En Zona

jueves, 17 de febrero de 2011

El regreso del pez banana


Cuesta mucho consolidar el concepto de la mejor literatura del mundo sin caer en exageraciones ni en esa sutil tendencia a percibir que lo elegido por uno, es lo mejor que ha sido escrito y que nunca podrá ser superado, porque para eso estamos nosotros, especies de viudas rabiosas que defendemos el legado del muertito con el cuchillo entre los dientes.
J. D. Salinger, fue un escritor determinante. Uno de esos raros fenómenos que surgieran de la segunda guerra, con una visión estremecedora y rotunda de la misma.
Tal vez, una prueba de ello, sea "Para Esmé con amor y sordidez", un cuento demasiado serio para ser ignorado, un cuento que habla de lo que no habló la literatura norteamericana en ese momento. Un cuento que forma parte de ese libro obligatorio que se llama "Nueve Cuentos", los cuales debíeran ser también obligatorios en todas las escuelas del ramo.
Salinger, el ermitaño perfecto que desapareció de la vida pública en la década de los sesenta, construyó un mundo, en donde los adultos eran los málditos. "El Cazador Oculto", "Nueve Cuentos", "Carpinteros ¡Levantad la viga del tejado! y Seymour: una introducción" y "Franny y Zooey" son solo las diferentes puntas de icerberg grandioso, que sigue flotando y hundiendo barcos alegremente.
El Cazador Oculto o El Guardián entre el centeno, como manual de magnicidas en los años ochenta: el asesino de Lennon, el tirador contra Reagan lo utilizaron como camino para la redención o viaje oblicúo hacia la nada. También el detestable Mel Gibson lo utilizó en una película olvidable junto con Julia Roberts en una especie de film de intriga paranoide y bien al uso de Hollywood.
Digo.
Con el cadáver todavía fresco de Salinger, faltaba una muesca más. Por eso o tal vez debido a eso, acaba de aparecer una biografía notable del escritor."J. D. Salinger: Una vida secreta" de Kenneth Slawenski.
Una paseo respetuoso por una vida atormentada, por los caminos de un escritor que nos acerca, no desde el chisme, sino del convencimiento de estar ante uno de los grandes escritores del siglo XX que nutrieron con su talento a cientos de tipos que solo queríamos avanzar en esto de aprender, de aprehender una mínima cuota de esa vida que nos narraban en sus pocos libros.
Este trabajo viene a sumar, a reflejar de alguna manera, ciertas partes que Salinger, dejó al margen.O que quedaron a oscuras sencillamente.
Digo.
La primera vez que leí "El Cazador Oculto" o "El Guardián entre el Centeno", tenía, creo la edad de Holden Caulfield, el personaje de este maravilloso libro. Recuerdo la sensación que me produjo, algo que invariablemente se repitió en cada relectura a lo largo de los años, algo que se mantiene cada vez que abro sus gastadas tapas y me sumerjo en ese Central Park de finales de los años cuarenta.
Y como en un juego, también invariablemente, con esa inocencia que todavía anida en algún sitio de mi humanidad, vuelvo a preguntarme adónde irán los patos de ese parque en el invierno.
Los que saben la denominan novela de iniciación. No se qué quiere decir esto, tampoco me importa demasiado correr hacia los atrios en donde se glorifica a Salinger hasta convertirlo en una especie de verdad rotunda y sacrilizada.
Creo que Salinger fue ante todo un hombre que vivió una experiencia devastadora y que desde ese dolor volvió y dejó una obra perfecta. Pequeña pero contundente que sirve, nos sirve para seguir confiando en la capacidad arrebatadora del arte.
En la era del envase es bueno recordar de vez en cuando el contenido.
Ahí están en mesas de libros de bolsillo, sus libros. Vale la pena, ingresar en ese mundo paralelo que construyó Salinger. En esas soledades fundadas a contracorriente de tanto romanticismo desplegado sobre los horrores de una guerra cruel, que sacudieron un mundo ancho y ajeno para muchos.
También está ahora esta biografía construída desde el respeto, que sirve para aquellos que como yo, nos seguimos preguntando sobre el sitio que eligen los patos del Central Park para apsar el invierno.
Digo.
La dimensión de un mundo depende de nosotros. La longitud de un amor solo es nuestra decisión. Amamos o dejamos de amar, con la constancia de los suicidas. No nos llevamos nada. Lo único que por un mínimo momento nos pertenece, es ese débil descubrimiento de algo mejor. Es esa puerta que se nos abre durante una fracción de segundo. Algunos pasan por ella, a veces la gran mayoría no. Pero de eso se trata.
De descubrir una vida contada por otro y dejarse llevar, no pensando en el regreso, sino esperando impaciente el próximo paso, no importa cual ni hacia donde, sino el hecho de acometerlo y saber, que nuestros rastros son solo huellas sobre el agua.
Con Salinger me ocurrió esto y por fortuna me sigue ocurriendo cada vez que me pierdo entre sus palabras.