En Zona

domingo, 30 de diciembre de 2012

Nosotros, los cachondos

Y si, se termina lo que se daba. Se acaba el año y uno se pone misterioso, casi suave y espera el que viene de la mejor manera posible, aunque ya no en la mejor forma posible.
Entonces, nos queda la música para tratar de iluminar algo y nada más.
Arranco.
Ultimo trabajo de este hijo de filipino y puertorriqueña, que bajo el nombre de Bruno Mars, sigue con su carrera a fuerza de talento y música contagiosa. Es un muy disco, de esas rarezas que hacen su aparición para estas fechas. Disco pensado por la multinacional para regalo de navidad o de reyes, que sin embargo deja escapar un poco de talento elaborado y pensando. Es. calro música pop y nada más. Nada de pretensiones ni de largas metas. el negocio exige estar atentos y saturar el mercado de cosas similares, para que el desprevenido no tenga siquiera tiempo para pensar. Pero acá se les escapó la tortuga, en el medio de esta catarata, aparece "Unorthodox Jukenox" y la cosa se pone interesante. Es buena la intención y es bueno el producto. Merece la pena. Tiene ritmo y si bien es un poco desparejo, resulta agradable prestarle atención a este último trabajo de Peter Gene Hernandez, tal su nombre. Este disco como el anterior, es una demostración de diferentes ritmos en los cuales Bruno Mars  encuentra cómodo. Buen disco para acompañar las horas primeras del nuevo año.
Para muchos exquisitos, este fue el peor disco de la cantante de Port Arthur. Para mí, no. "Kozmic Blues" sigue siendo el punto más alto de Janis Joplin. Un sitio en donde la mesura y mejores músicos a su disposición, crearon uno de los discos tremendos de los años setenta. Editado por accidente en la Argentina casi contemporánemente, me sorprendió un buen día. Desde entonces esta mujer está por decisión propia entre mis preferidos. Gritona y desbordada, Joplin es el simil  de Natasha Filippovna. Una era de carne y hueso y la otra es un invento de Dostoievski en El Idiota. Ambas sin embargo corren la misma suerte. Para algunos bastará volver a escucharla y para otros en cambio, deberán correr a la librería más cercana y conseguirse el libro del ruso. Después, solo después podrán estar de acuerdo o no conmigo, pero esto no es lo importante. Janis Joplin fue una estrella fugaz, loca y con una garganta llena de dolor, que cantó como nunca ninguna blanca se atrevió a hacerlo, ni antes ni después.
El disco arranca con "Try" y ahí se acaban las palabras, después vienen "Maybe" y la inmortal "To Love Somebody" que cantaban los Bee Gees en su momento. Queda entonces la piel erizada y todo se transtorna. Eso me ocurrió la primera vez una tarde en mi casa, cuando puse este disco, desde ese momento, como la liebre ante la luz, nunca pude quedarme indiferente a esta mujer. Cuarenta años más tarde sigue sonando como siempre la vieja Janis.
Disco sin nombre de Caetano Veloso, grabado en Londres en 1971 durante su exilio. Cantando totalmente n inglés, salvo el último tema, una canción tradicional del nordeste del Brasil llamada "Asa Branca". Disco exquisito, alejado de la tropicalía y fiel reflejo de los momentos por los que atravesaba el cantante. Entre las canciones más bellas que escribiera Caetano figuran algunas de este disco. "Londo, London", "María Bethânia" son solo algunas de las pistas de este señor que desde siempre pareciera, nos viene llevando de la mano por este camino de aprendizaje. Interpretado casi a media voz, con un acompañamiento simple y medido, este disco sin nombre se transformó con el paso del tiempo en una pieza de inocultable valor, ya que olvidado por largo tiempo, fue reeditado hace unos años y aquellos que no habían tenido la suerte de escucharlo en su momento pudieron hacerlo bastantes años más tarde y comprender un momento de un hombre pleno de talento, que un día decidió revolucionar la música de su país. Disco a tener siempre en cuenta a la hora de hacer memoria musical.
Hubo una vez, hace algunos años que tres músicos se juntaron a hacer música. Egberto Gismonti del Brasil, Charlie Haden de los Estados Unidos y Jan Garbarek de Noruega. Todos convocados por el alemán Manfred Eicher para grabar "Mágico". Era el año 1979.
Hace unas semanas, el mismo sello discográfico editó o publicó los sobrantes, las tomas desechadas, los restos de aquella grabación original. El resultado es este exquisito disco doble del jazz que solo se escucha en el sello ECM. Un disco notable que le otorga otra dimensión a aquel lejano disco de este trío. Un lujo escuchar estos restos, que gracias a la tenacidad de un productor, puede treinta y tres años después darle brillo nuevamente a estos tres monstruos de la música. Disco que parece nuevo, que suena a nuevo y que transmite esa fuerza que a finales de los años setenta deslumbró a unos pocos en este país
Un disco imprescindible entonces.
Y salto a la locura más rotunda. Steve Marriot al frente de Humble Pie, desgarra la noche a puro rock and roll, en vivo sobre el escenario del Fillmore. Alejado de los Small Faces, Marriot se junta con Peter Frampton y fundan este grupo salvaje. Disco del año 1971, doble y con largas versiones de temas ya grabados por ellos en discos anteriores, logra equiparar a esta banda con otras del estilo de Led Zeppelin o Deep Purple. Lo cierto es que estos ingleses lograron por un breve momento opacar a las dos grandes bandas de hard rock de esos tiempos. Pero la ilusión duró poco. Al tiempo de sacar a la venta este disco, Peter Frampton decidió que como era el lindo de la cuestión, había que hacerse solistas, sonreir en las fotos y que las madres anglosajonas, comenzaran a pensar en él, como el buen yerno que toda madre se merece.
Era música y por lo tanto, esas noche en el Fillmore vibró la tierra a fuerza de gargantas y guitarras, era el fin de la psicodelia y el comienzo de otros tiempos, un poco más feroces de lo previsto. Pero esa ya es otra historia.
Humble Pie, hizo hervirle a la sangre a más de uno. Ese viejo y frenético rock sonando a toda máquina en medio de un caos que se anunciaba y se esperaba desde años atrás. Ahí estaba ellos, diciendo que no necesitaban ningún doctor y que no importaba si se pasaban unos días en el hoyo de cualquier prisión, Solo era necesario un viejo y sudoroso rock and roll para seguir viviendo.
El regreso por decirlo de alguna forma de esta mítica banda de jazz de los años setenta y ochenta. Música que posee la fortaleza de seguir su s propias pautas. Si el rock es una piscina, el jazz es un océano y en este abundan las diferencias y los colores. Ralph Towner, Paul McCandless, Glen Moore y Mark Walker, que de alguna forma viene a ser el reemplazante natural de Colin Walcott quien murió en un accidente hace algunos años atrás. Oregon ha vuelto con sus mezclas de música folklorica y jazz. Su sonido característico aflora nuevamente en este "Family Tree" como punto de regreso de este cuarteto. Están más viejos, calvos, con anteojos. Sin embargo su sonido siendo casi el mismo. A lo mejor ahora están un poco menos herméticos y se prestan más al juego musical. Dejaron atrás lo difícil que tenían algunas de sus composiciones, diferentes caminos de busqueda que utilizaban los cuatro músicos originarios y que hoy, tres de ellos, más el nuevo integrante parecieran haber dejado de lado en pos de una música más centrada, menos audaz. Oregon suena como una especie de banda con la madurez y solvencia que suelen dar los años a algunos, no a todos. Buen disco, necesario e imperdible.
Digo.
La música es uno de los pocos reaseguros que tenemos a la hora de hacer memoria. Es, si lo pensamos bien, esa especie de banda de sonido personal y portatil que llevamos con nosotros a cuestas.
Solamente necesitaron cinco discos en su historia para figurar entre aquellos que en los años sesenta decidieron salir al mundo a hacer música. Creedence Clearwater Revival dejaron su marca en la historia de la música. Con "Willy and the Poor Boys", llegaron a la cima de su veta creativa. Allí, en ese disco está todo lo que podían dar en cuanto a música se refiere. Este trabajo los encuentra un poco menos salvajes y oscuros, los acerca un poco, nada más que un poco, a ese pop de finales de los sesenta. "Down on the Corner", "Cotton Fields", "Fortunate Son"o "The Midnigth Special", son esa especie de canciones que se quedan indelebles en el alma de aquellos que descubrieron que la música era algo más que mover patitas y caderitas. Era algo tan importante, que a mediados del siglo pasado decidió modificar la historia "oficial" de la música domesticada. Creedence era una banda de rock, que como una estrella fugaz iluminó el cielo y se apagó, en medio de tormentas, peleas, juicios y más peleas y más juicios hasta el día de hoy. John Fogerty sigue dando vueltas por el mundo, pero ya no es el mismo. El hermano Tom murió de sida y los otros dos, robando el nombre de la banda siguen haciendo las mismas canciones de hace más de cuarenta años. Patéticos y operados creen que son los mismos.
Me quedo con este disco como uno de los mejores de esta banda. Vale la pena darle una nueva ojeada y rememorar aquellos que todavía tengan algo entre ambas orejas.
De repente me acordé de este armenio llamado Arto Tunçboyaciyan y su Armenian Navy Band. Percusionista y músico hábil y arriesgado grabó con los mejores músicos de jazz de estos últimos tiempos. "Bzdik Zinvor" arranca con una de las mejores canciones instrumentales que haya escuchado en los últimos tiempos. Sin embargo Arto, sigue grabando, sigue buscando sonidos que vienen de su tierra originaria y se mezclan con otros sonidos hasta devolvernos la alegría a todo el resto de mortales que atinamos a cruzarnos en su camino. "Martoon Shishuh", "Malkhas Akhler" o "Oor eh Peliculan", son solo algunas de las pistas de este músico radicado en París y habitante de todo el mundo que entre su voz, sus instrumentos y sus músicas nos hace felices con el sonido que destila este trabajo, obligatorio en todas las escuelas para entender de que se trata esto de la mixtura, de la mezcla, de confundirnos unos con otros en un abrazo prolongado y caliente. Porque el mundo, por lo menos para mí debería ser eso, un gran escenario de transculturización permanente para dejarnos de joder de una vez y por todas con colores, dioses y lenguas, olores, hombres o mujeres.
Digo.
La música hace que nosotros los cachondos sigaos buscando excusas para acercarnos. Para ser felices mientras el cuerpo no disponga lo contrario. Que el dogma no es nada si nadie le presta atención. Que los hombres y mujeres, estamos para otras labores, más sencilla y menos formales.
Y antes de irme, rescato este disco del inglés Elton John, grabado en vivo. Piano, bajo y batería del por entonces rockero. Todavía faltaba mucho para que se hiciese la señora gorda y aburrida que es desde hace unos años este gran pianista y cantante.
En sus comienzos, desgranaba buenas canciones y de a poco fue construyendo un camino serie e importante. Bernie Taupin era su pareja y su letrista, juntos conformaron unos primeros cinco discos importantes y notables. Este es el tercero, pero no se cuenta como tal, ya que es un recital en la ciudad de Nueva york, con temas de otros discos. Pero hay que detenerse un poquito en este trabajo. Aquí hay excelencia, vigor y unas ganas locas de hacer temblar todo, entonces el disco suena a ese pequeña cuota de frenesí que siempre se tiene cuando se quiere parar el mundo y que todos sepan tu nombre. Aquí en esta ocasión hay pequeñas joyas musicales que nunca más volvió a grabar como el tema de los Rolling Stones: "Honky Tonk Women" o la notable y siempre estremecedora "Sixty Years On" o "Bad side of the Moon", son algunos de los momentos de este joven Elton aporreando el piano, sembrando de buena música en los comienzos de todo.
Disco para escuchar repetidas veces mientras se desvanece la maldición del año que se fue y llega el otro con su carga de alegrías.
Por eso para nosotros, los cachondos de siempre, nada mejor que la música para tratar de ser otros, de hacernos la vida un poco más llevadera. Porque de eso se trata, de dejar que la música nos permita pasarla un poco mejor y nada más. El resto es solo filosofía.
Feliz año nuevo!

sábado, 29 de diciembre de 2012

Los mayas y los otros

Se termina el año. Se ajustan cuentas con el pasado, se olvidan promesas imcumplidas y casi todos, seguimos cometiendo esos crímenes impares como si nada ocurriese a nuestro alrededor.
Nos despojamos de esa capa de soledad arbitraria y nos deseamos felicidades a punta de pistola. Ignoramos durante l resto de los días al prójimo y le sonreímos bobinamente en estos días. ¿Somos más buenos?
Diciembre siempre es un mes atroz. Tal vez en más insensatamente cristiano, forzosamente esclavizador. Aburrido y previsible. Un mes en donde, todo comienza a detenerse por el calor, las fiestas y esas esperanzas a lo Gregorio Samsa que nos invade, mientras dormimos.
Pasó el día de la justicia y no ocurrió nada. Clarín ahí sigue, periódico devaluado si ya los hay, sigue poniendo cautelares para defender la libertad de prensa, no saben que los cauteleres jurídicos son siempre para defender a las empresas. Ahí, entonces se ve el disparate de una empresa que quiere estar, seguir, estando fuera de la ley, por encima de ella.
La corte suprema. A los supremos se les ve la hilacha desde siempre. Los jueces sin máculas de la justicia argentina, no harán nada hasta ver los resultados de las elecciones del año que se aproxima. Si el oficialismo saca la misma cantidad de votos, sus señorías habrán de apresurarse. Si Cristina pierde, cosa harto improbable, la cuestión comenzará a dirigirse hacia la destitución democrática, llevada adelante por la suprema, que es casi de pollo y no de justicia.
Mientras tanto, regurgitando los opositores, encienden velas, mientras aplazan todo hasta marzo. Los periódicos siguen poniendo en el barro su ya poco prestigio y mienten, ya no elaboran, necesitan arremeter y seguir fogoneando esa propuesta de país blanco y poderoso. Ya no tienen la sede de la sociedad rural, cueva ecuménica del golpismo agentino. Se las expropió este gobierno, que no es ni nunca fue peronista, sino a lo sumo neo menemista con altibajos.
Pero a ella, los viejos y amargados lúmpenes de derecha, que ilustran, la dibujan asi. Creen que el gobierno ha perdido la iniciativa, que se ha alejado del pueblo, abandonando las calles y replegándose. Entonces la dibujan con un ojo negro, por el golpe formidable que la oposición le propinó en estos últimos meses del año. Eso quieren creer los de siempre.
Digo.
Hace menos de una semana que estoy en estas calles. El calor no es broma. Mucho arrebato en las compras, mucho movimiento. A veces me pregunto como hacemos para sobrevivir a esto, que siempre es efímero.
Pienso, mientras me distraigo en Manuel Puig, nuestro gran novelista argentino olvidado, silenciado, odiado
por los mediocres que manejan la cultura de este país o que mejor dicho hacen sus negocios y luego cobran jubilaciones de privilegio a costa del resto.
Puig insistió junto con el ruso Nabokov en algo que el psicoanálisis no percibe o bien no explicitan.
Me distraigo.
El psicoanálisis genera mucha resistencia pero también mucha atracción, es una de las formas más atractivas de la cultura contemporánea. Trae una épica de la subjetividad, una versión violenta y oscura del pasado personal. Es atractivo porque todos aspiramos a una vida intensa, en medio de nuestras vidas triviales, nos seduce aceptar que en un lugar secreto experimentamos o lo hemos hecho, grandes dramas, que hemos querido sacrificar a nuestros padres en ese altar del deseo y que hemos seducido a nuestros hermanos o luchado a muerte con ellos en una guerra íntima y que envidiamos la belleza y juventud de nuestros hijos y que también nosotros somos hijos de reyes abandonados al borde del camino. Somos los que somos, pero también somos otros, más crueles y más atentos a los signos del destino.
El psicoanálisis nos convoca siempre como sujetos trágicos, nos dice que somos extraordinarios, que nuestros deseos también lo son, que luchamos contra tensiones y dramas profundos y esto, siempre es muy atractivo. Porque el psicoanálisis es un arte, de la resistencia y de la negociación.Pero además es un arte de la guerra y de la representación teatral, intensa y siempre única.
Decía Puig que el inconsciente tenía la estructura de un folletín.
Me quedo leyendo y pienso en el acto. Toda sesión siempre se parece a una puesta en escena, un es esquema de entregas, una o dos veces por semana, en donde la ficción que somos hecha de sueños, de recuerdos, de citas son la letra de esta representación teatral en donde se construye ese relato secreto, esa trama invisible y hermética, hecha de pasiones y creencias, que modelan siempre nuestra experiencia.
Cambio.
Vuelvo a la política. La sensación de falta de herederos, genera ese vacío que arroja la nada. El gobierno no puede medir al contrincante, este se transforma en enemigo y no destraba la posibilidad de generar otras disposiciones, salvo las de la confrontación. Entonces nada.
Toda elite se autodesigna. Trata de legitimar su herencia a toda costa. Si la política concurre por otros caminos, estos quedan sin nada para enfentar la hegemonía.
Vuelvo.
Manuel Puig fue uno de los grandes escritores de este país, junto con muchos otros. En 1980, cuando todo era fuego y tierra arrasada el publicó tal vez una de las mejores novelas del siglo pasado. "Maldición eterna para quien lea estas páginas". Murió en el exilio. Ya nadie se acuerda de él, oculto entre tanta cuestión oscura. Antes había escrito otra de las grandes novelas llamada "Boquitas Pintadas", es el autor de "El beso de la mujer araña". Era homosexual. En su momento tuvo el éxito de prensa y de público. Nunca renegó de su vida y siempre y a pesar de todo, fue un tipo honesto.
La concepción conspirativa de la historia tiene la estructura de un melodrama, bien me lo se. No creo que a Puig lo haya silenciado una conspiración de escritores y periodistas heterosexuales sedientos de venganza. Creo que el tiempo de su producción estuvo marcado por un cambio trágico de nuestras vidas. ¿No concidió entonces con nuestro tiempo? No creo. Creo que la sociedad cruzada por los incendios no tuvo tiempo para él.
Pero hoy sin embargo habría que volver a leerlo. Desde otra luz, desde otro paisaje y desde otros tiempos, para reencontrarnos con un escritor magistral, que se formó en su pueblo perdido en medio de la pampa húmeda, escuchando radioteatros por las tardes. Así creció en él, ese voluntad por determinar desde un sitio casi ejemplar, la identidad de esos folletines o radioteatros, que conformaron una parte primordial de nuestra cultura popular.
Digo.
Escribo y no puedo parar. Sigo tratando de entender qué parte de mi cabeza sirve para interpretar este paisaje que hoy me rodea. Trato de comprender los caminos que sigo desde hace muchos años y que me alejan de las supuestas realidades nacionales que atravieso en pocas horas.
Entonces recurro a la música. Me suaviza.
Me distraigo con este italiano profundamente creativo y absurdamente desconocido fuera de Italia. Vinicio Capossela italiano nacido en Alemania y radicado en la Emilia-Romaña. Vinicio ha demostrado su talento desde su primer disco hasta este, uno de los últmos. Músico, poeta y escritor, juega con las diferentes disciplinas y plasma en sus trabajos musicales, muchos de esos guiños de otros ámbitos.
"Marinai, Profeti e Balene" es un recorrido por las historia del hombre y el mar. Disco doble en donde se entrecruzan ballenas blancas, sirenas y héroes surcando los mares, buscando siempre ese sitio lejano, inalcanzable y feliz. Por ahí andan Lord Jim, Job, Billy Bud e Ismael. La vista de Homero perdiéndose en el horizonte de un mar tranquilo. La poesía rescatada por este artista integral, que lo dicho es practicamente desconocido fuera de su "paese", pero que habría que escuchar casi obligatoriamente antes de que sea demasiado tarde para lágrimas.
Capossela autor de magnifícos trabajos, entre los que rescato "Ovunque Protegi", disco de mediados de la década pasada o "Da Solo" de hace unos años, son pequeñas obras de arte. Suenan todos los sonidos de un mundo que busca otras carreteras
Pienso.
Los mayas nunca hablaron del fin del mundo. Estúpidos hubo siempre. Sin embargo, otros que no son mayas pretenden siempre el fin del mundo.
Son esos señores de traje, que gobiernan y mientras sonríen, te despojan de lo poco que se tiene. Sonríen y desvalijan al prójimo. Después, como siempre indica la historia, los llevarán al matadero por una paja en ojo ajeno, por unos metros de frontera o porque ya va siendo hora de desarmar a tanto pobre a tiros y bombas.
Son esos señores que te dicen mirándote a los ojos, ya va siendo hora.
Mientras tanto jueces, señores que por este país no pagan impuestos, liberan a asesinos, violadores o tratantes de blancas, aduciendo que nunca hay pruebas de la existencia de esos mismos prostíbulos al que jueces, policías, fiscales, abogados, políticos, doctores, enfermeros, soldados y hasta curas suelen frecuentar con notoria alegría y frenético ardor.
No, los mayas nunca hablaron del fin del mundo. Los conquistadores en cambio siempre lo practicaron.
Sin darme cuenta, encuentro este libro. Sabiendo quien era Osip Mandelstam, quien junto a otra gran poeta rusa, Anna Ajmátova son dos de los grandes poetas de esa Rusia lejana, hoy bajo el frío. Ese país brumoso, que entregó grandes escritores, grandes poetas y por un momento, una de las ilusiones más grandes que hayan tenido los trabajadores de todo el mundo. Nadiezhda es su viuda, la viuda de ese poeta que escribió un día un poema en contra de Stalin y que pagó por ello. Ella, siguiendo a su compañero del amor, padeció después de la muerte de Osip, persecuciones y represalias, hasta que en los años cincuenta pudo volver a Moscú. Allí, respirando por primera vez con cierta tranquilidad comenzó a darle forma a estas memorias que hoy, me demuelen como un puñetazo en la cara. "Contra Toda Esperanza" es una lección de literatura en estado puro. Ella, que desde su casamiento con Mandelstam, siguió su estela. Memorizando sus poemas por falta de papel. Abrigando con su cuerpo una de las obras poéticas más importantes del siglo XX.
Libro valioso, escrito por una mujer que creyó en la revolución. Que no emigró, sino que permaneció junto a su pueblo, aún sabiendo la equivocación y entendiendo el terror como una parte más del poder. Aún y a pesar de todo esto, ella, no elige la venganza para hablar de su vida, sino que solamente rescata desde ese lugar del amor, los años en que naufragaron las esperanzas de un mundo mejor.
Asi, a lo largo de este libro, se cruzan Gorki y Pasternak. Babel y Bujarin. Maiakovski y Meyerhold, Bely y el gran Bulgakov. Erenburg y Esenin. Marina Tzvetáieva y muchós más coincidiendo en el espacio y el tiempo en un momento en el que el mundo pareció detenerse y comenzar a girar al revés.
Gran libro, de una mujer menuda y notable. Seguirle los pasos por los Urales o la siberia detrás de su marido, mientras ella memoriza todo como única defensa ante tanto olvido posible. Ella, sola con su amor incondicional y su escritura, se encarga de rescatar a muchos junto al gran Osip Mandelstam de esa larga noche que se comió a lo mejor de varias generaciones.
Pienso.
Por eso entre los mayas y los otros, me quedo con los primeros y con esta era de acuario que es la última, ya que no hubo tiempo para más. Me quedo con los mejores y que los otros, se preparen porque si no los despeina el viento los habrá de despeinar la historia.
Que no sea nada...

viernes, 28 de diciembre de 2012

El regreso

A lo mejor de la palabra, de esas perfectas inquietudes que persiguen el rastro de uno, o a lo mejor todo no sea otra cosa que seguir perfeccionando el autoengaño, como la unica forma narrativa perfecta.
Esa novela privada. La mejor novela de todas.
Leo,en una ciudad lejana que dejé, hace unos días, algo, que cuelgo ahora y que pertenece, según mi gusto y decisión, a lo que emociona. A la única forma sensasta de supervivencia que tenemos a mano.
Leo a Eduardo Galeano, escribiendo para el resto. Alumbrando esas zonas oscuras, por la que atravesamos y caemos siempre y siempre como alucinados, revivimos y seguimos.
Esto apareció en Pagina 12, lo leí en Madrid y me juramenté a mí mismo, mientras se nublaban los días, que lo pondría en mi blog, solamente, para que estuviera ahí, para que de tanto en tanto y entre tanto fascista profesional, poder volver a leelo, a recordar gracias a sus palabras, el campo de injusticia que nos rodea desde siempre.
No, no solemos ser inocentes e imparciales. Pero sabemos que siempre somos, seremos los mejores del pago. Por voluntad, por coraje personal, por nuestra profunda convicción de ser a pesar de ellos, porque siempre habrá un mundo mejor. Que será nuestro y en el que tendrán cabida todos aquellos que quieran compartir y alargar la alegría de los justos, la de los silenciosos, la del amor y sus perfumes.
Entonces sigo con esta costumbre de aligerar las charlas, de no seguir devaluando lo que más se devalúa entre nosotros: la palabra.
Digo.

Los derechos de los trabajadores:

¿un tema para arqueólogos?

Por Eduardo Galeano
Este mosaico ha sido armado con unos pocos textos míos, publicados en libros y revistas en los últimos años. Sin querer queriendo, yendo y viniendo entre el pasado y el presente y entre temas diversos, todos los textos se refieren, de alguna manera, directa o indirectamente, a los derechos de los trabajadores, derechos despedazados por el huracán de la crisis: esta crisis feroz, que castiga el trabajo y recompensa la especulación y está arrojando al tacho de la basura más de dos siglos de conquistas obreras.

La tarántula universal

Ocurrió en Chicago, en 1886.
El 1º de mayo, cuando la huelga obrera paralizó Chicago y otras ciudades, el diario Philadelphia Tribune diagnosticó: El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal, y se ha vuelto loco de remate.
Locos de remate estaban los obreros que luchaban por la jornada de trabajo de ocho horas y por el derecho a la organización sindical.
Al año siguiente, cuatro dirigentes obreros, acusados de asesinato, fueron sentenciados sin pruebas en un juicio mamarracho. Georg Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons y Auguste Spies marcharon a la horca. El quinto condenado, Louis Linng, se había volado la cabeza en su celda.
Cada 1º de mayo, el mundo entero los recuerda.
Con el paso del tiempo, las convenciones internacionales, las constituciones y las leyes les han dado la razón.
Sin embargo, las empresas más exitosas siguen sin enterarse. Prohíben los sindicatos obreros y miden la jornada de trabajo con aquellos relojes derretidos que pintó Salvador Dalí.

Una enfermedad llamada trabajo

En 1714 murió Bernardino Ramazzini.
El era un médico raro, que empezaba preguntando:
–¿En qué trabaja usted?
A nadie se le había ocurrido que eso podía tener alguna importancia.
Su experiencia le permitió escribir el primer tratado de medicina del trabajo, donde describió, una por una, las enfermedades frecuentes en más de cincuenta oficios. Y comprobó que había pocas esperanzas de curación para los obreros que comían hambre, sin sol y sin descanso, en talleres cerrados, irrespirables y mugrientos.
Mientras Ramazzini moría en Padua, en Londres nacía Percivall Pott.
Siguiendo las huellas del maestro italiano, este médico inglés investigó la vida y la muerte de los obreros pobres. Entre otros hallazgos, Pott descubrió por qué era tan breve la vida de los niños deshollinadores. Los niños se deslizaban, desnudos, por las chimeneas, de casa en casa, y en su difícil tarea de limpieza respiraban mucho hollín. El hollín era su verdugo.

Desechables

Más de noventa millones de clientes acuden, cada semana, a las tiendas Wal-Mart. Sus más de novecientos mil empleados tienen prohibida la afiliación a cualquier sindicato. Cuando a alguno se le ocurre la idea, pasa a ser un desempleado más. La exitosa empresa niega sin disimulo uno de los derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas: la libertad de asociación. El fundador de Wal-Mart, Sam Walton, recibió en 1992, la Medalla de la Libertad, una de las más altas condecoraciones de los Estados Unidos.
Uno de cada cuatro adultos norteamericanos, y nueve de cada diez niños, engullen en McDonald’s la comida plástica que los engorda. Los trabajadores de McDonald’s son tan desechables como la comida que sirven: los pica la misma máquina. Tampoco ellos tienen el derecho de sindicalizarse.
En Malasia, donde los sindicatos obreros todavía existen y actúan, las empresas Intel, Motorola, Texas Instruments y Hewlett Packard lograron evitar esa molestia. El gobierno de Malasia declaró union free, libre de sindicatos, el sector electrónico.
Tampoco tenían ninguna posibilidad de agremiarse las ciento noventa obreras que murieron quemadas en Tailandia, en 1993, en el galpón trancado por fuera donde fabricaban los muñecos de Sesame Street, Bart Simpson y Los Muppets.
En sus campañas electorales del año 2000, los candidatos Bush y Gore coincidieron en la necesidad de seguir imponiendo en el mundo el modelo norteamericano de relaciones laborales. “Nuestro estilo de trabajo”, como ambos lo llamaron, es el que está marcando el paso de la globalización que avanza con botas de siete leguas y entra hasta en los más remotos rincones del planeta.
La tecnología, que ha abolido las distancias, permite ahora que un obrero de Nike en Indonesia tenga que trabajar cien mil años para ganar lo que gana en un año un ejecutivo de Nike en los Estados Unidos.
Es la continuación de la época colonial, en una escala jamás conocida. Los pobres del mundo siguen cumpliendo su función tradicional: proporcionan brazos baratos y productos baratos, aunque ahora produzcan muñecos, zapatos deportivos, computadoras o instrumentos de alta tecnología además de producir, como antes, caucho, arroz, café, azúcar y otras cosas malditas por el mercado mundial.
Desde 1919, se han firmado 183 convenios internacionales que regulan las relaciones de trabajo en el mundo. Según la Organización Internacional del Trabajo, de esos 183 acuerdos, Francia ratificó 115, Noruega 106, Alemania 76 y los Estados Unidos... catorce. El país que encabeza el proceso de globalización sólo obedece sus propias órdenes. Así garantiza suficiente impunidad a sus grandes corporaciones, lanzadas a la cacería de mano de obra barata y a la conquista de territorios que las industrias sucias pueden contaminar a su antojo. Paradójicamente, este país que no reconoce más ley que la ley del trabajo fuera de la ley es el que ahora dice que no habrá más remedio que incluir “cláusulas sociales” y de “protección ambiental” en los acuerdos de libre comercio. ¿Qué sería de la realidad sin la publicidad que la enmascara?
Esas cláusulas son meros impuestos que el vicio paga a la virtud con cargo al rubro relaciones públicas, pero la sola mención de los derechos obreros pone los pelos de punta a los más fervorosos abogados del salario de hambre, el horario de goma y el despido libre. Desde que Ernesto Zedillo dejó la presidencia de México, pasó a integrar los directorios de la Union Pacific Corporation y del consorcio Procter & Gamble, que opera en 140 países. Además, encabeza una comisión de las Naciones Unidas y difunde sus pensamientos en la revista Forbes: en idioma tecnocratés, se indigna contra “la imposición de estándares laborales homogéneos en los nuevos acuerdos comerciales”. Traducido, eso significa: olvidemos de una buena vez toda la legislación internacional que todavía protege a los trabajadores. El presidente jubilado cobra por predicar la esclavitud. Pero el principal director ejecutivo de General Electric lo dice más claro: “Para competir, hay que exprimir los limones”. Y no es necesario aclarar que él no trabaja de limón en el reality show del mundo de nuestro tiempo.
Ante las denuncias y las protestas, las empresas se lavan las manos: yo no fui. En la industria posmoderna, el trabajo ya no está concentrado. Así es en todas partes, y no sólo en la actividad privada. Los contratistas fabrican las tres cuartas partes de los autos de Toyota. De cada cinco obreros de Volkswagen en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa. De los 81 obreros de Petrobras muertos en accidentes de trabajo a fines del siglo XX, 66 estaban al servicio de contratistas que no cumplen las normas de seguridad. A través de trescientas empresas contratistas, China produce la mitad de todas las muñecas Barbie para las niñas del mundo. En China sí hay sindicatos, pero obedecen a un estado que en nombre del socialismo se ocupa de la disciplina de la mano de obra: “Nosotros combatimos la agitación obrera y la inestabilidad social, para asegurar un clima favorable a los inversores”, explicó Bo Xilai, alto dirigente del Partido Comunista chino.
El poder económico está más monopolizado que nunca, pero los países y las personas compiten en lo que pueden: a ver quién ofrece más a cambio de menos, a ver quién trabaja el doble a cambio de la mitad. A la vera del camino están quedando los restos de las conquistas arrancadas por tantos años de dolor y de lucha.
Las plantas maquiladoras de México, Centroamérica y el Caribe, que por algo se llaman “sweat shops”, talleres del sudor, crecen a un ritmo mucho más acelerado que la industria en su conjunto. Ocho de cada diez nuevos empleos en la Argentina están “en negro”, sin ninguna protección legal. Nueve de cada diez nuevos empleos en toda América latina corresponden al “sector informal”, un eufemismo para decir que los trabajadores están librados a la buena de Dios. La estabilidad laboral y los demás derechos de los trabajadores, ¿serán de aquí a poco un tema para arqueólogos? ¿No más que recuerdos de una especie extinguida?
En el mundo al revés, la libertad oprime: la libertad del dinero exige trabajadores presos de la cárcel del miedo, que es la más cárcel de todas las cárceles. El dios del mercado amenaza y castiga; y bien lo sabe cualquier trabajador, en cualquier lugar. El miedo al desempleo, que sirve a los empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar la productividad, es, hoy por hoy, la fuente de angustia más universal. ¿Quién está a salvo del pánico de ser arrojado a las largas colas de los que buscan trabajo? ¿Quién no teme convertirse en un “obstáculo interno”, para decirlo con las palabras del presidente de la Coca-Cola, que explicó el despido de miles de trabajadores diciendo que “hemos eliminado los obstáculos internos”?
Y en tren de preguntas, la última: ante la globalización del dinero, que divide al mundo en domadores y domados, ¿se podrá internacionalizar la lucha por la dignidad del trabajo? Menudo desafío.

Un raro acto de cordura

En 1998, Francia dictó la ley que redujo a treinta y cinco horas semanales el horario de trabajo.
Trabajar menos, vivir más: Tomás Moro lo había soñado, en su Utopía, pero hubo que esperar cinco siglos para que por fin una nación se atreviera a cometer semejante acto de sentido común.
Al fin y al cabo, ¿para qué sirven las máquinas, si no es para reducir el tiempo de trabajo y ampliar nuestros espacios de libertad? ¿Por qué el progreso tecnológico tiene que regalarnos desempleo y angustia?
Por una vez, al menos, hubo un país que se atrevió a desafiar tanta sinrazón.
Pero poco duró la cordura. La ley de las treinta y cinco horas murió a los diez años.

Este inseguro mundo

Hoy, abril 28, Día de la Seguridad en el Trabajo, vale la pena advertir que no hay nada más inseguro que el trabajo. Cada vez son más y más los trabajadores que despiertan, cada día, preguntando:
–¿Cuántos sobraremos? ¿Quién me comprará?
Muchos pierden el trabajo y muchos pierden, trabajando, la vida: cada quince segundos muere un obrero, asesinado por eso que llaman accidentes de trabajo.
La inseguridad pública es el tema preferido de los políticos que desatan la histeria colectiva para ganar elecciones. Peligro, peligro, proclaman: en cada esquina acecha un ladrón, un violador, un asesino. Pero esos políticos jamás denuncian que trabajar es peligroso, y es peligroso cruzar la calle, porque cada veinticinco segundos muere un peatón, asesinado por eso que llaman accidente de tránsito; y es peligroso comer, porque quien está a salvo del hambre puede sucumbir envenenado por la comida química; y es peligroso respirar, porque en las ciudades el aire puro es, como el silencio, un artículo de lujo; y también es peligroso nacer, porque cada tres segundos muere un niño que no ha llegado vivo a los cinco años de edad.

Historia de Maruja

Hoy, 30 de marzo, Día del Servicio Doméstico, no viene mal contar la breve historia de una trabajadora de uno de los oficios más ninguneados del mundo.
Maruja no tenía edad.
De sus años de antes, nada decía. De sus años de después, nada esperaba.
No era linda, ni fea, ni más o menos.
Caminaba arrastrando los pies, empuñando el plumero, o la escoba, o el cucharón.
Despierta, hundía la cabeza entre los hombros.
Dormida, hundía la cabeza entre las rodillas.
Cuando le hablaban, miraba el suelo, como quien cuenta hormigas.
Había trabajado en casas ajenas desde que tenía memoria.
Nunca había salido de la ciudad de Lima.
Mucho trajinó, de casa en casa, y en ninguna se hallaba. Por fin, encontró un lugar donde fue tratada como si fuera persona.
A los pocos días, se fue.
Se estaba encariñando.

Desaparecidos

Agosto 30, Día de los Desaparecidos:
los muertos sin tumba,
las tumbas sin nombre,
las mujeres y los hombres que el terror tragó,
los bebés que son o han sido botín de guerra.
Y también:
los bosques nativos,
las estrellas en la noche de las ciudades,
el aroma de las flores,
el sabor de las frutas,
las cartas escritas a mano,
los viejos cafés donde había tiempo para perder el tiempo,
el fútbol de la calle,
el derecho a caminar,
el derecho a respirar,
los empleos seguros,
las jubilaciones seguras,
las casas sin rejas,
las puertas sin cerradura,
el sentido comunitario
y el sentido común.

El origen del mundo

Hacía pocos años que había terminado la guerra española y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República.
Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros, le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó.
Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio.
Me lo contó: él era un niño desesperado, que quería salvar a su padre de la condenación eterna, pero el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones.
–Pero papá –preguntó Josep, llorando–. Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Y el obrero, cabizbajo, casi en secreto, dijo:
–Tonto.
Dijo:
–Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.



Sigo.
Y como música de fondo. Sigo rescatando momentos, olores y amores.
Disco emblemático del inglés de Sheffield, plomero y enamorado del sonido de la música negra. Joe Cocker, en el mejor momento de su historia personal y artística.
Venía de deslumbrar en Woodstock, de sacar dos disco previos y de la versión de "Con una pequeña ayudita de mis amigos" de The Beatles.
Un gira por una infinidad de ciudades de los Estados Unidos. Un maratón enloquecido, con casi veinte personas en el escenario acompañando a este señor- Con León Russell como maestro de ceremonias y con un disco doble, vibrante y pleno.
Hubo, hay una película con esta gira. Film que ví repetidas veces, con mis amores de aquellos años a cuestas, solo o con mi hermana, entre muchos o en salas vacías.
La fuerza desmadejada de este blanco cantando como un negro, recorriendo canciones de otros y por fin, haciéndolas distintas, con otras vidas.
Buenos Aires era un pueblo grande por aquellos años.
Era el lejano sur, el más lejano de todos los conocidos. La cultura pasaba por otros perfiles. Pero, pero nuestra cultura, la propia, la que por esos años latía en estas plazas y orillas, permitía que esta mezcla diese, como dió un resultado diferente y a lo mejor, un poco más atractivo, de lo que realmente dió.
Después de esta obra de arte, Cocker, se hizo una cura que duró casi tres años. Se apagó y se convirtió en otra cosa.
Un señor que quería ser famoso y nada más.
Nunca pudo ser otra cosa. Queda este disco avasallador y rugiente, que suena a como deben sonar las músicas en el infierno y con eso, algunos ya tenemos bastante.
Salud!

martes, 13 de noviembre de 2012

Es noche de fandangos




Siempre recuerdo la noche antes. Siempre me produce una rara sensación la noche antes. Los preparativos rudos. Los silencios interminables. Los nervios. Fumar a solas e medio de frío. Hacerse un café. Especular también a solas. El miedo. La angustia chorreando nombres.
Siempre, inocultablemente recuerdo la noche antes.
Habrá traidores. Villanos. Héroes y anónimos. Pancartas ingeniosas y de las otras. Habrá música, siempre la hay. Habrá un murmullo sobrecogedor a cada paso. Una sensación a corazón rebelde que golpea a cada paso dado.
Pero la noche anterior queridos. ¡Ah!  Esa noche es de lo mejor que tiene esta vida, corazones solitarios.
No haberla vivido nunca, es un pecado insostenible y perdurable.
Esta noche es lo mejor de la tarea.
Cuando  se preparan los fierros. Cuando la molotov descansa antes de fuego. Cuando la garganta todavía es virgen y joven, para el grito, para el insulto. Cuando el puño todavía es mano.
Cuando comienzan a plegarse las pancartas. Cuando todavía el olor a pintura sobrevuela nuestros cuerpos.
Cuando el cansancio es tal, que todavía, siempre quedan fuerzas.
Cuando los cafés esperan abiertos por los mejores, esos, que siempre son los imprescindibles.
Cuando las novias y mujeres, se quedan desveladas, para acompañarnos  con furia, con ese odio que construye, que nos cobija, nos da calor y coraje en camas liberadoras.
La noche antes de la huelga.
Ese es el mejor momento. El anónimo y casi secreto.
El que hacen aquellos sin nombre. Aquellos que nadie recuerda nunca cuando recuerdan.
La noche antes. La noche de la luna con gatillo. Casi la única noche que merezca ser recordada siempre.
La última noche de paz en la tierra. La noche en donde nos preparamos. En dónde sabemos que ellos también se preparan.
La noche de penúltimo toro.
La noche de la brea. Del agua con harina. De cigarrillos compartidos en la espera.
La noche de futuras insolencias. De permitidas rebeldías.
La noche del debut.
La noche sin amor pero con amor profundo. La noche compañera.
La palabra colgada del labio de la historia.
La noche del hiede la tiempo rotundo. La noche de las putas en celo. La noche del miedo de los parapoliciales. La noche como tortura muda que todavía no tortura en la sección al de turno.
La noche antes de la huelga general.
Esa noche que nos cobija, mientras se desarman las defensas y se arman las alarmas de los que que tienen miedo. Los de siempre, casi los mismos.
La noche antes de los palos.
Antes de los gritos y el dolor. Esa noche vanguardia que nunca tienen los enemigos.
La noche silenciosa de nuestros hijos con miedo pero calmos por la honestidad de nosotros ante tanta pregunta sin respuesta digna.
La noche antes, la de alquitrán y la cadena.
La espera en bares, silenciosos. La cita en otra parte. Las postas sanitarias. El que vende las banderas y sabe de nosotros.
La huelga general. Siempre.
El incendio previsto. La puteada justa en la garganta.
El dato preciso por donde escabullirse. La risa triunfadora dedicada a enemigo.
La justicia revolucionaria.
La noche antes. Los minutos difusos y eternos y los cigarrillos compartidos. La ginebra tibia. El café frío. La risa rabiosa, el sueño pertinente.
La noche compañera compadre.
La noche que anuncia un  cielo de banderas.
Un cielo de banderas rojas y negras, un cielo plagado de banderas que impidan las lluvias, que convoquen siempre a viento. A tanto viento suelto.
Por que sabemos que a ellos sí no los despeina el viento, los habrá de despeinar la historia.
Porque esta noche me quedo a cantar con los obreros y aunque nadie me invite, me voy con ellos en medio de la noche a perseguir ese brillo y esa idea, que ellos llevan encima como una sangre o como un juramento digno y casi eterno.
Me voy a la huelga general compañeros y que les garúe finito.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Del día que Durero pintó un rinoceronte


Llueve sobre Madrid. Llueve  sobre los nadies de siempre que caminan bajo ese agua suave que tiñe el otoño de esta ciudad.
Madrid resiste, se queda quieta en medio de esta quiebra anunciada, no claudica y trata de mantener el tipo a pesar de banqueros y más banqueros. Comienzan a suicidarse los más tristes, los más desesperados. Los que pierden lo único que tienen en manos de estos banqueros devenidos ahora en políticos.
Esta es la etapa del genocidio liberal que tanto aman algunos. Es esta la temporada de la sangre en donde, por el momento, los cuerpos los ponen de un solo lado.ño .
A pesar de estar ya viviendo la resaca pastosa, de sentir la lengua como una toalla seca, sigue imperando cierta frivolidad.
Es que los que se suicidan son siempre los otros.
Digo.
Gran marcha del lumpenaje de derechas en ese país lejano que casi siempre es el mío. Ojalá que hagan una por semana. Ojalá que sigan siendo tan idiotas los fascistas argentinos. Sigan, por ese camino de insultos y furias y haga una marcha por día, que no descansen en s trémulo trabajo de salvadores de la patria y hagan marchas y más marchas.
Seguros como están se sienten salvadores de la patria. Seguro no saben que el patriotismo siempre es el refugio de los mediocres. Enarbolan banderas y consignas sobre partes del sexo de la presidenta. Se sienten orgullosos y protestan porque el país, ese otro país, no es el de ellos.  Es el de los otros, también de esos nadies, que no son ellos y que nunca serán ellos.
Ese ascenso social que perciben por los alrededores, los cohibe y los enfurece. Ese consumo al cual acceden los más pobres, les produce una cierta picazón imprudente que les quita el sueño y el deseo.
Se podría decir que estos tontos de alcurnia, hijos de la argentinidad, dueños de la historia, de lo único que están seguros es de que no quieren bajo ningún pretexto, que les sigan moviendo el piso los de abajo.
Es decir que basta con estos temblores sociales que meten miedo en el cuerpo decente de la patria de uno. De la patria de ellos, la nuestra es la de los nadies y bien contentos que vamos con ello y que estamos con esto. Ser los nadies tiene su cuestión de la que ya hablaré en otro momento.
Vuelvo.
El individualismo siempre produce pocos individuos. Produce extraños que un día descubren que le han quitado la escalera y que el esta sujeto por el pincel con el que pintaba momentos antes.
Y ahí en ese mundo sin individuos descubren que por ejemplo Durero hizo el retrato de un rinoceronte sin haber sito nunca a ninguno. El primero en llegar a Occidente. Información que demostró ser útil en contra de la pobre bestia, que una vez ya identificado y a partir de ese momento le quedaban por delante pocos siglos  de vida. Pocos comparados con los que seguramente soñaron y especularon los padres de esta raza herbívora y belicosa mientas pastaban tranquilos en un mundo deshabitado.
Su cuerno, cuando no porque pareciera ser todo siempre una cuestión de cuernos, se utilizó y se utilizará en estos momentos para posibles erecciones paupérrimas y miserables, que pululan siempre entre los individuos y no entre las personas.
Porque con erecciones o elecciones o cuernos, allá vamos. A nosotros lo que nos importa es ver , por ejemplo el cuadro o mejor dicho el grabado de Durero. Quedarnos quietos y preguntarnos, por ejemplo, como se le ocurrió al pintor pintar lo pintado.
En qué momento tuvo la certeza de esos trazos, de esos colores, de esa cierta sensación de capturar un momento, que pasados los años, seguiría quieto y vistoso, como le debe haber parecido al pintor.
Sin embargo la representación tan poco fiel del original, mantuvo su poder de seducción durante mucho tiempo.
Cambio.
Sábado a la noche en Madrid. Hoy hay liga. La vida sigue, un poquito más allá y a pesar de esa tristeza que los días lluviosos de otoño bordan los contornos de una ciudad, las mujeres se preparan y los hombres también. Hoy habrá deseo y otros fuegos.
Me llegan como olas submarinas noticias de mi otro país. Pero las postergo, las dejo ancladas en la sal de esto días. Ya volveré y volveré a inmiscuirme en ese día a día, que se vive, que me vive a toda hora a marcha forzada.
Hoy estoy en Madrid, con frío, agua y abrigos.
Vuelvo.
Durero es inexplicable en todo.
Voy al Prado sólo a ver su "Adán y Eva ". Buscar las líneas de los contornos de esos dos cuerpos estáticos y plenos de vida. Llenos de vergüenzas y sonrojados por la mirada del que se detiene a mirarlos.
¿Será?
Era matemático, alemán y pintor. Durero y fue, es uno de los pintores más importantes del  1500.
Conozco personas que lloran cuando ven ese cuadro del Prado. Otros se, porque me lo han contado, se siente incómodos ante la presencia de ese cuadro exquisito. Otros se alejan y lo observan de lejos. Tienen temor a entrar en esa órbita de color y fineza . Algunas voces me dicen mientras escribo que la pintura es una manifestación del lenguaje en tanto lenguaje.
Me quedo callado. Miro por la ventana desfilar, una copia desdibujada por aguas y paraguas, tropezando por las calles en un sábado de puente a aquellos bienaventurados que habrán de desbrozar una noche como se pueda.
Digo.
Tardo más en todo. Más en escribir. En percibir ciertas cosas con la destreza de antes. El amor se me escapa de entre los dedos como el viento mismo.
A veces me siento como ese personaje de Katherine Mansfield que al salir de su casa, descender los tres escalones de la entrada, descubre que ya es demasiado viejo por primera vez para la primavera que lo rodea.
No hay nada que hacerle debemos volver a leer a esta mujer de Nueva Zelanda.  A esta escritora que murió a los 37 años y que tuvo no obstante la capacidad de renovar un género como el cuento y marcar una tendencia literaria, que aún hoy continúa vigente a pesar de los varoncitos dueños de las verdades más rotundas en literatura y otras cuestiones.
Me pierdo. Me ilusiono con cada cosa que leo.
Me sigue impresionando ese mundo enmarcado entre las hojas de un libro. El recorrido del pensamiento del autor, la visión y la certeza de escribir.
Me hago lento. Me hago sombra en cada palabra que se me cruza en mi camino hacia algo. Porque creo que la verdad siempre es como una sombra y ahora que estoy en esta etapa de casi madura oscuridad descubro esta lentitud de saber que siempre habré de quedarme parado cuando el resto toma asiento.
Un equivoco.
Pero estoy en Madrid y con eso tengo bastante. La semana se diluye y comienza la nausea del domingo, la resaca seca que antecede al primer día de la semana. Pero hoy tengo conmigo un nuevo libro de cuentos de la canadiense Alice Munro. "El progreso del amor" se llama y son cuentos para saber de que se trata ese lado denso de nuestras vidas, de nuestras querellas contra la vida que siempre tiene un fin. No una finalidad. Un final.
De eso se trata todo. De vivir sabiendo siempre que existe ese final. Que nada es gratis, que la vida no dura toda la vida.
Sigo.
Ahí esta Durero dibujando un rinoceronte sin haberlo visto nunca. Ese día, cambiaron los días en este terreno que llaman Europa. Ese día, sin saberlo comenzó el principio del fin de esa bestia lejana, pastoril y casi miope, poseedora de un solo cuerno que para colmo, que sería la larga el motivo de su perdición. Como todo ese día, el alemán al ver el boceto que te llegaba desde la inconclusa. Lejana Lisboa, habrá pensando en medio de tanto renacimiento enardecido, que las circunstancias y las matemáticas habían acordado por fin para darle una sorpresa.
Ahí esta el grabado que hizo el artista. Ahí los trazos finos y más allá, los remaches que dibuja como una armadura medieval.
Se extraña ante el resultado. Un animal con hierros por piel. Se queda pensativo. Mira por la ventana de su estudio. Escucha el llamado al Angelus, sonríe, oye el rumor de las moscas rabiosas de siempre, la risa de las mujeres en la calle y vuelve a su trabajo a contemplar la plancha de su grabado, que cuando entre en la prensa saldrá de allí algo, que no sabe.
Ajusta los tacos, gira la manivela y la historia que todavía no lo sabe cambia para siempre.
¿Habrá sido así?
En fin amigos especulaciones como siempre. V

martes, 6 de noviembre de 2012

El pez banana en Madrid

Hay momentos en donde todo adquiere otro color. Se ve desde otro lado ese costado que se nos negaba. A veces, con estar basta. Madrid esta ahí, invita a caminar, cosa que Buenos Aires casi no. Y eso se agradece, porque es la única forma de amar a esta ciudad. Paso a paso.
Como se debe siempre.
La camino mientras compruebo que el malestar configura conciencia política de forma natural, es entonces cuando descubro el costado menos expuesto de esta crisis en el madrileño de a pie, cuando de a poco, comienza a construir ese malestar en política antes de que todo sea demasiado tarde.
Me reencuentro con un libro leído una. Una y mil veces, manoseado y recomendado. "Nueve cuentos" de J. D. Salinger . No es casualidad nunca nada lo es. 
Entonces me acomodo y comienzo por el principio de este libro que sigue conteniendo todo lo necesario para volver a releerlo y descubrirlo. Darnos cuenta que estos últimos cuarenta años han sido de risa.
Ahora que los días son como nubes, que uno esta menos inquieto, que tiene un sitio en su equipaje para sellar su amistad con semejante manojo de emoción hecho palabras, imágenes y más palabras, que Salinger entrega en cada respiración posible. Ahí esta de nuevo este cazador oculto, que en su momento, en lo peor de la adolescencia me marco el rumbo en una parque lejano de una ciudad lejana y siempre clausurada por ser del enemigo.
El mundo nunca suele portarse bien con nosotros. Sn embargo, nosotros siempre le regalamos nuestros mejores poemas, nuestras más tibias canciones. Y así, un día descubrimos que nos hemos cansado demoliendo paredes para salvar las ventanas y terminamos solamente preguntándonos ¿qué?
Entonces Madrid se aquieta. Se detiene, aunque nunca lo haga del todo. Ronronea desde lo profundo y necesario, como decía Juan Ramón Jiménez ante esa casta de analfabetos, trepadores e impresentables que habrían de sobrevivirlo, que sin duda nos habrán de sobrevivir a muchos de nosotros: " Y hoy me iré/ y se quedarán los pájaros cantando".
Digo.
Recordemos la primera frase de " La Metamorfosis" del que quería ser pequeño y que definió como pocos al siglo pasado, incrustando su nombre por sobre todas las cuestiones atinentes al siglo más loco y desgarrador que haya vivido la raza humana. Recordemos esa primera frase del checo que escribía en alemán y que murió antes de esa llaga con música robada a Wagner o cedida por este, que a esta altura vendría a ser más o menos lo mismo.
El oficinista tiene nombre y apellido. Sin embargo se convierte en algo, que sin lugar a dudas es. Cabe especular. Pero después de la lectura de esa primera intención uno puede cerrar el libro, tomar aire. Pensar que todo es ridículo y que es solamente una broma o seguir el camino y descubrir a uno de los autores más revolucionarios y potentes que haya dado la modernidad en lo que va de ella.
Digo Kafka y estoy en Madrid.
Es raro, a veces tengo la sensación de no haber ido, de no haberme marchado hace un tiempo. Todo sigue igual. Todo permanece y sólo aparentemente estos meses no han modificado nada.
Pero algo se ha movido de foco. De golpe me acomete la necesidad de esta y no estar al mismo tiempo. Esa contemporánea necesidad de ver y registrar cada paso dado. Un cuadro de Durero en el Prado. Una cerveza en Avenida América y una charla sin heridos en Atocha.
Bajo buscando el Manzanares y me descuelgo por Embajadores entre mulas y náufragos. A brillar mi amor, vamos a brillar dice una canción vieja de mi otro país. A eso juega entre harapos sentimentales esta ciudad donde todavía no ha arribado la locura del desastre, por más miedos y juramentos que se desprendan a cada paso por esta ciudad que brilla a pesar de la policía y beneméritas dispuestas magullar almitas y penas.
Leo que Nabokov entre las cinco mejores novelas de la historia se refiere a una que se llama "Petersburgo" de Andrei Biely. Pediré a mi amigo Enrique que desde ese suburbio que queda en Moscú escriba algo para descubrir a este autor, que debería ser obligatorio según parece. Y ya que está y de paso, para darle una alegría, que escriba sobre: Shklosvki y ese otro energúmeno llamado Eichenbaum. Que nos hable de la mezcla de géneros , de esa promiscuidad que se encuentra cuando nada, ya nada es como dictan manuales y buenas costumbres. Esa especie de camino que se inventa desde siempre y para dolor de beatas y gimientes vírgenes de oído liviano y cirio a mano. Mixtura de intenciones, que generan una nueva literatura hacia la nada que en definitiva es el propósito de la literatura, su propia extinción
Y sigo andando por este Madrid y ahora me recuesto de nuevo contra el respaldo de la vieja silla que me sostiene y vuelvo a mi viejo amigo Salinger y a esos cuentos, que vuelven a seducirme. Ahora que el tiempo pasa con lentitud y hasta con cierta facilidad, me dedico a mirar por la ventana de bares a una ciudad que también y por fuerza propia es de Salinger y de sus personajes y míos porque no.
Vuelvo.
Ahora que soy un hombre, alejado del joven que fui, no se sí mis recuerdos son ya puro invento o hebras de historias malas, que intento entrelazar en un tiento fuerte. Malo pero fuerte.
Por ejemplo a este costado de camino percibo la tranquilidad de estar vivo. Lamento las muertes de amigos, pero en lo profundo de mi radica ese suspiró de alivio. Es políticamente incorrecto. Pero comprobar que es el otro el muerto, que por un momento uno se ha salvado es algo, que permite sin dudas, enunciar otro método de vida o por lo menos otro discurso.
Para quien no ha vivido inmerso en la violencia que otros han leído en Rulfo o percibido apenas en Borges queda siempre la sospecha de la misma, la enumeración ficticia, la nada y poco más 
Recuerdo una vez cuando éramos chicos con mi hermana, fuimos llevados a un tiroteo por nuestro padre ¿es verdad este recuerdo que recuerdo a estas horas en una Madrid que permite, que me permite a mi desempolvar este recuerdo?
 ¿A ver un tiroteo o los muertos del mismo? ¿Qué buscábamos los tres esa tardé de calor en una ciudad perdida en medio del mapa?
Se justifica la vida con la muerte de los otros. 
Es que los adultos somos siempre unos estúpidos de academia. En realidad deberíamos precisar en que momento nos convertimos en esa rareza del paso de la infancia, estupidez a la nueva y definitiva infancia. 
Me repito. Queda tan poco de lo que soñábamos cuando éramos jóvenes y que sin embargo pesa como un pecado de piedras que nos agobia sin misas ni redenciones. 
Pero algo queda. Sigo sintiéndome huésped y no patrón del sitio que hábito. Percibo que detrás de todo esta esa sensación de estar por sobré nacionalidades y sus himnos, de pequeñas miserias de esa identidad refractaría que siempre significa pertenecer a algo.
Vuelvo.
La situación de supervivencia es la situación central del poder. No es un hecho despiadado o salvaje es algo únicamente concreto y real. Uno nunca se cree tan grande cuando es confrontado con un muerto. Con la nada que yace cubierta por una sábana y tiesa, una madrugada cualquiera, una noche cualquiera.
Lo hago más pequeño. Con un trabajo, con un amor, son escalas mínimas que no traspasan el orden del discurso, porque el poder es otro. Es que en esta situación lo que prevalece es lo otro. Al terror inicial se le impregna luego la satisfacción más primaria de seguir vivos hasta la próxima oportunidad de confrontación con este hecho.
Estoy en Madrid.
Leo a otros hasta volverlos otros. Escribo siempre después de los otros. Soy el otro, que se funde con el paisaje hasta disolverme. Viajo alrededor de la emoción, me detengo en los pálidos labios de la noche y me recuesto en esta especie de sensibilidad que me rodea a estas horas en esta ciudad en medio de la meseta castellana o casi.
Recuerdo a Borges: " Lo que hace un hombre es como sí todos los hombres lo hicieran..."dice en algún momento en algunos de sus cuentos que lo sobreviven a el, a pesar de su viuda hambrienta y de la ideología burguesa que se apropió de todo espacio lingüístico hasta hacer que nuestro lenguaje devenga solamente de ella.
Por eso el robo es una obligación hasta casi moral.
Anochece y Madrid se prepara para una nueva semana de puente y de cierta exagerada alegría muy de primer mundo. 
Tengo mi tabla de salvamento que se llama "Nueve Cuentos" y que esta noche, desde mi cuartito madrileño habré de motivar las miradas suspicaces de vecinos y vecinas excitadas por la llegada del nuevo al barrio. Esa luz encendida hasta altas horas de la madrugada harán pensar e imaginar a los que tienen siempre tiempo de más para hacerlo y de eso suele tratarse siempre esto.
Que no sea nada.

lunes, 5 de noviembre de 2012

A estos hombres tristes


Estoy en Madrid nuevamente. Vengo muy Pessoa. Suelto de casi equipaje. Vengo a verme ver, a recordarme en este vaivén que vivo desde siempre. Desdoblado, como ese escritor que siempre quise ser, que era el personaje principal de "La Notte" de Antonioni.
Vengo saludando la vida, soñando con ese fracaso mejor que pedía Beckett.
Llego entonces a la estancia de ese amor profundo que para mi es esta ciudadela sin fundadores ni padres heroicos. Apenas una ciudad formada en n cruce de caminos, hacia donde llegaban cansados y polvorientos, caminantes y putas.
Parando a la vera del camino, se fueron quedando algunos en medio de calor . Así y amontonando trastos e historias, un día fue Madrid. Es Madrid.
Digo.
Un país que se desvasta, que se incendia de forma premeditada y anunciada. Un país que es paraíso de los asaltantes con título universitario y perfumes caros. Un país que todavía no ha vuelto al camino de la locura más desbocada. Eso es España hoy para mi.
No es la verdad cierta, pero es lo que veo mientras recorro calles y bares. Hay más silencios, más asperezas, más nervios y más bocinas en las calles.
Habrán de ajustar los aires, de cerrar las lluvias, pero esta ciudad seguirá siendo heroica mientras resuena el aria de la esclavitud.
Vuelvo.
Nada, como algo, ocurre en ninguna parte. Este dejarme vivir, ir hacia las profundidades es lo que facilita, creo, este esquema de vagabundeo que debe ser la vida. Pasados ya los tormentos de la infancia y la educación oficial, nos queda solamente esto. Vagabundear irnos hacia esas profundidades que nos esperan sin gloria y sin pena.
Ese recorrer el desierto siempre, saber que la vida es siempre demasiado breve como para aburrirnos y sin embargo nos aburrimos desconsolados y reiterativos, pasamos pues eludiendo los motivos y dejamos pasar el tiempo.

Como el personaje de Ives Montand en la película de Alain Resnais, "La guerra ha   terminado", especulo en esta Madrid con la certera sensación de estar situado en un límite en donde sólo yo, percibo la historia, mientras la historia es otra, como siempre.
El cine en blanco y negro. Como la vida misma, sumando grises y arrebatando secuencias de preguntas hechas en las sombras.
El faro de Cascáis, los poemas de Pessoa y los libros de Beckett se ciernen en esta ciudad mientras estoy aquí. Pensando .
Sufro sin pena la vida. Me preparo para lo mejor con profunda alegría mientras a mi alrededor en El Comercial, leen los diarios y disfrutan de las mentiras a sabiendas. Es decir,tenemos cuernos, pero el resto también los tiene.
Vuelvo.
Entonces un día hay vida, dice Auster que dice su padre tal vez en su mejor novela. Un día hay vida. Y con eso uno construye la alegría profunda de solventar esta vida sobre alimentada de fracasos,  entonces y concluyendo con esta felicidad envasada que nos obligan a comer, seguimos. Unos y otros, compartiendo amores y panes. En este cruce de caminos del cual nadie es dueño ni nadie empleado.
La vida es demasiado breve y sin embargo nos aburrimos. Teniendo como tenemos por delante el mejor siglo de la estupidez humana nos enfrascamos en el olvido, porque realmente y en el fondo nada nunca es realmente importante.
Digo.
Madrid es una ciudad que atrae. Que seduce y que obliga a tener siempre alerta la conciencia de ese algo que nos pinta la cara. Es el amor perfecto. Ese amor loco, mal que les pese a los cuidadores de la salud mental, es esa locura hecha ciudad. No arrebata ni despoja, construye en uno la delicada sensación de vida.
No es la melancolía porteña que nos precede y que nos viste. No es la alegría desenfrenada de Río de Janeiro y ese sudor que altera las sensaciones de lo doble. No es lo exquisito y susurrado de París. Madrid es solamente una Villa rescatada por algún rey loco y zángano como todos los reyes, que un día la convirtió en capital de algo.
Extraño Buenos Aires? Cuándo se viaja se dejan países detrás, cuando nos movemos nos preocupa solamente lo que viene por delante. Se viaja como se olvida.
Es que ya estuve aquí antes de estar jamás.
El Comercial va despejando se esté domingo a la noche. Llueve y todo se vuelve arisco. Se limpian limpian las calles y la noche prosigue con su camino.
Hoy todos dormirán temprano.
Mientras tanto me quedo pensando en esa canción de Almendra cuando le cantaba a estos hombres tristes, allá o cuando el mundo era grande, lejano y ajeno.
Un saludo a tutti.

sábado, 27 de octubre de 2012

Lo dicho

Faltan horas, apenas horas para que me vaya por un especio de tiempo si se quiere breve. Como siempre suele ocurrir con estas salidas, uno olvida cosas, no dice o dice demasiado. Se despide como si fuese a una guerrita particular. Vuelve a producir su cuerpo y su lengua, malos entendidos. Se hieren los que antes nos querían por ese movimiento de alejarse nuevamente.
Me quedo mirando el Río de la Plata. Ancho, color león, furioso cuando sopla el sudeste, castigador no de aquellos que lo surcan en lanchas veloces o veleros de película. Castigador tradicional de los que no tienen nada y viven en sus orillas esperando, siempre esperando la hora de la pesca. En fin. Me quedo mirando ese río, ese mar de agua dulce que despistó a los conquistadores en su momento. Un mar dulce, que baja arrastrando todo a su paso desde el Brasil y también desde el Paraguay. Sumando aguas ríos que desembocan en esa serpiente líquida que baja desde el norte.
Es este un país de aguas y barros.
Ese río ancho, lejano y a la vez presente en los látidos de nuestras vidas. En el se reclinan los suicidas y se apoyan los que quieren ver el otro lado de un mundo que los ha olvidado hace muchos siglos.
Este país de barros y aguas sin soplo divino ni nada que se le parezca. Y sin embargo pendiente de las corrientes que surgen de su costado, vive mirando esa mancha marrón que no cesa de moverse, de cambiar a cada momento como si ese río perpetuo fuésemos nosotros o por lo menos una especie de alter ego, que nos tiene amarrados desde el momento mismo en el que el conquistador bebió el agua de esta mar dulce.
Digo.
Me pongo cachondo y leo:

TALA

Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos labios que saben
todas la tablas de multiplicar y las poesías más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,
me quito las uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve
esa manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las perchas
donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.
Arree con la casa, fuera de todo,

déjeme como un hueco, o una estaca.
Tal vez entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, eso boy scout,
y esté igual que la alfombra que ha aguantado
su lenta lluvia de zapatos ochenta años
y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde
se borraron los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin vos diga tu nombre cierto
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.

 

Y me dejo llevar por ese escritor grande que se llamó Julio Cortázar, que desde esas latitudes que tienen las noches, escribió y sumó palabras y mensajes en esta radical forma de buscar que tuvo este escritor, que también escribió poemas. Nos hizo viajar libres por mares que parecían ríos y ríos que parecían siempre las mejores mujeres.
"Rayuela", "El Libro de Manuel", "Bestiario" son solo partículas de una biblioteca gigante e inmortal que nos busca el origen y que nos lleva a cualquier parte.
A veces nos olvidamos un poco de él. Lo dejamos entre nuestros libros, abandonamos sus libros manoseados, ajados, leídos y subrayados entre nuestra ropa interior o entre la ropa interior ocasional de esos amores locos, que algunos alguna vez transitamos como la lava enloquecida de un volván demasiados años apagado.
Ahí están sus palabras, sus juegos. Sus amores narrados para nosotros, eternos buscadores de La Maga en cuanta mujer se nos cruzara por la vida. Están esas preguntas que se derritieron entre nuestros cuerpos en más de un amanecer.
Ahí está Cortázar amando el jazz como la música infinita. Ahí está en fotos que lo detuvieron para siempre. Su voz descolocando a Cronopios perpetuos, entre los surcos de un viejo disco de vinilo, robado allá por los finales de los años sesenta. Entre sus cuentos, estaba el dedicado al Torito de Mataderos, un boxeador arisco, difuso y olvidado por los aires triunfalistas que siempre suelen acometernos, a nosotros los porteños. De esa literatura se desprendieron poemas, que también fueron sumando.
Porque de alguna forma irónica, much os quisimos ser Cortázar y que muchas fuesen La Maga y perdernos juntos por esas calles lejanas de una ciudad siempre eterna y que alimentó todas nuestras fantasías de colonizados culturales que siempre hemos sido.
Así Rayuela era un juego que jugaban las niñas en las callecitas porteñas y a la vez era un juego con una ciudad de fondo. Pero no cualquier ciudad. Sino una ciudad lejana, pero conocida. Errante y anhelante.

Una carta de amor


Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo,
como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco,
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.


 Y así, me recuesto estas horas, esperando el viaje. Dejo pasar el tiempo, me reclino sobre la tarde que se congestiona esta sábado por la tarde. El calor se vuelve indesficrable, lento, casi parsimonioso y me dejo estar.
Alguna vez, me crucé con él. Eran los días previos al regreso de la democracia en este país. Ya estaba mortalmente viajando hacia la nada. Diciembre del '83 y toda su carga y él, parado mirando hacia el río. Le quedaban dos meses de vida y ya saboreaba el olvido que se le venía encima de la mano de esos postmodernos que querían domesticar un país de negros y descamisados como eran, como éramos.
Cortázar, que ni siquiera fue recibido por las autoriades elegidas democráticamente, percibía los tiempos que vendrían. Lo hizo con esa forma suya de ser. Con esa calma que lo acompañó siempre. Se despidió de aquello que merecía la pena despedirse, hizo sus maletas y se volvió a París.
Dos meses después estaba muerto. El gobierno exultante por su triunfo incuestionable, no dijo nada al respecto. Ni hubo comitivas ni enviados especiales a Montmartre, ese día de lluvias e invernal, que siempre suele ser París en invierno.
De a poco, algunos volvimos a releerlo, a descubrirlo y a vivir ese reencuentro con lo mejor de nosotros hecho literatura.
Pienso.
Ahora que me voy, ahora que por fin se acotan los plazos. Percibo reclamos nocturnos. Escondidos entre bromas, que dejan traslucir otros puntos de vista. Lo no dicho, lo que no se dice queda palpitante en un baile inconcluso.
Ganas de firmar la paz. De dejar correr el agua. De quedarse en silencio. Si se tiene que explicar todo, ya nada tiene gracia.
Me voy sin explicar nada entonces a esa noche que se me duerme en brazos de otro siempre. Y que está bien.
Me voy, regreso a una ciudad que siento mía. Vuelvo a sus cafés a redondear las partes de mí que siguen creciendo ciegas cada vez que ejercito el recuerdo para entender este presente.
Vuelvo a los afectos, a saldar cuentas, a refrescar mi cuerpo y mantener mi amor.
Me dejo llevar con un Quique González o un Tupelo Honey de Van Morrison eternos, bajo el brazo. Ahí me despido y ahí me derrito en mi ciudad. 
 Lo último de un trío tremendo llamado The Bad Plus. Cuesta seguirles el tranco. Pero este "Made Possible" es notable en este último movimiento que viene desarrollando el trío. Jazz de primera calidad, que aunque combatidos por los puristas de esta farmacia y despreciados por los dueños de la última verdad disponible, logran su cometido. Es un disco perfecto para sentir como se nos desprende la gelatina que solemos acumular entre oreja y oreja y nos impide descubrir y descubrirnos a nosotros mismos como personas capaces de seguir avanzando entre tanto superviviente a reglamento.
Un disco formidable que me sacude la modorra de un sábado por la tarde en medio del calor que comienza a arrasar este puerto del sur.
Entonces lo dicho. Vale la pena sacarse prejuicios, siempre vale la pena desnudarse y tratar de ser feliz.
Digo.
Todo seguirá en este fin de temporada. Allá me espera, según parece, un otoño algo rabioso. Me anudaré la bufanda y volveré a ser un paseante accidental. Volveré a mirar y a ser mirado, mientras los días se mueren de aburrimiento.
Dejo acá ese sitio mágico, que ahora ser convocante. Me alejo por un ratito dejando atrás desencuentros artificiales, porque se desencuentran siempre los que no quieren encontrarse, los que tienen otras obligaciones o los que simplemente, prefieren ser sombra y no molestar.
Mañana cierro octubre, a bordo de un avión. Me llevo libros, algo de ropa, las ganas de beberme los vientos y en una de esas hago como el personaje de "Amélie", que un día, un buen día se va y comienza a mandar postales.
En fin. 
 Vuelvo a mirar ese río, que alguno bautizó como de la Plata. Ancho, un mar casi sin olas, que une dos o más países a su paso. Un sitio definitivo para entender un poco más, un poco mejor esta ciudad, este puerto convertido por obra y gracia de sus habitantes en una especie de capital del mundo.
Ahí está el río que rodea casi la mayoría de los puntos interesantes de estos barrios. Ahí en poco más habrán  de reunirse antiguos marinos en tierra, que munidos de cañas y cordeles, anzuelos y engaños varios, intentarán pescar algo. Otros irán con frutas en un auto nocturno a comer mandarinas y jurarse imposibles antes de cualquier imposible. Otros surcarán en sus veloces lanchas, sonrientes para la foto, esa felicidad que los aleja de todo mal o en sus costosos veleros a salvo de tanto mal olor y tanto pobre irredento.
 Asi las cosas, me voy un tiempito. Sonriente y casi feliz de volver a una ciudad que me trató muy bien, que me hizo diferente y por sobre todas las cuestiones, porque, soy un gato y como todos los gatos siempre soy lejos mal que les pese a los domesticadores de turno.
Madrid es la ciudad de los gatos, por eso, vuelvo un ratito nada más.
Qué no sea nada.