas que formo, con empeño y casi con amor doble y escandaloso.
Recuerdo ahora, por ejemplo las primeras páginas de "La Segunda Muerte de Ramón Mercader", ese detenimiento en las salas del Rijksmuseum de Amsterdam. Ese poco aliento que transmiten las palabras del autor. Ese placer loco, por el detenimiento, el gesto suspendido y la presunción inmediata. El baile lento, casi estático que imprime la vista de un cuadro cualquiera.
Conservo el estupor intacto todavía que me produjo aquella ya lejana lectura, acaso puedo decir que ella es una de las primeras experiencias intelectuales de mi vida. Salía yo, de mis heridas adolescentes, peleaba contra la mediocridad de mis amores fustrados, de mis ardores abrasadores, de aquellas pequeñas cosas, que hoy me parecen pequeñas en toda su dimensión. En eso estaba, cuando cayó entre mis manos este libro. el primero leído por mí de Semprún.
Hoy sentado frente a la pantalla demasiado inmóvil de mi ordenador, descubro, que jamás, nunca quise volver a el. Está ahí, como una foto familiar, brutal en toda brutalidad que suelen tener las fotos de familia y a la vez, sentida.
Hago un punto.
Semprún, es el intelectual más notable que haya dado España en la segunda mitad del siglo veinte. Un escritor, un militante y por sobre todas las cuestiones un humanista como pocos.
Un hombre que enfrentó con su cuerpo el tumulto que fué el siglo pasado. Puso el cuerpo, el suyo, a la cicatriz profunda de la noche.
Entró en Buchenwald como un niño y salió como un hombre trasegado por el dolor. Alguien dijo que después de los campos de concentración, no se podía hacer poesía y a lo mejor, esta afirmación de Adorno es cierta. Pero y a pesar de ella, la memoria sigue haciendo poesía para derrotar tanta muerte.
Después, seguí leyendo a Semprún. Volví a él, cuando una noche de esas noches de otros ardores, fuí al viejo cine Arte a ver la película "La guerra ha terminado" de Alain Resnais con guión del propio Semprún.
El viento soplaba en diagonal por Diagonal Norte. Apenas cinco personas a la una de la mañana, sección trasnoche de ese cine. Era la dictadura de Onganía, el final de ella. Todavía faltaba mucho para la muerte, para la noche y su niebla del Río de la Plata. Éramos cinco y la película en blanco y negro. Otra vez Semprún y yo. Cotejando las partes de un algo que nos transcurría. En su caso ya era el desengaño, en el mío todo estaba a punto para tomar los cielos por asalto y las dudas, se postergaban para el próximo feriado.
Recuerdo.
Muchos años después, ya derrotadas algunas preguntas, me reencontré con él. Era "La Escritura o la Vida". Estaba adormecido, el libro entre otras preguntas, que por viejas eran nuevas, con olor a cosa salvaje, como la vida que por esos momentos me andaba buscando, comenzó a interrogarme. Recuerdo el ardor de ese libro. La justicia justiciera de abrir un claro a fuerza de palabras. Recuerdo eso y mucho más.
Y con el me sumergí en la apasionada manera de vivir. La única que vale.
Uno vive de acuerdo con que el hombre es el centro de todo. De sus dudas, de sus certezas y de la posibilidad cierta de dudar siempre. De preguntar y cuestionar la respuesta. De asomarnos y seguir dudando.
Hoy es viernes.
El calor ya está aquí. Hace unos días, mientras mi vecina se bañaba, conocí la noticia de la muerte de Jorge Semprún. Me quedé quieto. Quise dejar pasar unos días, no para trazar una necrológica sobre este español, sino para recordarlo de otra forma. Acercarme a él, como cuando alguien me participó de su secreto. Me mostró con nervios un libro de él. Desde ese instante, la vida, la mía, tomo otro camino.
Hoy es viernes y la gente, se prepara para un fin de semana sin fútbol. Casi sin dinero y algunos, con sus esperanzas casi intactas. Porque en esta guía de perplejos que somos, seguimos preguntándonos si después de la tragedia, tiene cabida la esperanza para nosotros. Los perplejos de siempre.
O a lo mejor, en mi caso, la separación entre la escritura y la vida, es solamente un guiño que nos lleva a ser testigos de algo que merece siempre, invariablemente ser cuestionado hasta sus últimas consecuencias.
Algunos de sus libros, los de Semprún merecen seguir siendo leídos. Algunos de sus actos merecen ser recordados. Al costado, quedarán otros. Lo más importante de Semprún deberá elegirlo cada uno a su manera.
Es discutible. Puede ser que no todo lo hecho por Jorge Semprún tenga el mismo valor. Pero no importa, porque en definitiva entre tanta pregunta, el puso lo que el mejor hombre siempre pone: su propio cuerpo.
Lo único que posee un hombre a lo mejor.
Vuelvo.
En la larga lista, mi lista personal, figura este escritor de forma veraz. Está disperso, mezclado con otros libros. Conviviendo con mi vida de manera audaz. Nunca he creído en las bibliotecas ordenadas, por lo tanto Semprún bien puede quedarse en donde está. Siempre coincidimos, él y yo, cada vez que como baqueano busco algún título o algunas páginas al azar. Siempre nos reencontramos y sonreímos, por lo menos yo, suelo esbozar una sonrisa cada vez que esto ocurre.
Cambio de tema.
Hace unos días, en la Puerta del Sol, una persona me preguntó que hacía yo ahí en medio de indignados y primeros lastimados por el ajuste, sonreí y dije: " Respirar, solo respirar".
De alguna manera la responsabilidad radica en estar siempre en la acera de enfrente, en la vereda opuesta. Saber que esto, no es lo que uno pretende para sí y para sus otros. Que la cuestión radica siempre en tener memoria y no olvidar.
Que después de Buchenwald o la ESMA hay espacio para la poesía, para dudar de los dueños del mundo, para oponerse siempre al cuatrerismo de cinco fascistas que piden orden, para seguir poniendo el cuerpo como una forma, como única manera de no arrepentirse de nada.
Porque, el hombre suele arrepentirse de todo, menos de haber sido valiente.
Compañero Semprún nos estamos viendo.

domingo, 5 de junio de 2011

El hombre de los suburbios

Hay escritores que nos acompañan toda la vida. Palabras, gestos, recorridos por una literatura,que conmueve, que resiste el paso del tiempo y sobreviven sin grandes pérdidas el camino de nuestros cambios y tambień de nuestras grandes pérdidas. Ahí están Salinger, Juan José Saer, Antonio Di Benedetto, Enrique Vila-Matas, Saul Bellow y unos cuantos más. Ahí siguen sus libros, cobrando nuevas lecturas, relecturas que alcanzan para alimentar algunos cuantos deslumbramientos, mejorarnos como siempre la agrimensura de nuestros pensamientos.
John Cheever es uno de ellos. Sus novelas, sus cuentos forman parte de una estrategia, la nuestra, para tratar de entender algo, de ese algo que nos rodea, nos sitia en un lugar y nos entrega desde ese lugar una visión tremenda de una clase, la clase media. El lado oculto de la vida "Doris Day" y sus casitas y sus barrios siempre resplandescientes.
Cheever desde ese marco, elaboró una de las literaturas más radicales. Descubrió y nos hizo partícipes de esa vida. Ahí están "La familia Wapshot"; "La geometría del amor"; "Bulled Park"; "Esto parece el paraíso"; "Cuentos y relatos", algunos mojones de una escritura casi esencial.
Es que John Cheever puso al descubierto esas fisuras de la clase media occidental, en donde todo siempre parece funcionar a la perfección. Siguió las huellas de su mundo, las describió y las mostró, las retrató mejor dicho en busca de ese santo grial que habita en los suburbios limpios de la clase media.
La decadencia, las ruindades, el ahogo están ahí. Habitan esas urbanizaciones impersonales que se venden como el paraíso en la tierra, solo para unos pocos, exclusivos chiqueros, en donde todo se oculta, en donde nada trasciende. El refugio perfecto para los imperfectos.
Digo.
Si uno se fija bien, todo el mundo tiene su truco, su arma secreta contra la desazón, la literatura, los libros en algunos casos funcionan como freno a ese dolor intenso que conlleva el vivir. La desesperación, queda derrotada ante la lectura o por lo menos postergada por un momento. De ahí surgen las preguntas y sus respuestas, que a su vez alimentan nuevas preguntas en un juego inacabable, casi eterno.
Con Cheever me ocurre lo mismo. Sus cuentos son casi perfectos, ahondan en un paisaje, familiar y deprimente. Nos obliga penetrar en una corriente, que es nuestra propia vida de clase media. Chiquita, racista, de derechas, envidiosa y mediocre. Queriendo ser, otra clase y siendo imposible, se comporta más radicalmente que esa clase a la que aspira y es la mano de obra casi siempre eficiente del orden y la limpieza.
El norteamericano comprendió en algún momento, que su clase, era lo suficientemente universal, para encontrar allí, los signos de una decadencia, los trazos para mostrar y mostrarse. Ahí, sobre la mesa están sus Diarios. Que se confunden con sus novelas y cuentos. Un juego de espejos en donde la sobriedad es una especie de error, las traiciones solo un método
Si uno se fija bien, todo el mundo tiene su truco, su arma secreta contra la desazón porque en definitiva la vida va matando literal y metafóricamente todo lo que vas dejando atrás; mata tu infancia y luego a tus mayores; mata los recuerdos y los olvidos; mata lo que fuiste y lo que quisiste ser; mata de verdad, como un rayo furioso, a tu gente querida y en el fondo te vas quedando solo, arrinconado en tu reinado de burgués, aislado y temeroso de la muerte propia, como si eso fuese lo único, lo único que va a ocurrir en definitiva.
Digo.
John Cheever se merece que se lo lea, con detenimiento, con placer. Compartiendo esas soledades que cuenta, que describe con esa mirada lúcida de clase. Recorrer con él, esos suburbios inmaculados en la fachada, con los jardines cuidados y la gente sonriente. Esos barrios en donde no entran extraños ni contagios.
Vale la pena, detenerse en, para mí, uno de los mejores cuentos que he leído que se llama "El nadador". Una especie de canto del cisne, una especie de épica de la fuga de un ser acorralado, por la mortal enfermedad que porta la clase media y que es el hastío, el aburrimiento, mientras de fondo suena Okkervil River, un domingo soleado, que espera lo que siempre esperan los domingos en primavera, las próximas lluvias.
Mientras eso no ocurra, bien vale la pena ponerse a leer a este gran escritor del siglo XX, que contribuyó a ese ejercicio de pensar como pocos lo han hecho.
Lo demás, lo demás casi siempre se suele comprar hecho y a domicilio.