En Zona

lunes, 27 de febrero de 2012

La memoria del color

Detenerse un segundo, pausar la mirada en un trazo y descubrir la vida desde un pincel, desde una idea y dejar que ese otro decida, así siempre. Como siempre ha sido desde el primer trazo hecho a la luz del fuego en una pared, en una caverna, cuando alguien quiso dejar una huella, un rastro.
Me ocurre cada vez que me cruzo con Marc Chagall, cada vez que nuestros caminos coinciden en determinados momentos. El sigue deslumbrándome a pesar de ser viejos conocidos. Detenerse entonces en un museo, frente a una ventana de poesía plasmada en colores, detenida, estática y a la vez plena de movimiento, de vida, de locura y de potente imaginación al servicio de una idea. Así descubro una vez más la claridad de este artista que dejo que me invada, poco a poco. Son algunas cosas que uno lleva siempre consigo, esperando la próxima mirada, la siguiente vez que esto ocurra.
Cubista y fauvista, Marc Chagall arrastra la historia del siglo pasado en su mochila. Ruso, francés por adopción consiguió dejar constancia de un momento de la pintura, de su pintura, personal y alucinada. Emigrado, perseguido, completa una historia que definió a un siglo pautado de tragedias, sinsabores y alegrías rabiosas. Luchó con sus colores para dejarnos a nosotros, esas huellas indelebles que consignó sobre telas y papeles.
Digo.
A lo mejor desde el amor, pensó ese rescate ideológico de su niñez en una Bielorrusia lejana, fría, azul de húmedad. Esas transparencias y estas tonalidades orientales se entremezclan en las fronteras de sus lienzos, en los límites justos de lo plano, para edificar esa especie de justificación que es el arte. La libertad y lo absoluto también otorgan sus colores, sus formas en y dentro de esa fantasía de colores, que el pintor detiene, este pintor, que rompe con la tradición a sabiendas de saber, que sigue adelantando en un camino sinuoso. Y que nos lleva, dejando nosotros que lo haga a cada paso.
La pintura es poesía, asi lo ha sido para mí. Así lo sigue siendo cada vez que descubro un perfil diferente en un cuadro ya visto, en un recuerdo dibujado y mantenido en ese recuerdo lejano, que a veces me asalta cuando redescubro a este hombre.
El sol muerde el balcón, parece un día cualquiera y sin embargo es invierno. De fondo, siguiendo mis pasos como un gato lento, se despereza la voz de Sarah Vaughan acompañada por el eterno Clifford Brown. Una música secreta cabalgando sobre la voz de esta cantante en su primer trabajo, a mediados de los cincuenta, a su lado, tal vez uno de los más resplandecientes trompetistas y potentes que haya habido en la historia de esta música. El misterio de este trabajo, es como debió tocar Clifford Brown para no opacar este debut.  Porque en este disco se juegan y se descubren muchas cuestiones. Por ejemplo que Vaughan canta como si fuese una veterana de mil batallitas de humo, bourbon y noches eternas y el trompetista, juega con suavidad detrás de esa voz que llena todos los rincones, que juega sobre la línea del sol de este invierno extraño, demasiado extraño, útil en todo caso para ejercer el placer de dejarse llevar, por lo tumultuoso de unos tipos que tocan de fondo, con todo el sentimiento posible y la voz de esta mujer que llega como un vientito suave. Vale la pena retener "April in Paris", versión casi imposible de superar por nadie de los que vino después, por lo menos en esta variante de viejo bar a la espera de los viejos parroquianos.
Vuelvo.
Es evidente que la pintura, que el momento de la creación es la posibilidad de describir la tremenda fuerza que tienen los colores de Chagall, la familiaridad de contar y detener momentos. La emoción en todo caso, en estos días se dsifrazó con sus colores en la expsoción que se lleva a cabo en Madrid y que se cruzó en mi camino. Con la fortuna que tienen siempre los encuentros fortuitos, que descolocan, dislocan la lógica de toda casualidad. Así como el amor, coincidimos los dos en una muestra. Fue volver a detener el tiempo, seguir el trazo, desentrañar tanta historia oculta que portaba el artista y que mimetizó con sus colores hasta llevarnos a esta especie de festejo que siguen siendo sus obras, su amor y por sobretodas las cuestiones: su humor.
Digo.
Es tiempos de maletas, de selección, de abrazos. De despedidas, de recuerdos. Es un tiempo marcado por la insolencia de los poderosos, por la tristeza de tener que volver a comenzar sabiendo, que siempre se vuelve, que siempre como sísifo se está subiendo una piedra cuesta arriba. Es tiempo de mover cosas de su lugar, de dejar entrar el aire por los intersticios que dejan las cosas viejas, acumuladas y alejar la muerte que siempre anida entre las cosas viejas, impidiendo que sigamos adelante. Son momentos de romper papeles viejos, amarillentos, de desechar viejos y ya diminutos lápices que se quedaron entre las medias y los calzoncillos. De descolgar cuadros y comenzar a vaciarse. Los viajes siempre son largos, aunque demos vueltas por el salón, son viajes interminables.
Me quedo con esta posibilidad de Chagall. Con sus inaúditas insinuaciones y sus cielos cargados de rastros, con sus colores que me regalan un poco de luz entre tanta niebla liberal. Algún día pagarán sus culpas los traidores, pero es ya es otro tema.
Sigo pensando en el rasgo de un pensamiento, en la elaboración necesaria para justificar siempre un audaz momento de lúcidez que nos advierte siempre que la cuestión es siempre entre uno y la negritud y el silencio pleno al que nos somenten siempre y por diversos motivos esta vida.
Ahí se queda entonces el misterio de la creación para que desgranemos adjetivos casi despreocupadamente. Ahí y solamente en ese sitio se instala una de las tantas versiones. Marc Chagall, ruso, francés, judío hizo antes el camino y nos pintó desde su mandato las huellas que desde el comienzo venimos siguiendo como baqueanos desmemoriados, despistados por tantas cosas que llevamos con nosotros.  Elijo esta marca de este pintor que abruma y desmonta muchas de las preguntas sin respuestas que a veces logran sitiarme. Ahí están sus cuadros, su colección de memorias, los personajes y sus casas de la infancia en ese pueblo lejano y frío plasmados en lienzos o cartones, las fábulas de La Fontaine dibujadas en blanco y negro con algunas pinceladas de color. Esa mujer con sombrero a la que le cantaba un cubano  muchos y definitivos años atrás y el determinante encanto de un talento que demuestra una vez más la pareja
importancia de llevar siempre hasta extremos en apariencia no muy claros, ese el límite creador que es siempre un gran invento de los hombres, como el amor y sus consecuencias.
A pesar de las lejanías y de los misterios uno, yo, aprende y se deja seducir por esa memoria que encierra colores y sonidos, texturas y movimientos, como la parte más importante de ese equipaje silencioso que portamos cruzando la vida y todas sus miserias.


sábado, 25 de febrero de 2012

Ese dolor de siempre

Es difícil de articular palabra, diferenciar el dolor profundo que anida en tantos cuerpos. El delirio de algo pronosticado desde hace años, décadas. Algo que iba ocurrir como la maldición que acecha siempre al hombre de a pie.
La mala se nutre de de nuestras sangres, nos persigue, se nos cruzan gatos negros ante nuestros pasos ¿Mala suerte? ¿Cástigo o maldición divina? No me parece. Creo que de alguna manera este horror producido por este disparate de hecho que nos conmueve, es algo previsto, previsible, casi armado con paciencia por los que siempre arman este tipo de cosas.
Cosas que siguen sumando vidas, sangres, dolores, broncas y esa sensación de final que nos asalta a todos, que nos enluta y nos sumerge en esa tristeza rabiosa, eterna, negra, profunda. Ese dolor que arremete dejando surcos en el alma. Como los pibes muertos en Cromañon años atrás, con tantos y tantos que se van perdiendo en la memoria popular. Sin embargo quedan también rastros, de risas, besos, abrazos, palabras dichas o sugeridas por aquellos que momentos después no estarían más que en los titulares de los canales o periódicos vendiendo carne como siempre. Sin embargo esos cuerpos eran vida, antes. Pura vida construyendo vida a fuerza de vida misma. Momentos antes iban al trabajo, algunos llegaban tarde, otros con tiempo. Momentos antes era un día más, uno de enfrentar la vida como todos los días, algunos pensando en el fin de semana, lejano todavía, otros pensando en esa coneja que siempre corre por delante de nosotros ni no se deja pillar la muy esquiva o en los galgos que siempre nos hacen galguear.
No, no son cifras ni datos estadísticos, son solamente hombres y mujeres que entregaron sus vidas una mañana triste a pesar del sol y de tanto febrero.
Digo.
¿A quién culpar? ¿Al gobierno? ¿A la empresa privada que gestiona el servicio? ¿A quién? Al gobierno porque no controla lo que es el bienestar general, a la empresa porque no invierte y no deja de calcular ganancias a toda costa. Entre ambos se produce una especie de complicidad mortal como fue lo de la estación de Once.
Pero sigo.
También yo culpo a los políticos mafiosos que décadas atrás desmantelaron o terminaron el trabajo comenzado por los dictadores en contra del estado. Muchos de los que hoy levantan sus puños y sus voces, en su momento aplaudieron casi a rabiar las políticas privatizadoras. Las políticas que achicaban un estado demasiado gigante y perjudicial. Tener teléfonos a disposición, aunque sea pagando la tarifa más alta del mundo, tener una compañía de aviación internacional, aunque en su país de origen fuese deficitaria, regalar el petróleo a una empresa, que de buenas a primeras transformó a su país en uno de los cinco o diez mayores productores de ese bien de occidente. Ramal que para cierra, decía el muñeco del poder. Cortaron el servicio dejando a todo un país al borde de los rieles. Mientras tanto, nosotros los argentinitos creíamos ya estar en el primer mundo. Ya éramos lo que seimpre debimos ser. Casi nos lo merecíamos por blanquitos y sumisos.
Por aquella época, alguien bautizó los votos de la reelección, como el voto cuota y así siguieron, destruyendo, cortando los lazos sociales de millones. Esa clase que está en el medio es la que vota por empresarios, para que manejen la política como una empresa, cuando estos, los empresarios prebendarios del estado como Macri o Amalita Fortabat, se enriquecen y delinquen a costa de ese mismo estado obsoleto, cuando no les conviene.
Insisto.
La idea es que si los dos accidentes más terribles y devastadores de la historia de los ferrocarriles en su historia, están separados por ochenta años eso queire decir, razonando, que ambos ocurrieron cuando los ferrocarriles argentinos eran empresas privadas. Raro.
Empresas manejadas solamente pensando en la ganancia, en enviar esas mismas ganancias fuera del país. En el medio, hay otra historia. De trabajo, de solidaridad, de sindicalistas corruptos, de delegados heróicos, de un tren que llegaba a todos sus destinos. En fin.
Pienso.
Estoy anegado por el dolor. Miro mi país y se me apelmaza la vida. Pero también que el dolor no tiene diques. El dolor, ese dolor está ahí dejando su huella en millones de personas consternadas. Un dolor alto como una montaña, inmóvil y latiendo.
El gobierno debería revisar las privatizaciones y exigir responsables, llevarlos ante la justicia. Castigar de una vez y por todas tanta impunidad, hacer justicia. Amparar a tanto desamparado al borde del camino.
Digo.
Uno no va a una manifestación con una "molotov" lista. Uno no va a incendiar. Uno no va tan preparado en estos tiempos a una guerra campal. ¿Quién arma eso? ¿Quién aprovecha la coyuntura para sacar tajada de semejante desastre?
Uno se enoja y reacciona. Uno construye desde donde puede y sigue amaneciendo con preguntas sin respuestas.
Supongo.
La ciudad, todas, es el texto de la cultura, genera textos que se funden con otros textos. Buenos Aires es hoy, para mí un texto, disperso y trágico, doloroso y vivo. Una señal, una palabra sujeta a ese fascismo interior que es la lengua que nos predispone a decir. El decir nunca se pone, sino que se padece, decimos y somos nosotros en medio de ese espacio simbólico que es la ciudad. Mito que nos detiene en la órbita justa de ese dolor compartido, de ese trance que siempre nos encuentra.
Tal vez y a lo mejor esta ciudad es solamente ese dolor de siempre aunque lo neguemos y a lo mejor solamente se trata de eso y nada más.

viernes, 17 de febrero de 2012

Rata

Hay cosas, cuestiones que nunca cesan, que parecen detenidas, en espera. Que nos siguen marcando la piel a trazos gruesos, curados a sal y soles. A veces este juego de la memoria es ladino, confunde, opaca y nos hace viejos de toda vejez. Otras en cambio, hace una gambeta, disimula, marea y nos deja desnudos de palabras.
Los nombres acumulados, las lecciones aprendidas, los gestos que no han naufragado a pesar de los años transcurridos, los amores arrebatados y arrebatadores que nos cobijaron con una manta tejida por manos y manos de memoriosos y de memorias radiantes.
Todo eso sigue estando ahí, cerca del costado izquierdo que portamos. Todo, absolutamento todo, es como un viejo y descolorido álbum de fotos sigue marcando la pauta de nuestra conducta. Sigue indicándonos sin lugar a dudas la presencia de una moral, de un camino.
Nos hemos ido haciendo viejos. Nos pasó la vida. Vinieron hijos y nietos a curar algunas heridas, se fueron amores desmedidos y llegaron nuevos amigos. Llegó el viejo y nuevo sentimiento a la vez, de volver a creer, no ya en los cielos por asalto, sino en la madurez de una plantita cuidada contra el frío y el bicherío de siempre.
En el tomar mate sostenidos por la charla, en el abrazar con el corazón pegado al del otro. A escuchar el látido de las noches, mientras la memoria se despereza y nos hace compañía en esas noches largas que a veces nos invita a bailar al compás de las mejores danzas ejecutadas al pie de las lluvias.
Digo.
Los nombres, los datos, las contraseñas. La risa salvaje y joven. El perfil a contraluz. La palabra dicha, la palabra dada. La puntería. La rabia y los descubrimientos. Los sueños y su mochila de realidad. La musica que rodeaba todo. Las calles caminadas en un murmullo. El amor a destiempo. El trabajo y todos sus días. Las lecturas compartidas , las lecturas a solas. Las bufandas y los ponchos colorados con la cinta de duelo por la muerte de un caudillo en el norte de un país tan eterno como el fuego. Las movilizaciones y las conversaciones a la madrugada. La espera a la salida del colegio o de la facultad o de la fábrica para que ella solo te mirase una vez. Los viajes en medio del frío hacia ningún lugar y los regresos siempre de lugares sin nombres. El miedo y el coraje enmarañados. La secreta terquedad de ser mejores en un mundo en vías de mejorar.
Asi pasaron los años, después del fuego vinieron las cenizas, las despedidas y como decía Walsh el luminoso día de la justicia se llevó a cabo. Hubo, después de muchas traiciones emblemáticas y amables, justicia. Decían por allí que pagarán su culpa y comenzaron a pagar. Sin embargo.
Sin embargo había ratas. Muchas ratas. Ratas
De forma sorpresiva, en estos días leo en un periódico, en Página 12, que una revista española acaba de publicar un reportaje hecho a Videla.
Rata.
Esta preso por crímenes de lesa humanidad. Condenado a dos cadenas perpetuas. Degradado y expulsado de la sociedad armada que en su momento se llamó ejérctio argentino. Ignorado por los empresarios y por los curitas abusadores, abandonado por los campesiones en autos importados de la sociedad rural, excomulgado por los portadores de apellidos de prosapia, ahí está.
Ratas.
Los medios de comunicación que se proponen una mirada ascéptica sobre la realidad. Periodistas que dicen defender la libertad de prensa, pero ejercen la libertad de empresa y de paso todo derecho de  pernada. Comulgan en el mismo saco.
Rata.
Que mandaba una jauría de perros que decían defender la patria. Ahora que vuelve a tener voz gracias a las miserias periodísticas de siempre, repite la misma mortal encíclica. Defendieron la patria y a la familia. Premiaron la violación y la sustracción de menores. Condecoró la picana y cantaron con orgullo los logros del exterminio. Ah! y defendieron con su propia sangre la propiedad privada, toda la propiedad privada que se extendiera a mu mirada.
Digo.
Los españoles acaban de juzgar a un juez, que quiso entre otras cuestiones elementales, saber qué ocurrió con las casi cien mil desaparecidos españoles durante décadas de infamia fascista. El mismo que encarceló a Pinochet y que después liberaron los inventores de la democracia occidental. El mismo que cursó la orden de extradicción al marino Cavallo desde México y después, una vez en España, lo entregó a la justicia argentina para que pague sus culpas. El mismo que condenó a más de mil años a ese otro valiente marino argentino que pilotaba aviones mientras lanzaban al mar a gente dormida y maniatada.
Ratas.
Las casualidades no existen. Nosotros somos los sudacas. Sudacas que ejerciendo el derecho a la memoria, encarcelamos a torturadores, asesinos y saqueadores. Con un juicio justo, con abogados defensores, con todas aquellas pequeñas cosas, que ellos en su momento histórico no le brindaron a sus enemigos. No hay casualidades. Ahora por ejemplo, que el gobierno le reclama a Repsol ciertas cuestiones, una revista española publica este audaz reportaje. No, las casualidades no existen. Mientras en España echan a la calle a un juez decidido, los patrones ibéricos luchan por suprimir el derecho de huelga. No, las casualidades no existen. Los falangistas españoles están en el gobierno y se nota.
Allá, en ese país imposible que llevamos encima como un tatuaje, una política argentina pide por la libertad de estos mártires de la república.
Rata.
Todavía resuenan las palabras de este tipo cuando explicaba que los desaparecidos no estaban. Así este defensor de la integridad de la patria quería clausurar una idea. Dar por finalizada la conversación con periodistas adictos de aquella época. Hoy otro periodista le pregunta y aprovecha para darle entidad. Así mientras Repsol engaña y tergiversa sus ganancias, aprovechan para volver a poner a esta rata otra vez en un medio que habrá de repercutir y de hecho lo hace en la flemática y democrática prensa argentina. Para alegría y beneplácito de tipos tales como Lilita Carrió, Eduardo Duhalde, la dueña de Clarín y los personeros del régimen de La Nación. No, no es casualidad.
Ratas.
De uno u otro lado del oceáno. De una u otra manera los esquiroles de siempre se preparan para el festín de libertades y derechos. Los fascistas abogan por el fin de la política, dicen, murmuran que toda política es mala, sucia, por eso escriben en sus muritos sociales los idotas de siempre, que ellos ya no son ni de derechas ni de izquierdas. Por qué pensar en política? Si la política es un juego de toma y daca que se hace sobre millones de huesos para seguir manteniendo los privilegios de los privilegiados que gobiernan desde esa misma polítca que ellos quieren para si, ignorando al resto. Los empresarios ríen, algunos abiertamente y otros en la trastienda, saben que ahora es el tiempo de ellos. Tendrán que preparar sus bayonetas y sus nuevas medidas correctivas aunque por el momento y para enojo de estas ratas sedientas Grecia es una especie de estorbo, un mal ejemplo mientras que para nosotros es una lucecita rebelde que brilla rabiosa y con orgullo.
Rata.
Videla ha vuelto a figurar en la agenda de los que necesitan torturadores para el trabajo futuro. No será él, pero habrá otros. Para aquellos que quieren que todo vuelva a ser como fue antes. Los que esperan que el mundo desarrollado dé la espalda a estos sudacas irredentos, que siempre seremos nosotros, para volver al buen camino del cual nunca debimos alejarnos como ahora.
Ellos. Ratas.
Hablan de derechos humanos, pero son solamente aquellos derechos suyos. Dicen lo de siempre, mientras piensan en la rata con dos cadenas perpetuas. Hablan de república y de derechos, pero estos dictadores de cartón ya están viejos, esperando la muerte o la locura, para escapar de este presente de justicia y de memoria.
Mientras tanto, mientras quede un poco de memoria en nosotros, seguiremos pensando en la justicia, en el nombre, en el rostro, en las vidas de aquellos que estuvieron con nosotros buena parte del camino, indicando con sus vidas, con sus gestos, el límite exácto, justo para que la justicia se lleve a cabo.
Todos, cada uno de ellos tenían una vida, tenían nombres y se merecen que no los olvidemos. Ellos, esos rostros que nos acompañan desde siempre, lucharon por algo. Por un mundo mejor, para todos y eso, las ratas no lo olvidan, por eso reclaman el silencio como cura de todos los males de este mundo.
Por ahora, entonces y a pesar de ciertos periodistas que dicen defender la libertad de prensa, las ratas están en donde deben estar, disfrutando de la justicia que ellos supieron negarle a muchos, pero muchos, aquí en España y allá en Argentina.
En esta banalidad del mal que quieren imponerle a casi todos, nosotros los sudacas de siempre, debemos comenzar a desterrar del vocabulario diario la frase:"yo no sabía", para no olvidarnos, porque el pasado siempre se supo, siempre se vió, porque el problema era animarse a ver lo que ya se sabía y en eso andamos. Pero esa es ya otra historia.

martes, 14 de febrero de 2012

Postales de Madrid

Día 13
El frío arrecia, es uno de esos días que el gris, invita a quedarse en casa, a ver los árboles desde la ventana, encima el número del día no brinda mauores posibilidades de esperanza. Dicen por la tele que el viento siberiano sigue campando por todo el continente. Los recortes prometidos por los banqueros siguen al pie de la letra las indicaciones de los nuevos esclavos, la gresca en Atenas es fenomenal y ya anuncian, que Grecia será despojada de todos los dones santos que les brindara Europa en su momento. También dicen que esto recién comienza y que lloverán los palos para aquellos que no quieren atender las necesarias y congeladas demandas de los poderosos.
Suena una versión extraña de fondo de "Love Sick" de Bob Dylan hecha por Mariachi El Bronx en un disco desparejo de homenaje al viejo Robert.
Algo es algo me digo, mientras la estufa resuella su carga de gas y fuego, que combate tanto gris inviernal. Bob Dylan a pesar de esto, sigue estando presente por esas cuestiones que arraigan en uno y que lo han ido  llevando de nombre en nombre. Su voz o sus homenajeadores de turno. No importa, su música nutre una buena parte de estas raíces que nos crecen desde la primera vez que nos cruzamos en este camino.
Digo.
Es lunes, Madrid resalta desierta. La ciudad en su periferia parece una ciudad abandonada. Nadie en las calles, los bares resisten con unos pocos parroquianos y aquellos atrevidos de siempre, se escurren por las grietas en medio del miedo a un terco invierno.
Los muchachos en Atenas decidieron prenderle fuego a unos cuantos bancos para entrar en calor. Los gobiernos  insisten en eso de domesticar a las personas, hacerlos individuos, convertirlos en gentes. Ya se sabe la propiedad privada es siempre la de los otros y así vamos, es que en definitiva somos lo que nos hace la palabra.
Todavía no han llegado las nieves, pero según parece llegarán. Es cuestión de tener paciencia.

Día 14
Mañana
La costumbre del libro. La pasión por la lectura que somete a quien lee a un mundo nuevo, contado por otro, visto con ojos propios lo visto por otros. Mundos que se repasan a cada palabra, la escritura en brazos de la música.
Liliana Herrero canta su último trabajo, suenan retazos de vidas lejanas ya vividas y que sin embargo invitan al ejercicio siempre novedoso del pensar. Suena su música y su voz y todo parece estar bien o por lo menos no nos es ajeno del todo, ese rumor que se hace música profunda y casi definitiva.
Hoy hace más frío que ayer incluso. Las garrafas o bombonas como por aquí las llaman no dan abasto. La bufandas siempre suelen ser pocas y uno fuma con las manos en los bolsillos esperando que cambie la luz del semáforo de turno.
Las calles de nuevo desiertas. Ni el gato que siempre estaba ahí, hoy las recorre.
Vuelvo a "Este Tiempo", último trabajo de Liliana Herrero. Cebo mi mate cimarrón y sigo escuchando su voz, poderosa como las profundidades de una tierra entrañablemente nuestra, mía y siempre cercana. Aquella que nos acompaña por donde vayamos, la que nos sigue con nombres propios y contraseñas también propias.
Esa tierra a la que siempre se vuelve de una u otra forma. A través de gestos, mencionada o apalabrada, esa tierra chiquita, la de uno, que seguramente será, es, muy diferente a la del otro, que también la lleva consigo. Ese paisito que produce un infrecuente vértigo horizontal entre otras cuestiones.
Pero sus canciones, las que canta esta mujer son como los movimientos del río, el agua que lleva y y trae ese constante murmullo de vida que nos construye a cada movimiento de esa agua que nunca repite el mismo gesto. Ahí, al alcance de la mano está "Esa fulanita" primer paso dado por esta entrerriana entrañable, trabajo en cuestión que sirvió para reconocer ese talento nuevo, que le dió nuevos aires a nuestra música popular en el momento justo y necesario.
Ahora es "Este Tiempo" y la magia sigue prendida en su voz, en ese prometedor sentimiento que nos lleva a bordo de su voz, de la canción elegida por ella y por nosotros para marcar ese reencuentro que sueña y que suena en una música premeditada y construída desde ese costado tan poco frecuentado por los grandes medios de comunicación, pero reconocido por aquellos que siguen descubriendo nuevas sendas en el camino que nos une a algo mucho más interesante e inquietante, que es la creación pura y el talento que no cesa y que siempre es para agradecer.
Tardecita
Entre las cosas que uno, yo descubro de tarde en tarde, vuelve a hacer su acto de presencia un escritor ya frecuentado. John Irving y su particular forma de meternos dentro de una historia, que termina siendo parte de nuestra vida. De la mía, para no generalizar.
Pero la coincidencia no termina aquí.
Una de estas noches, un amigo me habla de su autor favorito. Es el mismo Irving. Las anecdotas se suceden en torno de una mesa, de una buena mesa. Me cuenta las suyas y yo, lo distraigo con las mías. Así convergemos en una pasión, secreta y solitaria, que como todas las grandes pasiones se desarrollan a solas.
Vuelvo a mi libro, al libro que me tiene cobijado en este inviernillo de los mil demonios.
"Hasta que te Encuentre" se llama la novela. Son casi mil páginas para seguirle la pista a un actor llamado Jack Burns, la de su madre una mujer que hace tatuajes y un padre ausente y músico una historia que devuelve el gusto por las buenas historias.
A lo mejor ese amigo y yo, somos una especie de  fans de este escritor que, sin hacerle falta, tuviese que ir dando po a su manera el mundo para demostrar algo que no hay que demostrar.
Burns un hombre que busca sus respuestas a pesar de el mismo, de su propio recorrido y del mundo de los adultos, hasta que él entra el mundo de esos mismos adultos, que antes el trataba de entender. Una historia de amor, de ese amor que nos sigue siempre como un perro hambriento y flaco. Porque de eso se trata siempre. De un hombre que busca algo de eso que solemos inventar para estar menos solos en algunos momentos.
Una novela y un escritor que me lleva de regreso a ese placer de descubrir emociones y ganas de contar historias, que a veces suelen ser muy parecidas a las que vamos viviendo,que somos nosotros a pesar de los nombres y de los tatuajes que portamos. En una de esas, nuestras historias de amor y de desamor son solamente pequeñas muescas en una piedra. Meros ejemplos de nosotros mismos que nos habitamos sin reparar siquiera en ese cuerpo que nos porta y que portamos.
En definitiva un libro que divierte, que emociona y que asombra, cosas que me suelen pasar con este novelista que insiste en eso de seguir creando pequeñas historias de nosotros mismos.
Un buen libro, buena música. Un nombre y el otro juntos. Una sensación de este febrero ya lejano, mientras los pocos audaces se atreven a sujetar sus gorros y bufandas en el invierno que nos recorre con esa urgencia que siempre tienen los fríos.
Tengo mis cigarrillos y mi novela mientras el día huye. Algo que viendo los tiempos que corren no es poco y es siempre de agradecer.

domingo, 12 de febrero de 2012

El Capitán Beto se durmió

 A veces las cosas sucenden sin más o con premeditación y alevosía como suelen ocurrir. Me quedan cosas sobre Luis Alberto Spinetta, recuerdos y por sobretodas las cuestiones, sensaciones, emociones y descubrimientos.
Recuerdos que me sirven para batallar contra el resquebrajamiento que sufre este mundo que habitamos, músicas, momentos detenidos en el tiempo en donde nos hicimos a nosotros mismos ayudados por la poesía intacta que derramaba este tipo para nosotros.
Así empuñando una fender o una ovation, nos llevó de vuelta cada vez, que nosotros insistíamos en perdernos. Así un día sonaba "La Cantata de los Puentes Amarillos" y todo volvía a acomodarse. Sonaba la canción y yo miraba pasar los trenes frente a mi ventana y despuntaba, así la sensación de eternidad que invadía mi casa. Otro uno recuperaba la respiración mientras se deslizaba por la voz del "Flaco" "Barro tal vez" de Kamikaze, ya habían llegado los hijos, que jugaban en el living de casa  llenando de voces tanta casa, secundando con sus risas y gritos la canción.
Así, ya en otra vida llegó "Cheques" y el corazón se apretujó en el pecho, descubriendo la salud de este tipo que nos seguía enseñando los secretos del camino.
Crecimos, muchos, con él. Nos dibujamos y nos borroneamos con su sombra. Aprendimos que la música debía, tenía que llevar poesía para que fuese la felicidad cobijando tanta alma errante.
Digo.
No puedo dejar de pensar en Spinetta. Pasan los días y no he escuchado ninguno de sus discos. No he leído ninguno de los obituarios dispuestos para él. Me alejé de la banalización a reglamento empuñada por los medios a la hora de estar, de ser intermediarios entre el dolor genuino, profundo y el oportunismo.
De esta manera, fueron pasando los días.
Algo fue serpenteando. De a poco, me descubrí pensando en el origen de todo esto. Recordé la rebeldía de aquellos primeros años, las ganas de hacer surco con otra propuesta. De ser diferentes. De elegir nuestras propias músicas, nuestras propias lecturas.
Los recitales en los cuales, a la salida, invariablemente estaba la policía, para llevarnos a la seccional. Los datos pasados de uno en uno, indicando fecha y lugar de algún recital. La búsqueda en las disquerías de músicas más cercanas. Aquellas contraseñas que nos llegaban recomendando tal o cúal libro que habría que leer para entender el mundo.
Las trasnoches en el cine Arte de Diagonal Norte.
El primer B.A.Rock, con Almendra en el escenario y los temas de su segundo disco.
Desde ahí, desde "Muchacha" a lo mejor, arrancó esta historia. O desde "Plegaria para un niño dormido" o "Fermín" o la que sea. Desde ese payaso en la tapa del disco. Hay para elegir, para recorrer, para construir lo que hayamos construído como generación.
Ahí estaba Spinetta, llevando adelante una propuesta. La palabra tenía música, comenzaba a tenerla y eso ya era una muralla contra todos los males de este mundo.
El tiempo pasó y entonces, la magia siguió ahí en cada canción, en cada intención de hacernos dar un paso más. Descubrí, así, sin quererlo que el Capitán Beto estaba en una nave estacionada en Buenos Aires, que el viaje se hacía sin moverse y a ninguna parte, que no hacía falta, que todo estaba ahí, al alcance de nuestras manos, de nuestras cabezas. La poesías, como alguien dijo, era un arma cargada de futuro y ahí estaba él. Estuvo siempre y siempre pudimos recurrir a él, a su obra, a su música y a sus ganas.
En estos días tristes, rotos por la confirmación del final, me pidieron que escribiera algo sobre Luis Alberto Spinetta. Lo hice por el recuerdo de mi vida, de nuestras vidas colectivas. Por ese sabor que a veces amaga con volver a mi boca, cuando escucho alguna estrofa o algún sonido que, proviene del rock, de esa música prendida a uno como un abrojo con memoria, y que siempre me suena a vida. A pesar de las edades que portamos todos a éstas alturas. A pesar de todo el fragor que nos pasó por el cuerpo, esa sensación sigue estando viva, a veces más otras menos, pero viva, casi con rabia.
Entonces escribí la nota para Magazine D-Revistas que viene pegada a esta especie de introducción o prólogo que quise hacer para mí. La música en unos días volverá a sonar en esta ciudad disfuminada y en pocas semanas más, seguiremos esperando el supuesto fin del mundo que según dicen los idiotas de siempre, predijeron en su momento los Mayas.
Pero por ahora me quedo con la memoria y el recuerdo de una música que sigue alimentando esta historia que vivo como la mejor banda de sonido posible, mientras el Capitán Beto siempre nos habrá de esperar a la vuelta de la esquina, como siempre suele ocurrir en las buenas historias.

http://magazinederevistas.com.ar/2012/02/el-capitan-beto-se-durmio-chau-luis-alberto-spinetta/

sábado, 4 de febrero de 2012

A solas con tanto invierno

Ahora que el frío arrecia, que la vieja dama indigna, se topa de lleno con los vientos siberianos, con las temperaturas desangeladas que nos tienen rodeados en nuestras respectivas casas, descubro un gusto nuevo, placentero, solitario y silencioso.
Las calles se desocupan temprano, los ciudadanos comienzan a guardar lo poco que va quedando en el fondo de los bolsillos, algunos mastican la impotencia del futuro negro que se nos viene como una manta vieja. Quedan en los labios y en los cuerpos los sabores de una derrota que será mucha más larga que todas las derrotas anteriores. La palabra en el fondo es fascista. En el margen quedan los nuevos abandonados que ya no tienen palabra alguna y en el centro, los poderosos que con buena publicidad, siguen vendiendo el entretenimiento adecuado para que las jaurías disfruten tontamente con el último artilugio de moda.
 Ahora que todo se pone gris casi de ausencia, retomo ese placer solitario por la relectura, me asombra por ejemplo recuperar a Elías Canetti, de salirme de ese supuesto lugar de los correcto. De volver a leerlo y escucharlo como hago con un viejo amigo. Casi olvidado, en secreto, este escritor sigue intacto, por lo menos para mí. Están sus libros al alcance de nuestras manos, está su mirada detenida en su propia vida, recorriendo los contornos de algo que ya no existe, de un mundo que poco a poco, se transformó en una pesadilla. Recorro su evocación sobre su infancia, su adolescencia y su primera madurez. Están ahí al alcance de mi mano, "La lengua Absuelta" o "La Antorcha en el Oído", libros exquisitos, definidos en sí mismos como pequeñas obras de arte, pequeñas sutilezas que sirven para descubrir, a un escritor que poco a poco, cayó en el olvido. Exiliado por el marketing, por los fulgores de las modas, Canetti resiste a fuerza de talento. Este escritor sintetiza como pocos el auge y la caída de un imperio en el centro de Europa del cual salieron muchos, demasiadosi se quiere, pero en donde la inteligencia era la mujer más bella del baile de fantasmas en el que habría de transformarse este viejo continente.
Releo con la impronta de la emoción, con el aleteo del descubrimiento, que página a página me abstrae del silencio de una ciudad paralizada por el frío siberiano, porque siempre como dicen los promotores de la nueva vida en regla, lo malo, todo lo malo suele venir de oriente, entonces con bufandas, gorros y mitones, aquellos audaces, los de siempre nos arriesgamos a cruzar el helado color de la tarde que muere en buena compañía y creciendo como crecen las cosas buenas.
Con  mi viejo amigo Canetti  me caliento el alma, como un buen fuego, como el mejor vino de todos, ese que todavía nos espera en alguna mesa tendida por manos amorosas y leales.
Digo.
A España le quedan por delante cuatro o tal vez ocho años de aburrimiento. De saqueos y desmesuras bien ibéricas. A Garzón lo juzgan los asesinos y nada se derrumba. Los ingleses llaman colonialistas a los argentinos y nadie se sonroja y nada se conmueve. Los fascistas quieren derogar la ley del aborto a pesar de haber bajado los índices de intervenciones y volver a castigar a la mujer a los abortos clandestinos como manda en este infierno tan temido la santa iglesia y a nadie le tiembla la vida.
La derecha sigue vendiendo la no política, como la meta del paraíso, la izquierda no encuentra la dirección correcta del viento que sopla delante del monstruo. Uno de los nuevos jerarcas dice que tener el mismo trabajo toda la vida es demasiado aburrido, por lo tanto cambia las reglas del juego y los trabajadores volverán a vivir el siglo XIX, con Ipad, consolas y grandes rebajas.
El FBI cierra un portal, Megaupload, no porque se bajen músiquitas los salvajes de siempre, sino porque alguien, allí, en ese sitio comenzó a ofrecerle a los musicos, a los creadores, cosas que la gran industria no les ofrecía. La policía ni corta ni perezosa se puso a las órdenes de la industria y hacia allí fueron. El negocio, ya se sabe siempre es de los poderosos.
Ahora los gobiernos quieren el control total de la red. Quieren ser los dueños del poder, de todo el poder. Deberíamos leer más en detalle los alcances de la ley que quieren los Obama para darnos cuenta del mundo que quieren para nosotros. La sopa está servida o eso pretenden.
Mientras tanto, desangelados, el resto trata de tomar una porción de los restos que los alcahuetes, policías, curas, políticos y banqueros entre otros nos van dejando como migajas a las palomas.
Por estos días y con ganas de alborotarme más, descubro la nueva novela de Javier Marías. Me deslumbro leyendo nuevamente a uno de los grandes escritores de estos tiempos. Un trabajo que me cobija y que me obliga a la disparatada ilusión del alterne. Ese yo femenino que narra esta historia, descoloca y somete al lector a ese juego siempre exhuberante, siempre solitario del talento. Marías, como pocos autores logra descolocar a sus lectores. Yo entre tantos otros, vuelvo a caer en su red y lo dejo hacer. Una historia en donde, todo viene desde tiempos lejanos, desde otras lecturas, desde otros misterios. La verdad se sabe nunca se puede saber de manera exácta, de forma terminante ni siquiera aquellas que creemos nuestras, que nos provienen de nuestros pensamientos, de nuestras certezas aparentes. El enamoramiento tiene que ver con esto, tiene que ver con nosotros y nuestras ridículas pretensiones de abrazarnos a ese primer instante del amor, que creemos, siempre estará con nosotros, para hacernos mejores pero también para hacernos ruines y malos con ganas. "Los Enamoramientos" es un nuevo paso que el autor después de la rotunda y notable "Tu Rostro Mañana" da en esa especie de búsqueda solitaria que es la creación de un escritor que hoy por hoy es uno de los más notables escritores españoles de estos tiempos.
Vale la pena recorrer la vida o los pasos azarosos de María Dolz, la protagonista de este nueva entrega de Javier Marías. Vale la pena descubrir los mecanismos que circulan por ella con maestría y talento. Un buen libro para esas noches en donde uno se merece a sí mismo con toda la fuerza y todo el ardor posibles.
A pesar del frío, la literatura sigue venciendo a los descabellados monstruos que nos rodean, pero como alguien dijo en algún momento: "Estamos rodeados y son para peor".