En Zona

sábado, 7 de enero de 2012

Postales de Barcelona


Foto: Miguel Miño
 Día 1
Mediodía.
Barcelona es una posibilidad. Una posibilidad extensa y suave que espera recostada sobre el azul de un día transparente y detenido. Sin una queja me arrimo a una ciudad que siempre es amable conmigo. Sin excusas y sin ser turista uno abraza. Y es abrazado por otros cuerpos en la búsqueda permanente de ritos que hagan más fácil la supervivencia en un desierto demasiado extenso y árido.
El tatuaje, lleva como inscripción la tirantez del lenguaje. En algún sitio figurará esta ciudad, con sus costados que invitan al descubrimiento posible y decidido. Perderse una mañana de sol por el Borne, dedicarse la pausa para mirar cómo el sol sigue su viaje por los rincones de un paisaje demasiado visto, pero nuevo.
Siempre es bueno volver a aquellos sitios en donde todo se revisa, en donde todo está justo en el lugar justo.
Una ciudad que siempre es. Enmarañada de turistas, sugerente y distante. Escucho voces amigas que hablan, que me hablan desde ese costado mudo del amor.
Se sueña con retornos. Se avizoran tiempos y cambios, se recuerdan historias. El pasado está y comparte con nosotros el tiempo de gracia que alguien nos otorga como un regalo.
Digo.
Me suena en algún lugar del cuerpo la música de Luis Alberto Spinetta. Está enfermo, como tantos. Sin embargo se hace de esto, una cuestión de premisas y pautas periodísticas. Le sacan fotos en la puerta de su casa mediante un engaño, para mostrar el físico de una muerte que venerá algún día más ejemplares. Delgado, demacrado aparece en una foto montaraz y siniestra.
Hay que ver la muerte en los otros. Eso vende. Ahora es un músico, antes fueron los belicosos que querían cambiar el mundo. No importa.
Desde algún sitio, suena su música. El tiempo pasa y es la voz de una banda sonora interminable que como un sinfin que desde la oscuridad nos viene acompañando siempre. ¿Siempre? Si y sin valorizar ni declamar letanías, el, el "flaco" está ahí con sus cosas, con sus canciones, con sus rumbos a veces no entendidos ni claros. Nos hizo, como tantos otros y nos hicimos como tantos otros. Creciendo a tajos, despeñándonos a cada paso. Raíces en ciego, en lo oscuro. Spinetta está y ahí estamos algunos, sabiendo de qué se trata o por lo menos tratando de saber.

Día 1

Foto: Miguel Miño
Noche Amigos en torno a una mesa. Charla, risas, mirarse largo a los ojos. Registrarse en cada gesto del otro. Iniciar el lento camino de la despedida en una ciudad que como una foto está, permanece indeleble.
El reencuentro pone su marca en las risas y en los gestos, el silencio está desterrado, mientras fuera la ciudad se permite comenzar con un fin de semana indicado, santificado por el pagano deseo de ser cuerpo y nada más.
El país queda lejos. Los amores sobreviven a pesar de los ajustes que nos prometen a destajo los de siempre.
Ahí estamos, comiendo, bebiendo y celebrando la porción de memoria que nos permitimos como en un juego. Intercambiamos hechos y balances, datos y punterías.
Algo queda intacto. Algo sigue latiendo entre nosotros. La historia que vendrá habrá que resolverla cuando se nos presente. Mientras tanto desgajamos las palabras en una mezcla de porteñismos irredentos y galicismos recién adquiridos que nos endulzan la boca y nos aligeran el cuerpo.
Ahí estamos riendo en una foto que se mantiene como si fuese un sueño, pero en Barcelona, lejos de todo y cerca de todo. En una ciudad que nos acomoda la vida y que nos lleva y llena de sueños y otras porfías.

Día 2
Mediodía
En Spotify descubro a Gabo Ferro. Escucho su voz y desnudo su poesía y me tranquilizo. La ciudad democratiza un mundo. De fondo el Gabo canta y los amigos lo descubren conmigo, a mi lado. Mientras tanto las cuentas se las pagamos nosotros a aquellos que nos desangran y seguimos así.

Foto: Miguel Miño
 Los indignados sobrevuelan la marcha por una ciudad particular y luminosa, por lo menos en un invierno demasiado suave.
Barcelona deslumbra. Te lleva de la mano, te sujeta de la cintura, te besa en los labios y te echa. Como una mujer, como las mejores mujeres, como los amores imposibles, que siempre son intensos, calientes y rotundos.
Camino por la ciudad y el secreto me pisa los talones. Miro y presiento la ciudad a cada paso. Por vista, sigue siendo una apuesta al amor. 
El barrio de Gracia es un misterio que subsiste en el silencio grandilocuente de ser. Es un barrio viejo, fue un barrio de inmigrantes venidos de otras comarcas, que se construyeron como un paisaje que convive con la modernidad, con el torrente de turistas que la recorren infatigablemente, buscando el misterio de una ciudad al borde de un mar manso, con sus señas y datos, con el sabor que dejaron en sus costas fenicios, griegos, romanos, musulmanes. Ellos también hicieron este paisaje y se celebran después de miles de años.
Ahí está la ciudad, ahí estamos en este momento amigos que se quieren bien y de manera profunda que se reconocen desde las divergencias y sus conclusiones. Se cimentan, solidifican y perduran en los pliegues de una historia en común que resiste inviernos y otros envejecimientos.
Digo.
Gabo Ferro canta sobre compañeros y enemigos. El tiempo se detiene a pesar de parecer siempre veloz. Se prepara la comida y la mesa congrega mientras el sol degüella la tarde. Se vienen tiempos duros, imprecisos y tal vez desgarradores. Mientras se juegan el destino de millones, alegremente vivimos una crisis, por ahora, demasiado amable. Estamos esperando algo, mientras sabemos que lo que se viene es lo negro. Lo duro, el ajuste se produce sin que los que ganaron las elecciones digan lo que se viene. La revancha del capital, la tierra arrasada es la promesa. Mientras tanto la derecha sigue con su festín de ajustes. Cerrarán las puertas de este infierno, dicen y no podremos salir decimos los de a pie.
Pero no es una cuestión de economía pura y dura, es política y desde la política habrá que reformular los pasos a dar. Habrá que barajar y dar de nuevo, desde el margen, desde el costado más alejado tal vez.
Noche.
Larga sobremesa, diseño de nuevas rutas. La lectura que hacemos de nosotros con los años que nos han pasado, han dejado su marca. si es cierto que la única marca originaria que queda estacionada es la escritura. La letra, parece ser, forma un surco en nuestro cerebro, marca que repetimos de forma mecánica sin mediar explicación formal. Repetimos la letra. Esclavos de la lengua repetimos el discurso y  sobrevivimos.
Abrazados esperamos que la conversación reviva el gesto. Que madure la historia ésta que vivimos y que nos lleve a donde deba llevarnos sin fijarnos siquiera en el lento transcurrir de dee sta vida que nos empeñamos en vivir.
Vendrán tiempos de lejanías y otras certezas. Vendrán días de mesas tendidas al sol en donde seguramente habrá que retomar la palabra. Vendrán días en donde los gestos y sus sombras quedarán a la espera de nuevos nombres, de otras costumbres.

Foto: Miguel Miño
Por ahora, recupero la emoción del descubrimiento de un detalle en una fachada de un edificio de la ciudad. Allí, los albañiles le rindieron su homenaje al arquitecto, que se movilizaba en bicicleta de obra en obra. Iba siguiendo su pasión pedaleando buscando los secretos de un pensamiento. Así está en la fachada de un edificio, ahí está mi asombro y la gratitud perfecta.
Es la una de la mañana de la última noche en una ciudad amable, extraña y que genera pasiones profundas. Nos mostramos fotos de hijos y de nietos. Algunos ya cargamos años y algunas rotundidades, otros cargan con su historia, pero todos nos reímos de nosotros con la ferocidad joven que todavía nos convive y nos define. Recuerdos que se convierten en risa a la hora de los despojos. Nuestros miedos y nuestras penas, esperan y sueñan en la espera de otros momentos. Mientras tanto la bondad nos cobija de futuras lluvias y de futuros vientos.
Por ahora y como despedida de una ciudad arrebatada como Barcelona, es el escenario perfecto para una despedida perfecta. Mañana, mañana ya es otra historia.
Queda la promesa del recuerdo. Queda la sensación de continuidad que habrá de prolongarse irremediablemente en otra parte, en otro momento y todo volverá a ser a pesar del tiempo, como si nada hubiese ocurrido en el medio.
La historia entonces se detendrá en algunos momentos y recomenzará de nuevo con el mismo fervor y el mismo optimismo en otra geografía y en otro momento. A ninguno nos cabe niguna duda, la vida es esta y aquí reunidos en una ciudad orgullosa como esta, ya pensamos en otro paisaje que nos acompañe en la próxima charla, en la próxima cena, en el próximo abrazo.
Compañeros, nos estamos viendo.