En Zona

lunes, 22 de agosto de 2011

22 de agosto

Han pasado los años. Irremediablemente. Sobrevinieron, miedos y urgencias, años intensos y desolados. Algunas cuestiones son ya cicatrices selladas, jugando en nuestro cuerpo. De vez en cuando, solemos, deslizar las yemas de los dedos por sobre el surco del costurón y recordar.
A veces los días suelen ponerse negros.
Digo.
El pasado es irremediable. Tendemos a pensar en el como el tiempo mejor. Discutimos desde el y solamente hacemos pie en el barro. Ese puente viejo sobre un río casi seco, es el pasado. Acorazados antes de irnos a cantar al otro barrio, extraemos de el, visiones parciales de nuestro devenir. Creemos que dentro de ese caldo propio, que hemos sido o que parcialmente nos han sido radica la única verdad.
La libertad. Los no límites de una rebeldía romántica. Nuestro puesto. Nuestras verdades irreductibles, esas pocas verdades que nos mantuvieron, que acaso nos mantienen como los mejores, los mas puros, los dueños de la razón que suele clausurar cualquier tipo de discusión.
Fuímos jóvenes. Ni los mejores pero tampoco los peores. Jóvenes. Construyendo una ilusión. Iniciando el asalto a una parcela de viejos, de dueños, de conservadores y militares. De delincuentes bendecidos y enemigos a destajo.
Veníamos de diferentes paisajes en un país, clausurado y proscripto. Llegamos bebiendo el odio del país blanco sobre ese otro país de piel oscura, descamisado, cabecita, de la negrada de siempre.
Como no existen certezas, buscamos el futuro por un caminito en el que dejamos todo. Sangre y nombres. Verdades y mentiras de nosotros mismos.
Eso si, los inviernos por aquellos años, solían ser más duros, grises y casi tristes.
Digo.
El 22 de agosto de 1972. Algunos aprendimos casi sin ninguna dificultad, que el enemigo siempre trabaja a tiempo completo. Que a la hora de acabar el trabajo, ellos, no tienen ningún límite y no lo tuvieron.
Ese día y llevando la historia al nuevo límite, asesinaron a 16 compañeros en una base naval. Eran 19, tres sobrevivieron a la matanza.
Esos datos son los que están.
Pueden ser interpretados, recorridos, prestos a nuevas visiones. Pero están ahí.
Tres mujeres y trece hombres mezclaron sus sangres en un pasillo, rematados uno a uno, como para que no quedasen dudas de los tiempos que habrían de venir en unos años apenas.
Era la continuación del odio de los dueños del país y sus asesinos a sueldo. Intentaban enfermarnos el alma, arrebatarnos  el olor del viento.
Treinta y nueve años más tarde, el corazón de algunos todavía se blinda, como un movimiento imperceptible, como el gorgoteo de la sangre que nos cabalga a veces por el cuerpo. Como una costumbre apenas.
La épica siempre fue para los trovadores. Por eso a lo mejor, no desde la poesía ni desde la fantasía, hay que descubrir que esos muertitos, siguen estando en nuestra mochilas, como los miles que vinieron después.
Digo.
Hoy es 22 de agosto y es como una serpentina que vuela soñando con llegar. El aire por aquellos años era cruzado por sensaciones que nos cobijaban, que nos corregían casi sin final.
Esa noche algunos comprendimos que la cuestión no era morir, sino que era posible. Flacos de miedo supimos que los recuerdos eran solamente para entretenerse si es que llegaba a haber  un después. Esa noche nos quedaba ir hacia el fuego sabiendo que íbamos a la futura ceniza.
Y ahí fuímos.
Milongueando la vida. Acomodando los bultos en el viaje. Olisqueando el aire, andando despacito y por las piedras. Cotejando los rastros y cambiando de rumbo, armados de nuestra memoria paciente. Emponchados de lluvias, sabiendo que vendrían profetas embriagados a vendernos amenazas, a convertirnos en el demonio perfecto.
Les pusimos nombre a nuestros gestos. Trenzamos los nombres y el lazo se hizo de cuero, una lonja que como un reloj con su golpeteo a cada paso en nuestro cuerpo, fue el reaseguro de un no prometido olvido.
Sabíamos que se vendría la niebla y que esta ya de por sí era larga. Que vendrían enemigos con la receta justa para que todos olvidasen. Que vendrían adioses verdes. Que habría de haber desencantados, temerosos, traidores y otros dispuestos a todo con tal de plantar el olvido.
Digo
Ese día los fusiladores de Trelew sabían bien lo que hacían. Ya lo habían hecho,  en otras oportunidades. Pero también preanunciaron que nada sería igual a partir de ese momento. La justicia ya era como siempre y unicamente de ellos.
Porque de alguna forma los ejecutores, intuían que era un mensaje para las mentes más preclaras del país, para los tibios, los alcahuetes, los mediocres, los cobardes. Era, fue, un mensaje para aquellos que desde la noche de las curias, querían una patria blanca, virginal y pura. De ahí saldría la civilidad a darle forma, discursos al exterminio futuro. Porque el futuro era de ellos, no el de la negrada, que es vaga y promiscua. No era tampoco la patria de esos infames que querían la disolución de las instituciones embanderados bajo el sucio trapo rojo de la subversión.
Entonces seguimos yendo, desafiando misas.
La travesía sigue siendo larga.
Mas viejitos, algo más despellejados. Enviudados de desencanto, pero manteniendo el repique casi inalterable. Seguimos como baqueanos en tierra ajena buscando los mejores pastos, las mejores aguas. Por eso y a lo mejor, haciendo un alto en la huella, no por un toro mañero, sino por la necesidad de ejercitar nuestro derecho al recuerdo, recordamos a los compañeros de aquel 22 de agosto y con ellos y en ellos a todos los demás, absolutamente a todos.
Así sin más y saludando con los dos dedos en V, nos decimos para el adentro: ¡Ni olvido ni perdón!
¡Hasta la victoria siempre!

martes, 16 de agosto de 2011

Postales de Madrid

Lunes 15 de agosto

Nada está claro. Desde ya el mundo está cruzado por instantes. Vuelvo a la lentitud, vuelvo a la desconexión, me alejo del estar cerca. Un verano de locos, es este el que azota esta Madrid desierta.
 De fondo suena Alborosie y todo parece detenerse. Un poco, no mucho.
Apago el móvil. Me desconecto del resto del mundo. Hay un calor africano en las calles y los católicos han tomado la ciudad, esperando a su nuevo führer, durante una semana, se perdonarán pecados, se perdonará a aquellas que han abortado y a aquellos que han pagado para que sus pecados sean olvidados.
El sol es abrasador. La displicencia en el andar es casi una técnica. Todo tiene que ver con la gran situación, que nos hacen vivir en estos momentos.
Pero se viene. Claro que se viene. Ese terror por el cambio, ese sueño perpetuo que siempre aterroriza a aquellos que esperan la bendición.
Los periódicos traen malas noticias para unos, para mí, siempre son buenas noticias que tienen que ver con el veneno que nos devora.
Apago internet. Mejor solo, silbando bajito como dicen. Despacito y por las piedras. alguien dice que las mortajas nunca llevan bolsillos. Mientras tanto siguen, despacito, rapiñando. Estafando y como vulgares ladrones, de esos que nunca tienen códigos, siguen juntando dinero. No sea cosa, que mañana llueva café y uno sin paragüas a mano.
Madrid, esta ciudad, se desbarranca. Gasta 60 millones de euros, para que el jefe venga y perdone los pecadillos de propios y ajenos.
Ratas. ¿Cuántas ratas habrá para cada gato? ¿Cuántas nos corresponden?
Y sin embargo, me digo: Nada, nunca nadie puede con la certeza de una idea.
Viene el muñeco y todos quieren estar en la foto. Viene a prevenir el laicismo imperante, a esta ciudad sitiada por el calor y la bronca de no tener trabajo. Viene a repartir hostias mientras cantan los buenos.
Oran para que el calor cese. Les entregan billetes de autobús gratis a los feligreses, mientras los desocupados, deben pagar el nuevo precio con ajuste y todo y sin chistar.
Apago todo. Reivindico la lentitud como una bien propio y miro la seca que rodea a los gatos madrileños. Que es mucha y que siempre afecta a los pobres, mientras otros iguales se mueren de hambre,  no muy lejos de aquí, de donde estoy apagando aparatitos, desconectándome de un mundo que busca, la última novedad mientras rezan, recorren el rosario esperando la simpatía del jefe de todos.

Martes 16 de agosto

Sigue sin moverse el calor. Babilonia es una fiesta. Creo que hay que recuperar el tiempo. La sensación de la mirada. La ternura del abrazo.
Leo.
Eric Hobsbawn escribe un libro fulminante.
Algo es cierto, por lo menos mis nietos no habrán de vivir este capitalismo. Se muere, explota y eso tiene su encanto. Ellos, mis nietos y millones de niños en el mundo entero, no habrán de vivir esta lacra. A ellos, les habrá de corresponder la felicidad de lo nuevo.
Se acaba amigos. Por eso rescato a ese alemán loco que vivía en Londres que describió otra posibilidad certera.
"Como cambiar el mundo" se llama el trabajito. Algo es cierto, después de tanta sangre, de tanto muerto, herido y expatriado se viene un desplazamiento de paradigma. Algo, por suerte ya no será lo que era. 
Los cambios vienen, cargaditos de preguntas y casi sin respuestas.
Se viene el estallido decían los del pijama en plena pizza con champagne. Y ahí estamos.
De a poco hemos redescubierto que el capitalismo no es la única respuesta, sino la pregunta.
Durante los últimos veinte años, compañeros, sus muchachos creyeron a fe ciega que la historia había terminado.
sin embargo, hoy, nada de esto es sostenible. El proyecto hace aguas por sus costados. Nada se sostiene y sin embargo, los teóricos del libre mercado siguen preconizando políticas de ajustes, de reducción. Siguen dándole palos a aquellos que quieren lo suyo. Siguen incrementando presupuestos en represión, comprando balas de goma, carros hidrantes y chalecos antibalas. Así, construyen el caminito a la nada.
Por eso y otras tanas cuestiones. Vuelvo a leer a Marx. Carlitos para los amigos y trato de volver a creer.
Pero no soy el único que ha vuelto a sus páginas. Ventas masivas en Berlín y París, hablan de la actualidad de un pensamiento.
Seguramente las vírgenes de toda virginidad, volverán a pensar en generales y comisarios.
Seguramente en la previsión de cirios y hogueras, algo se está moviendo de sitio. Algo que siempre estuvo en la razón de justicia.
Es que el capitalismo tardío sigue encadenando crisis tras crisis sin tener a nadie, mejor dicho sin tener otro modelo al cual echarle la culpa del desfasaje.
Ahora suena en mi equipito Alfredo Zitarrosa y la vida cambia de color y uno tiene ganas de volver al monte.
A esto le sigue "Milonga del tartamudo", y uno se pone cachondo pensando que se viene la polvareda. De aquellas sangres estos días en donde uno, yo, espero que la cosa cambie, para la felicidad de los niños que viven y los que vienen, abrazaditos y con los dientes apretados.
Los ricos, los ricos como siempre, que esperen las cenizas que vienen con hambre.
Mientras tanto y como para no desesperar, carlitos sigue estando ahí para que nosotros tomemos aliento y sin internet ni móviles apuremos el trago, que el viento huele a gloria y eso tiene su mérito.
Lo cierto y la alegría que me entibia, es que mis nietos, nietitos dulces, no habrán de vivir esta historia de dolores que hemos vivido hasta el momento.
Algo es algo, mientras tanto nosotros habremos de comernos tanto dolor y seguir fraguando risas y amores.
De eso se trata. Nada más ni nada menos.




viernes, 12 de agosto de 2011

La vida en cuadritos

Acaba de comenzar la veda política, allá en el sur, allá en mi país. Como una especie de chiste, malo o no casual, acabo de enterarme de la muerte de un gran y notable dibujante argentino. Se llamaba Solano López y llenó, en mí, por lo menos una de esas raras pasiones ocultas, que durante años de agravios y otras violencias me sirvieron para prefigurar algo de mí.
 Con López y tambien con Héctor Oesterheld, descubrí que Buenos Aires, podía ser, bien que lo era el escenario de la mejor ciencia ficción. Cansado de revistas mexicanas, de súper héroes yankees, choqué, me llevé por delante a nuestro héroe nacional: El Eternauta.
De a poco, muy de a poco fuí creciendo con esta historieta, que transcurría en mi barrio, en el barrio de al lado. Pasaba por la estación del tren y tomaba el mismo tren que tomaba Juan Salvo o alguno de sus amigos.
De pronto, buscaba en el cielo la nieve marciana, la invasión mortal. Así solían pasar mis días de entonces.
Pero estaba Juan Salvo. Ahí, dibujado por Solano López que cuadro tras cuadro, enfrentaba la guerra porteña.
Después crecí y las aventuras plasmadas en papel quedaron entre otros papeles. Otras urgencias concurrían por entonces y otras lecturas fueron amontonando polvo sobre la historia de este tipo eterno que se negaba a morirse.
Digo.
La concurrencia con el arte, es un eje que resiste cualquier tipo de políticas. Es tan tenaz siempre la represión que conlleva esta concurrencia que la reacción para con el arte suele ser tremenda, inagotable, desproporcionada, que uno no puede menos que sorprenderse con el hecho de que además de matar intelectuales, escritores, dibujantes, pintores, actores y actrices, siempre suelen, por las dudas quemar todas aquellas obras que pueden arder, para no dejar rastro sobre la faz de la tierra de su claro mensaje.
El fuego vaticano, que le dicen.
El Eternauta, junto con otras obras fueron a las hogueras. Las cenizas, aunque no lo crean, todavía huelen por algunos sitios de esa ciudad lejana.
Pero resueltamente leo, recorro los dibujos de esta historia y descubro e intuyo lo que surge de su lectura en mí. Es que para mí sigue vigente. Audaz, valiente y vaticinadora.
Puesto a sacar conclusiones, digo que: El Eternauta a su manera, adelantó los tiempos que vendrían. Poniendo los nombres que se nos ocurran, cuadro a cuadro es este presente.
Juan Salvo una noche, está en su casa de un barrio periférico de la ciudad. Están su  mujer y su hija y tres amigos. Una explosión ocurrida en el Océano Pacífico narrada por la radio encendida y el súbito silencio, hacen que todos se asomen a la ventana que da a la calle.
Una nieve fosforescente cae del cielo, los cádaveres tirados en la calle y el miedo se unen en el inicio de esta especie de obra maestra dibujada por López y escrita por Oesterheld.
Así comienza, así comenzaba allá por 1957 esta historia.
Después, como siempre suele ocurrir, la historia se habría de encargar de poner las cosas en su lugar. De a poco, unos y otros, fuímos desdibujándonos en la noche. Nuestras siluetas se fueron diferenciando de las sombras y el cargamento de odio, sangre y dolor, habría de colocarnos en situaciones impensadas.
Héctor Germán Oesterheld, el de la foto de aquí al lado, sus cuatro hijas, también en la foto, sus yernos y sus nietos fueron secuestrados por la dictadura militar de 1976.
Por algo habrá sido, solían decir los cómplices de conveniencia por aquellos tiempos.
Oesterheld, tenía algo más de sesenta años y era peligroso para los bien pensantes que alentaban la tortura y la desaparición de personas. Sus hijas, la mayor de 24 años y la menor de 18, también eran seres peligrosos, como aquellos marcianos que dibujara en su momento López.
Digo.
A lo mejor, muchos de aquellos que hoy no están, vivirían con cierto desaliento los tiempos que vivimos.
No podrían entender el paso, cortito, que hemos dado de la solidaridad sin cortapisas a querer salvarnos a toda costa. De ser conscientes de la explotación a no preocuparnos por ella. A ceder nuestros derechos a quienes mucho tienen en su haber, para, total, tener un lugarcito bajo el sol. Seguramente no podrían entender que la dignidad no se negocia mientras negociamos todo, todo el tiempo a fin de no perder lo que tenemos. De estar vivos, tipos como Oesterheld, no podría comprender como hemos pasado a ser todo lo que odiábamos cuando nos enfrentábamos al enemigo, es decir, como nos hemos convertido en ellos en este tiempo.
Clase media al fin y al cabo.
Hoy criticamos los desmanes de Londres cuando es casi lo mismo que ocurre en Siria. Pero a los salvajes los juzgamos y los bombardeamos, en cambio a los desarrolladitos les permitimos hasta que aumentan la cuota de policías.
Es decir, yo te ajusto lo que me piden los poderes que ajuste, recorto y encima te reprimo como si fueses un enemigo del tercer mundo. Te prometo más policía, cañones de agua y gatillo fácil, para que los dueños de este mercado, puedan seguir paseando su desnudez.
¡Ah! Las Abuelas han encontrado a la nieta número 105.
Menos mal que nos queda la memoria. También un par de saludables malas costumbres y la irrenunciable voluntad de la justicia.
Con Solano López se cierra una historia, que está impresa en papel y dibujó con paciencia y dedicación las ideas de Germán Oesterheld, uno de aquellos mejores de todos nosotros.
Mientras tanto, por ahí anda Juan Salvo batallando a la desmemoria.
Algo que hoy por hoy y con lo visto no es poco.



martes, 9 de agosto de 2011

El amor lento

Agosto es un desierto. Madrid es una estepa seca. La postergación se hace inevitable hasta después de las vacaciones. El espíritu español se adormece hasta mediados del próximo mes. Todo se ralentiza, todo se aquieta.
El billete del autobús sube un cincuenta por ciento y nadie, como no hay nadie, dice nada. El papa, viene a Madrid e imploran sus lacayos porque no haya huelgas ni indignados ni desobediencias ni nada que altere la paz guerrera de una iglesia proclive a sustentar guerras santas y otras inquisiciones.
 Sin embargo esta ciudad tiene sus cosas.
Una de ellas, es la grandiosa exposición de Teotihuacan, "La Ciudad de los Dioses", que por estos días asombra a un Madrid demasiado acostumbrado a la buena vida. Asombran los elementos hechos por manos anónimas, siglos antes de ser "descubiertos" por los aventureros que de aquí salían.
Durante casi ochocientos años, esa ciudad lejana fue el centro cultural, político y religioso de una potente civilización. Fue la mayor ciudad construída en ese continente, que un buen día, sus ocupantes decidieron abandonar y dejar, tras de sí, templos, avenidas, pirámides, vasijas, máscaras.
Se marcharon de una ciudad tan grande casi como Constantinopla o Alejandría y doscientas mil personas se mezclaron con el paisaje, mejor dicho se hicieron paisaje.
Vale la pena a veces, mirar, detenerse en culturas, que no necesitaban nada de Occidente. No les era necesaria ni cruz ni espada. Sin embargo siglos después, llegaron allí los inventores del capitalismo, de la pira, del agua bendita, de la sífilis y la gripe, a indicarles a ellos, eso lo de las buenas costumbres, lo del agradecimiento, lo de servir al blanco y lo de ponerse el sayo, que no es bueno andar por ahí con la humanidad al aire y esas cosas.
Mientras estos mismos blancos, se aconsejan entre ellos, cómo y cuándo hacer el ajuste. Las ciudades comienzan, a diferencia de las españolas que estań de vacaciones, a sublevarse.
 Londres, por ejemplo ya es un infierno claman los periodistas asustados. Piden por el ejército los políticos y sus secuaces mientras disfrutan de sus merecidas vacaciones anuales en países lejanos. Londres ha decidido hacer su ajuste correspondiente a fin de tener las cuentas claras para poder disfrutar del chocolate caliente. Cuentas que lo único que ajustan es la soga al cuello de los que menos tienen, de aquellos que no tienen voz. De aquellos "invisibles" de un sistema que se prepara como siempre a tener más invisibles y mas mano de obra desocupada, que también se sabe, puede ser utilizada en algún tipo de variable de violencia tan necesaria para el sistema.
Digo.
Desde el año 1998, la policía británica asesinó a 333 personas. Algunos de ellos mientras estaban detenidos en dependencias policiales. O el caso del brasileño Charles de Menezes asesinado a tiros por la policía en el metro londinense por "presunto" terrorista o el caso de Ian Tomlison que murió de un ataque al corazón, luego de ser agredido por la policía.
Pero lo cierto es que, de esas víctimas se sabe el nombre. De los victimarios y los políticos encubridores en cambio no. Es decir nunca ha habido responsabilidades ni nadie fue a dar con sus huesos a cárcel alguna.
Pero ¿Quién es el violento?
Esta violencia, más allá de haber sido originada por otro caso de gatillo fácil, es la respuesta más clara y contundente a las políticas de austeridad dictadas por los mismos que originaron esta crisis.
¿Previsibles? Si, porque no se acude a la memoria. Porque para gobernar este mundo, estos políticos profesionales siempre suelen olvidar que además de mercados y castas políticas, hay personas.
Personas de carne y hueso, que guardan en su memoria los rastros inmorales de tanto desprecio. Personas que no olvidan, que no suelen olvidar tanta injusticia.
Porque quien no tiene nada que perder nunca suele perder nada saltándose las normas.
Ahora Londres, es una ciudad blindada, han vuelto los políticos de sus frustradas vacaciones y han sumado policías para resolver las cosas.
Madrid, mientras tanto se apresta a comprar la salvación eterna con casi 60 millones de euros gastados en la visita del jefe de la iglesia. Como en la edad media, se paga y se dejan pecadillos por el camino a fin de llegar ante quien se deba inmaculados como angelitos sonrosados.
Un cardenal llama a rezar para que no haga tanto calor, otro para que los levantiscos de siempre, se calmen, por lo menos hasta que su santidad vuelva a Roma.
No me importa.
Por estos días se cumple un nuevo aniversario de una de las joyas musicales del siglo veinte. The Clash hace 31 años estremecian a los despistados, llenaban de música una década siniestra y daban una lección monumental.
Joe Strummer y Mick Jones, desde el rock, le sumaron política a la música de aquellos años y lo que antes sonaba a furia, hoy suena a una visión que no hizo más que confirmarse con los años ocurridos desde entonces.
Un disco que por aquellos añitos, a muchos nos pasó casi inadvertido. Mejor dicho la movida punk, a muchos, no a todos por supuesto, nos pasó de lejos, casi de refilón.
Es que el año 1976 no es un año grato bajo ningún punto de vista. Ese fue el año de formación de esta banda de rock, el año de comenzar a dejar de lado a tanto dinosaurio musical. Año de buscar otras opciones en lo referido a música, a capacidad de vida y por sobretodas las cosas, año de comenzar a buscar respuestas a tanta pregunta olvidada por ahí.
Sin embargo, cuando en 1980 apareció esta obra maestra, muchos como yo, estábamos en otra cosa.
En ser padres, en disimular o seguir disimulando. En esconderse y esperar que la lluvia amainara de una buena vez. Algunos comenzaban a salir de las cárceles, otros a saludar, algunos comenzaban a rastrear huellas de algunos.
El silencio era fuerte.
Sin embargo.
Un amigo, una tarde de resucitaciones, sentando en una mesa de café me prestó este disco. Era el comienzo de otra década. Un disco doble, de una banda que desconocía.
Esa noche en el silencio de nuestra casita periférica, con un hijo hambriento, puse el disco en el viejo aparato mono.
Y ahí estalló algo. Algo comenzó a moverse nuevamente. El silencio comenzaba a ser derrotado de a poquito. Alguien cantaba desde las profundidades de lo injusto. La bronca era música.
Pero en su música había otras músicas. Se mezclaban otros sonidos, había matices y uno, yo, encontraba otras rutas. Dejaba de lado un manojo de prejuicios y me adentré en los nuevos aires que totalizaban una música que me confortaba.
Sin darme cuenta han pasado 31 años de ese momento. Hoy vuelvo a escuchar este disco y revivo algunos momentos, pero lo inobjetable de este "London Calling" es lo inalterable que se mantiene, lo justo que suena y la capacidad que todavía tiene de emocionar.
Algo que celebrar entonces en estos infiernos que vivimos y que como suelen decir allá en el sur, siempre suele ser encantador.
Un abrazo.