En Zona

sábado, 31 de marzo de 2012

Autocrítica madrileña

Me repito. Se que me repito. Manejo, creo, dos o tres cuestiones. Lucho contra mis demonios a sueldo, todo el tiempo. Se que me repito. A veces me distraigo, me convierto en paisaje que anda y me voy. Percibo que lo que conozco no le alcanza al resto. Disfruto de tres o cuatro verbos, algunos adjetivos y disimulo entre la maraña de la palabra y la letra. Soy de una ciudad llamada Buenos Aires, pero criado en una provincia del norte de mi país. He cometido excesos, casi todos. A veces he dejado morir las cosas, he postergado muchas veces los gestos necesarios para ser entendido. Me refugié en el silencio y no tuve nunca tropilla propia. Gasté mis esperenzas en juegos de manos con los mejores tahúres del mercado. Me repito. Me bebí mi tristeza de a poco. Me compro la ropa en un supermercado. Me desboqué como potro furioso. Quise el fuego y me incendié de amor en cada paso dado. Creo en la palabra dada. En la honestidad de la mirada. Siempre he sido pájaro corsario que no conoció jamás el alpiste. Me repito. Siempre lo hago y siempre lo he hecho. Se dos o tres cosas, no más. He muerto y resucitado en demasiadas ferias trashumantes. Casi no creo en las cosas en las que el resto deposita su fe. Le dí crédito a mi corazón. Dejo para mañana todo, incluso la vida misma. Me arrepiento de todo, menos de haber sido valiente. Creo que todo se paga en vida, ya que este es el infierno del cual hablan los de siempre. Tuve hijos y los quiero entrañablemente. Suelo quedarme en silencio muchas, pero muchas veces. No he querido lo suficiente a quienes quería en realidad. Me emociono siempre. He creído en la memoria, en la justicia de los hombres. Leí autores de otras vertientes ideológicas y disfurté con ellos. Dejé de leer a autores de este costado del corazón, porque ya no tenían nada para decirme. Me gustaba la lluvia, hasta que comprendí que aquellos que no tienen techo, se mojan sin reparo y entonces la lluvia ya no era un bien para todos. No dejé que me engrillaran la prudencia. Siempre me gustó andar despacio si total siempre se llega. Me gusta compartir mi comida y mi mate con quien se acerca de frente. No hablo de solidaridad, la vivo y la construyo siempre. Me repito. Lo sé. Serán los años, tal vez. No escupo contra el viento. Antes me gustaban las noches, hoy aprendí de las mañanas. De los trabajos que tuve, aprendí que no hay patrón bueno y que todos tienen su precio a la hora de la traición. Me gustan las fiestas  populares, porque son fiestas y nada más. Me gusta la protesta, a lo mejor, demasiado.
Digo.
Vuelvo a ese vértigo horizontal que es mi paisaje. Vuelvo tranquilo, al trotecito sobón. A un país que como siempre está intranquilo, encendido. Vuelvo a esa inmensidad, que apabulla, que se aleja y se acerca como en un tango.
Es ese cielo que nos cruza, con sus arrebatos, sus discusiones y querellas. Es ese castillo de barajas que levantamos a cada momento los habitantes de ese sentimiento casi raro y alocado, que algunos llaman Argentina. ¿Se vuelve de dónde no se ha ido uno nunca? Puede ser. Sabemos, mejor dicho percibimos en la espera antes del salto, que vendrán tiempos constipados. Que llegarán ardores y desencuentros y a lo mejor, desengaños. Uno, yo, sabe donde se habrá de depositar tanto viento rebelde. Mientras tanto, pienso en ese límite tan lejano que siempre es el horizonte. En ese mirar tan intenso que lleva a cuestas preguntas que se balancean siempre a lo lejos. Pero también regresamos a ese misterio que es una ciudad de inmigrantes recostada en un río fangoso y siempre ancho. En esas humedades que evocan sudores y mezclas.  Viejos amigos que ya no me recuerdan y de los cuales me pregunto dónde andarán. Vuelvo al tango y a las otras músicas que también soy yo. A esa especie de evocación que camina por las calles siempre paralelas de una ciudad que se parece a cualquier otra en su pretensiosidad.
Mientras tanto quedan esas distancias a las cuales había dejado de reconocer. Al toma y daca, que significa vislumbrar siempre la felicidad, allá, allí. Por eso a lo mejor, estos diez años sirven para reconocer otras pistas, otras huellas en este andar baqueano que siempre me llevó encima.
Hago un punto.
Y pienso en Gabo Ferro. Un cantante y un poeta reconocible y a la vez, tan distinto. Lo escucho y me reencuentro con maneras, con formas. En sus discos encuentro el merecimiento de un artista que abruma, apabulla y dispara radiante. Nunca lo ví. No lo conozco. Solamente escucho sus canciones, me dejo llevar por sus palabras y me doy cuenta, de como la vida sigue, buscando alternativas y tratando de aportar desde la creación nuevas pautas, necesarias y casi urgentes.
Ferro dice y desde ahí me entrecruzo con una de las  mejores tradiciones que viven, coletean entre nosotros desde hace mucho. La historia del contenido. La secuencia de decir algo, de decirle algo al otario que está del otro lado, esperando algo, sin saber nunca qué es eso que se espera del cantor.
 Ahí está su último disco. Cargado de palabras, rebosante de gestos. Encarnando esa continuación que solíamos buscar en los comienzos de todo. Cuando sedientos, acudíamos a escuchar el último disco de o tal. Ahí estaban las palabras necesarias para modular nuestro propio discurso. Destejiendo imagen a imagen, frase a frase, descubriendo metáforas, montándonos en ese decir, que se diferenciaba de los otros decires. "La aguja tras la máscara" es un comienzo, un paso leve para aproximarse a este músico y poeta argentino, que corta el aliento con su voz, con su explicación de un mundo formidable, concreto y abismal. Están sus canciones, de cualquiera de sus discos anteriores. Todos sirven, nos sirven para seguir apurando la vida, para seguir con este festejo de las buenas cosas. Esto es, conocer a un tipo a través de su música, de sus canciones y saber que sigue habiendo constructores de algo mejor empuñando una guitarra y unas palabras necesarias. Además y como si esto fuese poco, está su voz, que es otro instrumento, que nos acerca  un poco más a ese ideal que siempre solemos tener los que esperamos que siempre se abran los cielos y vengan los buenos y mejores tiempos, que siempre andamos necesitando.
Un buen y notable trabajo que merece de toda nuestra atención, superando la sorpresa de la primera vez y volviendo a el, como un arrebatado o un sediento después de una larga travesía.
Sigo.
Me repito. Lo se. Nunca acepté las órdenes de aquellos que se sienten a salvo de todo. No entendí de méritos, pero si de fracasos. Creí en lo mágico de una situación, cualquiera que me produjese quedarme sin respirar, sin aliento. No creo en lo políticamente correcto ni en las globalizaciones. He sido un mal amante. Nunca dejé de pagar todas mis deudas, sin esperar nada a cambio. Esperé en las noches en lo que todo ardía a mi alrededor. Cuidé con empeño mi libertad de elección. Me despojé de honores y de lisonjas. Me quedé de pie cuando todos se sentaban. No acepo la traición por sobre el bien común. Me gustan los cafetines más reos, más despojados de luces y famas. Siempre supe que la fama era puro cuento. Me repito. Es invariable. Se dos o tres cosas, que me han servido para cruzar inviernos y carnavales. He tratado de ser buena persona, a veces lo conseguí y otras me quedé a mitad de camino. He pedido perdón en varias ocasiones. Siempre pienso en la muerte para prepararme cuando me llegue. Tuve desencuentros. Muchos, a lo mejor demasiados. Siempre que quise, quise como si fuese la última vez. No creí en la moral de los vencedores ni en la dramaturgia ni en la liturgia de aquellos que siempre tienen razón. Me gustan la primavera y siempre el otoño. A veces me fué bien y fuímos felices todos los que estaban conmigo, cuando la suerte se volvió en contra, preferí quedarme solo. No me gustan las palmadas en la espalda y siempre he sido un poco arisco. No he sabido mascar frenos y con lo que tengo, he tratado de ser mejor persona. Se que me repito, a veces demasiado.

viernes, 30 de marzo de 2012

Una cuestión de amor

Y es así. Nos vamos dejando espumas. Sonidos y palabras. Dejamos algunos nombres y varios abrazos. Pero hoy mi barrio, Pinar del Rey es una fiesta de sol. He quitado las cortinas de casa y el sol me entra como a un gato perezoso, mientras las pulgas se evanden de ese calorcito primaveral que me saluda.. Un gato al fin y al cabo deseoso de calores antes de las despedidas.
Vivo en Pinar del Rey, un extenso segmento verde se asoma en la esquina de mi casita. Hacia el acudo, cuando quiero silencio, cuando los humores me distraen. Cuando el día apetece para perderlo mirando, sujetando una palabra o simplemente fumando distraído a la sombra de un pino, arrullado por el zureo de las palomas. Es un día perfecto, mucho sol, poca gente y un libro de ladero en este viaje tremendo y azaroso que emprendemos siempre los que todavía tenemos ganas. Entonces alargo la espera, solamente me quedan unos días en este sitio y pretendo, quitando de lado todos los menesteres lógicos de las partidas, gastar mi tiempo en esto, esta especie de oda configurada por mí en el no hacer, en el quedarse quieto. Así de a poco se van escurriendo los días, va quedando la sensación de extrañeza. Ser un extrañado. Ser solamente un nombre, una mota en un entramado mucho más fuerte y denso. Ser ese segmento que se pierde en un segundo, que se evapora.
Veo mis plantas resistiendo ya sin mí. Seguirán absorbiendo vida como han hecho desde siempre. La vida sigue, es solamente esa vieja cuestión de amor la que corrige, la que impulsa, la que en definitiva define. A veces nos damos cuenta, otras en cambio, avanzamos rabiosos, dejando marcas, costurones para que alguien nos recuerde acaso.
Pienso.
Camino por López de Hoyos, cruzo La Gran Vía de Hortaleza y esquivo vidas que siempre vienen en sentido contrario. Saludo a los parroquianos del bar, pido un café americano y miro por la ventana. La tragaperras hace sufrir a uno. La televisión es un espejismo que no logra moderar nada. En los bares ya no se fuma. Me aguanto.  Esto de ser murguero, plebeyo, cabeza, viene de mi elección ante una serie de hechos que me invadieron en mi adolescencia. Proveniente de una familia de radicales y comunistas, desayuné escuchando hablar del hecho maldito que había azotado el paisito de clase media. En el colegio me hablaron de tiranías elegidas por los más feos de la sociedad. De decretos que pohibían mencionar al tirano prófugo y esas cuestiones. Así sin quererlo o mejor dicho queriendo a propósito enfrentarme ante tanto mandato pastoral y familiar, decidí ser lo que que he sido siempre. Como dice Osvaldo Soriano en una de sus novelas: "Yo nunca me metí en política, siempre fuí peronista".
De los de abajo, desde ese olor a barro que tanto subleva a viejas y niñas menguantes. Tomé la opción. Elegí. Hoy a lo mejor soy mucho más anarco peronista que otra cosa. Un viejo resongón ya, que sigue creyendo que la política son mucho mas que buenas intenciones. Que sigue creyendo que la política son mucho más que gestos y palabrasacarameladas para la tilinguería de siempre. Que la política sin inclusión, no es política,que termina traicionando el espíritu de esa cosa que debe ser para el bien común. Que los feos, son personas no gente, que los de abajo son compañeros. Sigo creyendo en eso. Mientras dejó enfriar el café.
Salgo a la acera y enciendo otro cigarrillo.
Digo.
Lo de buscar razones una vez acontecida la vida es muy pobre. No tiene ninguna dignidad. Estos años en España me han permitido enterrar unos cuantos muertitos que me seguían de cerca, como perros cuscos. Los dejo en paz y que quedo en paz. Sobrevuelan los años y bailan los recuerdos. Nunca tuve que dar explicaciones, nunca las dí y nunca las pedí. Me parecen ruidos que producimos para aligerar nuestra carga con palabras y no con hechos o gestos. De Eva Perón, por ejemplo, siempre me gustó el odio que despertó entre la gente bien, que se juntaba en Plaza Francia a cantar la marsellesa. Me gustó esa decisión de irritar y enfrentar que tuvo ella, no así su general. Como me gusta el odio que despierta Cristina Fernández cuando la llaman "tilinga de Tolosa". Me gusta que intelectuales, gente bien de su casa, abogados de multinacionales, políticos derrotados, periodistas, sientan ese odio, se intranquilicen con esta nueva tiranía de los feos y sucios y también malos que los rodean. Me gusta ser lo que soy y vivirlo siempre con esa ironía que da el hecho de formar parte de una idea solamente. De saber que lo popular viene de un solo costado de la historia. Así las cosas, Eva fue un corte transversal en el discurso de colonia, de sometidos y arrojados de las relucientes cortes del norte poderoso.
Leo.
Cuando el capitalismo y la vida humana se funden, la huelga tradicional ya no tiene sentido. Algo repica.
Pensar. Que interesante es el hecho de hacernos. Que seductor. Seduce la inteligencia no la sonrisa, las calaveras sonríen y son huesos, el final. Vuelvo a la seducción. ¿Qué espacio resulta de este hecho? ¿Qué límites se deben trasponer para dejarse seducir por una idea? Por un pensamiento de otro hacia uno, que solo realizaba la espera. Porque en la actitud de espera, está también esa parte dialéctica de la idea, que secuenda un pensamiento a la vez propio, que viene del otro. Uno es seducido en la espera de que esto ocurra. Pensar y crecer.
Vuelvo a casa, el día es un regalo que abruma.
Enciendo el equipo y suena Bob Dylan, un viejo amigo, un entrañable compañero de este crecimiento que llevo a cabo desde que decidí. Estuvo desde siempre, asomándose a mi vida. Casual o a propósito, figuró siempre en mi lista de sonidos, que desde un costado irreverente he ido construyendo a fuerza de empeño. Sordo como era, como soy, me fuí abriendo a sonidos, fuí buscando pistas. Me acerqué muy despacito a otras músicas y de ahí fuí saltando a otras. De un amor a otro amor, como siempre. Pero Dylan siempre se quedó en mí. Su voz, sus palabras y sus búsquedas, convivieron de manera audaz en una discoteca, que fue mutando, muriendo y reviviendo con el tiempo. Discos que se dejaron abandonados, que se permutaron por abrazos y sueños. Pongo "Tell Tales Sign" y el mundo, la vida se detienen. Es solo un momento, pero este disco de recortes, de tomas desechadas, conforma un trabajo en si mismo. Ahí descubro lo que quiere
hacer este viejo amigo. Hace un nuevo disco con otras versiones que funciona como uno nuevo, como algo pensado para seguir sumando. Dylan abarca con los sobrantes de sus últimos trabajos nuevos, tomas diferentes y grabaciones en vivo. Y el disco funciona como algo nuevo para mí. No me importa demasiado, es solo un momento en donde me veo escuchando desde hace mucho a un tipo que  me permitió crecer. Ser el mismo y al mismo tiempo ser otro. Porque de eso se trató la contracultura, aunque después fuese derrotada por las sucesivas olas desprendidas por el poder dominante. Pero esa es otra historia. Fuímos jóvenes, fuímos iracundos. Algunos lo aceptaron como la forma natural antes de la domesticación definitiva, otros se dejaron la piel por el cambio. Algunos consiguieron sobrevivir, llevando consigo esa apuesta mayor. El y nosotros pasamos por esta vida, comprobando cambios, vendiéndonos a aquellos que querían pagar. Cambiamos de religion, de ropas, de cuerpos y besos. Y aquí estamos, aquí estoy escuchando a este señor con esa voz rota, sin ningún encanto adicional. Con el mismo ritmo de siempre, más irónico y más ácido si se quiere. Pero ahí está el viejo Robert invitando a seguir el paso de la culebra.
Digo.
Después de tanto andar descubro que vuelvo al punto inicial de partida. Lo hago sabiendo de antemano lo que me espera. Acepto las reglas del juego. De pronto me brotaron nietos como hojas de un arbol lento, de una sola calma. Me vislumbro, escuchando rock and roll. Discutiendo todo poder siempre. Descubriendo los crecimientos de estos hijos de mis hijos. Ser abuelo no está tan mal después de todo. Si son buena gente tienen asegurado encontrar buena gente en sus respectivos caminos. Si son hombres de bien, porque por el momento soy abuelo de tres varones, podrán despertar tranquilos por las mañanas y no dudar de sus propias sombras. Ahora que vuelvo a Buenos Aires se que la historia tiene continuación. Se que nada es igual, ni yo mismo ya lo soy. Lo aprendido me servirá para descubrir los límites nuevos a los que debo enfrentarme y lo que he desaprendido bien hecho está.
Han pasado muchos años. Todo tiene otras urgencias, pero en el fondo siempre se trata de lo mismo. De regresar a la mirada amiga, al mate compartido. A ese amor entrañable que marca y que define a una parte del mundo como nuestro, como mío a pesar de todo. Se vuelve a la palabra dicha, al susurrro tierno de las madrugadas cargadas de gestos. Al vértice justo de una vida que tocó, que me tocó allá en el sur. Ni es peor ni mejor. Tampoco uno no es tan importante como para tomarse en serio. No vale la pena, la vida es demasiado corta, demsiado intensa como para hacerlo.
Hago un punto.
Vuelvo a la seducción. Esta no es en origen, la relación espontánea entre hombres y mujeres, sino la relación dominante de los hombres entre sí. Por eso desde la metafísica de esta parte del mundo siempre partimos desde el presupuesto que nuestro punto de vista es soberano sobre el mundo. Pero no se trata de un pensamiento sin consecuencias sino de una práctica filosófica que permite que el soberano, dios, el papa o los políticos, o nosotros sencillos hombrecitos gobiernen todo lo que no es suyo, de ahí que el espectáculo, el mundo del espectáculo, por ejemplo nos remita a nuestra propia crueldad, escenificación ideal que nos venden todo el tiempo y a toda hora.
Sigo.
Pienso en Martin Hedegger y en su definición de aquellos rasgos de una existencia impropia, inaútentica y banal. Esa falsa curiosidad o afán de novedades por la que saltamos de una cosa a otra incapaces de detenernos y sin profundizar jamás. La pasión por hablar de las cosas sin entenderlas y asumirlas, repitiendo simple y sencillamente lo que se dice y se oye y el, ese, equívoco en el cual no se sabe qué se comprende y qué no se comprende, descubriendo que todo tiene el aspecto de genuinamente compendido, cuando en el fondo no lo está.
El viernes se muere, se acuesta y vuelve a apostar por una noche en donde todo o casi todo, siempre se permite. Los duendes se desnudan y salen a las calles a jugar. Madrid, ciudad agitada los viernes por la noche, se convierte así en una especie de cuestión de amor. De ese amor fou tan necesario y tan vital, algunas veces, que suele dejar como las locuras dulces y extravagantes recuerdos. Que cada cuál haga con ellos lo que pueda, el resto, el resto que los siga comprando hechos y a plazos.






miércoles, 28 de marzo de 2012

Soplan vientos del sudeste

A veces, suele ocurrir, la realidad tiene diferentes caras, muecas más bien congeladas, que destacan en el paisaje de lo social. Por ejemplo Mario Monti el muñeco puesto al frente del gobierno en sucesión de aquel otro muñeco llamado don Silvio en una Italia que desaparece en la bruma. Monti dice que la crisis en Europa casi ha terminado. Un chiste contado entre audaces y achispados hombres de negocios que siguen haciendo negocios mientras brindan más achispados y más insolentes.
Deberían decírselo a los seis millones de hombres y mujeres, que de buenas a primeras se vieron enfrentados a los vientos salvajes que despeinan como la historia, siempre a los desocupados. Deberían Monti y sus amiguetes pensárselo mejor, en estos tiempos siguen funcionando los bancos no por nada, Grecia, Italia, España y siguen las firmas como Portugal, perfilan los nuevos países del tercer mundo pero en las costas europeas a costa de aquellos que deben apelar a nuevas formas de comer. Las democracias avanzadas esperan por el fuego, mientras quitan derechos, anestesian al personal con palabras ajenas, amonestan a
aquellos que no piensan igual, se escandalizan por la indignación que ellos soberbiamente crearon en su momento. Eso sí, cuestiones de las democracias que suelen enseñarnos a nosotros, sudacas hambreados, cada trabajador que secunde el paro general del 29, deberá aportar de su salario algo así como 113 euros para protestar y tener la cuota asegurada para las patronales, que se frotan las manos desde hace mucho más tiempo que la injusticia misma. Un ministro con cara de serio dice que las mujeres vendrían a ser más mujeres por el solo hecho de ser madres. Saludan las prohibiciones y se regocijan entre cirios y velones encendidos los muy castos. Los fascistas pierden en Andalucía y dicen que han ganado y que por lo tanto deben gobernar aunque la mayoría está en otra parte. Enfermitos de soberbia, siguen apretando la cincha a un caballo flaco.
Hago un punto.
Sabemos y no hay que ser demasiado inteligentes que el sur del planeta está modelado según los intereses del norte y esa especie de fijación de un pensamiento único es impuesto por esos conglomerados o élites económicas y políticas mundiales redunda siempre en la visión de un mundo único posible, con también un sistema económico viable. Los países periféricos o del tercer mundo o empobrecidos, como se quiera, sufren, sufrimos una enojosa paradoja, la información que nos sirve para tratar de entender el mundo es fabricada en los centros del poder, en los mismos centros del poder económico y político responsables del saqueo y la dependencia.
Digo.
El mundo gira en un sentido. A veces la desolación es demasiado pesada, demasiado grande para llevarla a cuestas. Las injusticias se nutren siempre de los más débiles, de los rezagados que se alejan de la protección del resto. Se ceba con cientos, miles, demasiados. Se exterminan las posibilidades de supervivencia y entonces, una noche en una ciudad del sur, en Santiago de Chile un grupo de nazis golpea hasta el hartazgo a un muchacho, que no los representa en su ideal de masculinidad. O una mujer es prendida fuego en la moda nueva que circula por algunos barrios de Buenos Aires, o las bandas o maras de el Salvador encuentran la posibilidad de firmar la paz con alguien. América, la lejana América a pesar de esa gran riqueza histórica viva, sigue reproduciendo gestos del conquistador. No ya del español con la espada y la cruz, sino de cualquiera que sigue indicando roles y patrones culturales.
Pienso.
El mundo no cambió con las torres gemelas. Lo hizo con internet. Queda por definir en esta dicotomía globalizadora el rol de los estados. Muchos de estos, sobretodo en el desarrollo siguen manteniendo viejas posturas de enfermo. Atinan a mantener el control, el monopolio de la fuerza y de la información. Pero ante un espacio público digital-global, sin fronteras los estados que habrán de sobrevivir serán aquellos que sepan proveer de los suficientes espacios de libertad a sus ciudadanos muchos más allá de técnicas de control. Porque para el control ya habrá fuerzas más fuertes y globales. Las útlimas torres que cayeron se deben no a un musulman sino a Julian Assange, por ejemplo.
Me sigue gustando, cada vez me gusta más este tipo. Frank Zappa, simboliza para mí ese descaro ante la creación. Cada vez que escucho alguno de sus discos, precibo la furia por debajo del sonido. Ese planteamiento sin dogmas, ese buscar desde esa clase media norteamericana, que a mediados de los sesenta dejó de dejar por sentadas algunas cuestiones. Zappa no provenía de un hogar obrero de ningún suburbio trabajador de la costa oeste. Venía, vino de un hogar con discusiones y tomas de posición, aunque tibias, no estaban pegadas al ideal de supremacía blanca. De ahí surge este tío. Desde ahí se arremolina y arremete contra todo. Contra el negocio descarnado y miserable del pop hasta los límites de la música clásica contemporánea. Abarcó todos los registros, busco desde el rock, desde la parodia, el jazz o la música seria. Se aventuró en guerras en contra de la censura y creó, siempre lo hizo. A veces, se me escapan algunas cuestiones con él. Lo dejó descansar y al tiempo, se me abre y caigo en una música, que suena como los vientos, siempre. Frank Zappa visto desde la perspecitiva de este presente, resulta inmejorable para diferenciar el talento de una persona y marcar a fuego los intereses de un mundo fracasado como es el del negocio de la música. Desde este andamiaje es natural recorrer un cierto camino de diferencia. Su música suena hoy, como siempre, es una especie de avalancha, una apuesta por el arte más radical, mas cercano a esa rabia de trabajar por un mundo diferente a toda hora, sin descanso. De exigirle al tipo que está del otro lado, al que recibe, solamente una cosa: inteligencia.
Me distraigo..
Voy a extrañar esta ciudad, este pueblo grande que en algún momento brilló como un rayo. Como un fuego casi sagrado. Voy a extrañar el modo, las visiones que hace un extranjero sobre los naturales de esta especie de torre de babel que es ya y afortunadamente este país. Voy a extrañar este paisaje urbano irremediablemente marrón. Color tierra, tierra seca. Su cierta parsimonia o displicencia para vivir. Claro que voy a extrañar, mis caminatas por el Retiro o sus voces. La ropa tendida al sol de las ventanas de mi barrio al noroeste de esta ciudad pérdida en medio de una meseta agreste y sin agua. Pero de alguna forma me llevo cosas conmigo. Viajar me domesticó. Me hizo crecer y aceptar. Me hizo menos duro de lo que era y me permitió oir, oirme desde lo más profundo de mi mismo. Me hizo cuestionar algunas cuestiones y mantener grabadas a fuego las mismas que ya tenía antes de estacionarme en este paisaje. Ha aprendido mucho solamente moviéndome de donde estaba hace diez años. No soy mejor ni peor, soy el mismo creo, un poco más calmo y un poco más viejo.
Vuelvo.
Mañana es día de paro nacional. Un día de fiesta y de lucha. Un día que siempre debe vivirse con esa ferocidad de estar enfrentándose a lo peor y de fortaleza, de saberse unidos por ese hilo invisible de la certeza. Certeza que indica que es siempre el único camino posible y no un fin. La gente en las calles sumando sus cuerpos. Siendo cuerpos tatuados por palabras, marcados por la convicción que la única lucha que se pierde es siempre la que se abandona. Han cambiado las épocas, seguramente cada vez nos habrá de costar más y más. Pero el orgullo de clase es el que indica la lucha de siempre. Desde los inicios mismos de esta fantasía que se llama capitalismo hubo explotadores y explotados. El costo en vidas y sangres ha sido muy alto, para aceptar ser esclavos a tiempo completo y sonrientes. A lo mejor y sin darse cuenta comenzó el tiempo de la resistencia en esta guerra sin cuartel que nos han declarado los dueños de todo. el 29 es un día bonito para salir a la calle y desgarrar el cielo a puro grito, para que escuchen y se lo piensan, por más que nos acerquemos a Grecia y nos alejemos de Alemania como dicen los fascistas y sus secuaces de siempre.
Mañana soplarán vientos nuevos y quedará claro, que noy hay manera, no hay forma posible de exigirle al trabajador que pague con su sangre las deudas de su amo.


martes, 27 de marzo de 2012

Los días se diferencian, las noches no

La calle vuelve a cobrar vida después del invierno, del frío y otras soledades que nos han ido asaltando en los últimos meses. Los árboles vuelven a vestirse, la sensación de tranquilidad, de suavidad comienza a gestarse entre todos, el buen clima, ayuda a pesar de las diferentes obsesiones que nos aquejan. Se viene el paro general y negocian. Perdieron los del traje azul y vuelven a negociar. Todos quieren su cuota, su porción de queso, la manta que les tape los pies.
Mientras tanto, algunos seguimos en la prolija rutina de despedidas, maletas a medio hacer, apuros y olvidos. Por momentos nos agobia esa tristeza montaraz que nos asalta un domingo por la mañana en el rastro, en medio de un mundo casi descontrolado, en donde todo se vende y todo se compra. Madrid tiene su propio zoco, reglamentado y con horario. Se mezclan las voces, los idiomas, los gestos se anudan en una travesía por una calle llamada Ribera de Curtidores que es entrada y salida, que ya lleva sobre sus espaldas domingos y feriados la multiplicación de sensaciones desde hace casi un cuatro de milenio. Suenan músicas que se congratulan entre sí, desviando por un momento la agitación de otra vida, los menesteres de un tiempo implacable y feroz.
Mientras la ciudad me acompaña, llevo conmigo un disco extraordinario, música de cámara en el mejor sentido de la palabra. Un disco tributo a una banda australiana que rugió bajo el nombre de AC/DC y que suena en la voz y el piano de Jens Thomas, alemán y audaz a la hora de crear o mejor dicho recrear los sonidos de una forma diferente, profunda y arriesgada. Piano y por momentos la trompeta de Verneri Pohjola. Los dos crean un clima despojado de cualquier otra cosa que no sea la música misma.
Entonces veo la ciudad y la música acompaña mis visiones de una ciudad que se relaja bajo el sol de marzo, se aligera de ropas y distiende el gesto. Sumado a todo esto, que los días comienzan a ser más largos y las faldas más cortas. "Speed of Grace" se llama este disco imprescindible, para buscar otras salidas, otros horizontes, apenas otros atajos y otras  palabras para acompañar tanto viaje, tanta pista que se pierde en las arenas. Ahí mientras tanto diferentes a las originales, desfilan " Highway to Hell"; " Live Wire"; " Hells Bells" o " T.N.T" para sorpresa de ese único invitado que soy yo, mientras camino despidiéndome de rincones, aceras o vientos. Dejando atrás recuerdos y otros nombres.
Digo.
Faltan más ajustes, disparan desde los telediarios, desde las tapas de los diarios. Ametrallan al tipo de la calle. Estamos rodeados y siempre son para peor. Planean clausurar todo, vender lo que haya que vender y que se hagan los muertos. Se vienen aumentos, justificaciones y más expropiaciones a aquellos que ya no tienen nada. Arrecia el odio a lo diferente. Proponen que otro pague todo, los mismos de siempre por otra parte. Mientras tanto, comienzan a buscar otras latitudes aquellos que quieren un trabajo, una vida digna o por lo menos, salir de esta melancolía. El papa de los católicos, dice suelto de cuerpo que Marx está superado. Respiran tranquilos los dueños del dinero, ya no solamente ellos dicen lo mismo, ahora que todo está al borde del incendio sale el alemán y dice lo mismo. No sea cosa que el fuego termine devorando todo lo hecho hasta el momento. Por ahora, los que mandan dicen que la huelga general del 29 de marzo, acerca a los españoles a los griegos y los aleja más de los alemanes. Patrones y su servicio político en el poder y la oposición, indican, mientras todo se desmorona, que la huelga es innecesaria y contraproducente para los intereses del país. Será por eso que ese viejo disco de la risa suena y suena por toda la geografía de este pais europeo y cuasi tercermundista.
Mientras espero el autobús que me llevará de vuelta, de regreso al barrio, leo a Enrique Vila-Matas. Gran escritor, notable escritor español y uno de los mejores junto a uno o dos nombres más, por lo menos para este servidor. "Aire de Dylan" es un gran homenaje y una sátira despiadada hacia ese mundo que habitamos sin pestañar siquiera. Ya lo era "Dublinesca" su anterior y notable novela y también "Chet Baker piensa en su arte", imprescindible libro de cuentos de este catalán soberbio y magistral. Pero vuelvo a su último trabajo. En una de sus páginas dice: "Uno nunca sabe quién es. Son los demás quién y qué es. Te explican tantas veces quién eres y de formas tan distintas, que al final uno acaba por no saber en absoluto quién es...". Me congelo y me hago invisible. Solo se mueve mi sangre con ganas. Descubro por centésima vez, en las líneas de este notable escritor, resortes y recortes de una realidad infrecuente en las letras de esta parte del mundo y que tienen, por lo menos para mí, puntos de contacto con una narrativa que viví desde siempre en la parte del mapamundi que me tocó vivir. No comparo con mis escritores personales. No hago listas ni estudios sobre una literatura que está encendida y que a cada palabra, es una especie de placer. Vila-Matas logra con su nueva novela, avanzar un poco más, llevarnos detrás del joven Vilnius a esa especie de fracaso anunciado y por lo tanto transmisible a cada uno de los lectores que nos asomamos a sus páginas simepre buscando nuevas pistas del talento notable de este escritor que siempre está un paso más adelante, en la otra esquina, en el próximo bar.
Un libro entonces que llega en el momento justo. Porque además en Vila-Matas radica a mi entender lo más rico de la tradición literaria de esta lengua. La fantasía, el humor y la magistral andadura de una novela, una más, que suma entre lo mejor que se puede leer hoy por hoy en España.
Pero vuelvo.
Lo que más me atrae de esta forma de escritura, es el talento. Talento que se puede rastrear en sus innumerables libros, importantes aportes de una fantástica manera de explicar el mundo. "Aire de Dylan" es un excelente motivo para leer una historia, que como todas las buenas historias simpre logran conmover y deslumbrar.
Digo.
La sensación de levedad. Las noticias que a veces llegan. Los abrazos que quedan inexplicablemente postergados. La vuelta, despacito y por las piedras. Abriendo surcos en la vida de uno. Salgo a la ventana y huelo el aire. Eludo la tristeza de estos últimos días. La odisea de embalar libros, libretas de apuntes, prendas diseminadas. Anuncian lluvias. Se quedan atrás muchas cosas, cuestiones que hacen de uno, una especie de extranjero a perpetuidad.
Los días tienen nombres, las noches no. Por eso me gusta la noche. Socializa la espera, descubre la posibilidad de saber de antemano el nombre del siguiente día. Oscurece en mi calle y dejo que mi mirada la recorra una vez más, aunque los haga con la misma sorpresa desde hace mucho. La ciudad se estaciona y permite, me permite que ponga música y la deje jugar con el aire primaveral que florece a cada instante. Stefano Bollani y su " Stone in the Water". Música para los amigos, música para esperar y saber
que el jazz, es solamente una de las formas de la pregunta. Ahí suena un piano y detrás las olas dibujan figuras irreales. La música es esencial para mí. Un río que une, porque los ríos siempre unen nunca separan. La invención de paisajes que suenan, llevando, llevándonos siempre de la mano. Suena Bollani por mi ventana, el aire juega de a poco anunciando lo que vendrá. Lo suficiente como para describir estas ausencias que ya pronto habré de ser. De alguna forma, siempre fuí un entusiasta de la música, por decisión y opción. De a poco salí de la explosión de los años sesenta y presentí que había otros rumbos. Através las distintas zonas horarias y a fuerza de elegir, equivocarme y volver a elegir, conformé una amplitud que jamás imaginé cuando tuve en mis manos el ya lejano disco, en vinilo, de los Beatles y que fue mi furor y mi deslumbramiento. Sin embargo, como con la literatura, no tengo un canon, ni tengo diez libros o diez discos que habría de llevarme a una isla desierta. Solamente tengo en mí, la sensación de felicidad que siempre me produce algo bueno.
Pienso.
Volveré a mi ciudad una década más tarde. Diez años después. Todo habrá cambiado y nadie habrá esperado por mí. Mis hijos están ahí y los hijos de sus hijos a su alrededor. Llegó más domesticado, más calmo y menos herido de lo que me fuí. Me esperan algunos fantasmas, que también envejecieron igual que yo, por lo tanto casi, casi estaremos en paz. Vuelvo a Buenos Aires no a descifrar nada, solo a convivir con mi historia. No espero nada, salvo el amor de esa familia que fué creciendo sin mí y que seguramente volverá a acogerme con la tenacidad de las enrredaderas. Volveré a recorrer calles y olores, que no fueron olvidados, que permanecieron prendidos en mí como un abrojito hambiento. Volveré a habitar ese vértigo horizontal que casi siempre es mi país. No idealizo ni agrando nada. Vuelvo a querer descubrir los secretos de una ciudad habitada por duendes.
Han pasado solamente unos años. Nada seguirá como entonces, solo el calor de esa inmensa familia que otros han planeado por mí. Volveremos a encontrarnos en torno de una palabra o de una mesa tendida al sol. A esperar el degüello del cielo en cada atardecer y compartir un café en una charla interminable. Un bucle que le dicen por aquí, tan típico de nosotros. Perderse entonces en ese amor legendario que subsiste a cada respiración, a cada recorrido con los dedos, a cada mirada.
Es así, los días tienen su nombre, la noche nunca.

viernes, 23 de marzo de 2012

Ustedes tuvieron los relojes, nosotros tenemos el tiempo




No, no estaba bajo un cielo extraño,
Ni bajo la protección de extrañas alas,
Estaba entonces con mi pueblo
Allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba.

                                                       Anna Ajmátova


Cuesta pensar el tiempo. Pensarse en el tiempo. Transcurren los años y uno se mece al compás de días, semanas, meses, años. Los recuerdos acompañan este ir y venir. Los nombres, los lugares, nuestros lugares, nuestros equipajes modestos. Amores pérdidos, calles olvidadas, bares abandonados. La vida sujeta con pequeños hilos, el frío de un otoño que no se quita del cuerpo. La noche que por aquellas noches lejanas, parecía eterna. El silencio, los dos silencios, el cómplice y el terrible. La rabia escondida en los suburbios, la rabia de los que conocían el color del dolor que llegaba con rabia también y arrasando. Las horas aquel lejano día eran solo una mueca, se hacía imposible no imaginar lo que habría de ocurrir, se contaban las respiraciones, los látidos y se contaba el silencio.
La Nación y Clarín, dos de los diarios más importantes y secuaces de siempre, saludaron alborozados desde sus portadas. El Fondo Monetario lo hizo 36 horas después. Los habitantes del barrio norte, salieron con sus banderas y sus autos a festejar colapsando una de sus pocas avenidas. La iglesia los bendijo y los hizo comulgar mientras evocaban gestas más antiguas contra otros infieles. Los dueños de la economía, los partidos políticos, casi sin excepeción apoyaron el baño moral que recaía de nuevo en la tierra bendita por ese raro dios argentino.
Es decir se demostraba así y de una vez y por todas, que dios existía, mientras nosotros, todos nosotros no.
Se inició así la construcción del por algo habrá sido, el algo habrán hecho, aquellos que eran, que fueron exterminados. La costumbre metódica de mirar para el otro lado, de aquellos metódicos que siempre hablan del sentido común, sabiendo que siempre es el menos común de todos los sentidos.
Legalizaron la temporada de caza, yendo casa por casa.
Pero también desmantelaron lo que había en pie. Hicieron tierra quemada con hospitales, escuelas, fábricas, universidades.En su lugar reinaron los campos de concentración, los vuelos nocturnos sobre el mar para deshacerse de los rastros. Impusieron la picana, el balazo en la nuca o una inyección para adormecer y no resistir.
Ese día comenzaron a sentirse invencibles.
Creyeron que tapando el sol se decretaba la noche. Algún tiempo después sin embargo, comenzó la resistencia. Como se pudo. Los mecánicos, por ejemplo, hicieron su primera huelga ese año, ante el secuestro de comisiones internas enteras por parte de los aguerridos defensores del estilo de vida. Creyeron que exterminando todo lo que hubiese a su paso impondrían la paz de los cementerios. Fraguaron falsos enfrentamientos contra maniatados, para justificar tanto asesinato. Inventaron colosales fugas de penales de máxima seguridad, para ejecutar por la espalda a temibles guerrilleros esposados. Fingieron operativos colosales para secuestrar de sus camas, matrimonios peligrosos, niños armados hasta los dientes y de paso y como quien no quiere la cosa, llevarse televisores, heladeras, joyas o simples y extravagantes y mortales tostadoras eléctricas venidas de cualquier paraíso de delincuentes subversivos.
Pero desde primer momento se supo la verdad. Eran y siguen siendo la antipatria. Depués de todo, siempre fueron lo mismo. Mercenarios a sueldo del estado. Alentados por los delincuentes civiles de siempre, que todavía tanto tiempo después siguen disfruntando de las prebendas de ese estado que dicen combatir o despreciar.
Esa noche los perros soltaron a sus perros por todo un país, para ejecutar el mayor genocidio desde el exterminio de los indios también llevado a cabo por otros gloriosos e ilustres militares. Esa noche, ellos mostraron orgullosos sus relojes a esa parte cómplice de la sociedad que respiró aliviada ante el fin del peligro. Llegaba el tiempo de ellos. De la justicia implacable e inapelable.
Juraron y orgullosos declararon una guerra. El camino estaba delante.
Esa noche, el frío extraño. La oscuridad más profunda y el dolor ya era, desde hacía tiempo algo compañero. Se detuvo el tiempo, viró hacia el olvido. Los malos había ganado al final de cuentas, solo por el momento.
Pienso.
Amigos entrañables, seres con los que crecí. Nombres que fueron obligatorios en mi camino. Discos, lecturas, pasiones, ideas compartidas. El poncho de los años por aquellos años, nos cobijaban juntos. El primer amor, el primer recital, la primera soledad. Las caminatas por la madrugada buscando razones a un acertijo. El café eterno, el mozo asociado a nuestra levedad y a nuestra seriedad. Ser los mejores, porque todo era posible. Mientras otros estaban demasiado preocupados con las palabras, algunos de nosotros descubríamos otros parajaes, otros nombres y otras memorias con las que crecer era posible.
Muchos años después, en otro país, escribo pensando en ellos. Vivo en ellos y otro 24 me abraza a punto de volver. Veo en todos, ese momento detenido hace treinta y seis años atrás, cuando la noche llegaba vestida de verdugo. Cuando hacían un operativo y cortaban las calles, encerraban los barrios, amortiguaban los gritos de aquellos que indefensos sabían que ya eran memoria antes de ser silencio.
Pero aún así, en esos momentos letales, percibí que ellos no podrían. Esa noche y a pesar del horror que sobrevino y del espanto que nos inculcaron, ellos no podrían ni debían prevalecer. Que más temprano que tarde, serían despreciados y humillados, derrotados y que habrían de pagar sus culpas.
Digo.
Ahora faltan los civiles. Aquellos que desde sus empresas, denunciaron cuerpos enteros de delegados, hicieron negocios, vivaron a los asesinos. Faltan ellos, los que querían desmantelar un estado, antes que pensar solamente en la guerra contra los endiablados guerrilleros. Sabemos sus nombres. Los cargos que ocuparon en bancos, financieras, sociedades. Los periodistas que adularon e incentivaron, pensando en sus bolsillos, a los torturadores. En los que desde las páginas de diarios y revistas glosaron las hazañas de tanto criminal. Los datos y señas de los que brindaron una pátina de respetabilidad a los saqueadores. A los políticos, que saben que el qué calla otorga. A los sacerdotes que bebieron no ya la sangre de Cristo, sino la de los asesinados. La de jueces y fiscales que negaron consuelo y justicia a miles. Ahora deben saber, que iremos por ellos. Que ellos tuvieron los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo.
Porque el tiempo siempre está de parte de la memoria.
Esa noche fue de fantasmas. Fantasmas que fueron perdonados por la clase política hasta no hace mucho. Apuraron su soberbia hasta el hartazgo. Sin embargo hoy están presos, los que no fingen demencias u otras enfermedades para no ir a la cárcel y pagar sus culpas.
También y en medio de esta fecha, recuerdo la única oposición que estos brillantes militares no esperaron jamás: la madres de la plaza, que jueves a jueves desafiaron a la historia misma. En ellas está la posbilidad de haberles puesto nombre y apellido a tanto asesino a sueldo, a descifrar las razones de tanto latrocinio y por último de haber pedido siempre lo imposible. Aparición con vida no es una postura filosófica, es la clave para entender, porque desde ese 24 de marzo, algunos percibimos que estaban derrotados de antemano aquellos que se adueñaron del país para imponernos su visión sagrada de salvación y purificación no pudiendo frenar el ejemplo de un puñado de mujeres, amas de casa en su mayoría, que enfrentaron en las calles a la más sanguinaria de las dictaduras en la Argentina.
Pero esa noche todavía no había señales. Lentamente como una oruga, comenzó la respuesta. De a poco, avanzando con la tenacidad de una raíz, algo indicaba, como la historia nos lo había enseñado, que ningún poder militar era lo suficientemente poderoso como para entronizarse en nuestro país. Por más mundiales ganados, por más dólares baratos que ilusionaran a los argentinos con que éramos derechos y humanos, por más impunidad que hubiese en las calles, por mas guerra de las Malvinas y por más tenebrosa que fuese la vida, ellos, ellos iban a perder a la larga.
Pienso.
Hoy es 24 de marzo, el día de la memoria. Ese día, 36 años, atrás nos quitaron casi todo. Nos quedó la memoria. De a poco, fuímos volviendo a descifrar paso a paso lo que fue quedando de nuestras vidas. Nos costó rehacer casi todo. Cruzamos la noche cargados de sueños, contradicciones, desencuentros, dolores, silencios, algunas alegrías, a veces como extraños. Tuvimos hijos, divorcios, nuevos amores. Algunos preferimos volver a ser turba, piedra, otros en cambio elegimos ser aire. Madera y cielo. Dejamos pedazos nuestros en cada uno de nuestros gestos. Abrazados a su tristeza algunos decidieron quedarse mudos de toda mudez y aceptar el nuevo pasaporte y ser correctos, otros en cambio cambiaron de piel y decidieron dejar colgada junto con la camisa de turno, flecos de su dignidad. No todos pasamos de la mejor forma por ese infierno reglamentado. Se sobrevivió como se pudo. Se juntaron los pedazos que quedaron desperdigados de la mejor manera posible. Nada fue igual, nunca más lo fue. Tuvo un alto costo, muy alto. De a poco y sin darnos cuenta, más viejos, menos asombrados o más asombrados por seguir aún vivos, hemos ido juntando, año a año las pequeñas pistas dispersas de nuestro pasado. Tal vez hoy, muchos de nosotros estemos esperando el silencio que nos habrá de sobrevenir en algún momento. Tal vez hoy, 24 de marzo, muchos querramos estar con hijos y nietos en la plaza, gritando ni olvido ni perdón a los que vendieron la nación, ni olvido ni perdón a los asesinos y torturadores.Tal vez muchos hoy nos reencontraremos para vernos más añosos y con menos o regular salud, sonriendo rabiosamente por nuestros muertos queridos y seguir, mientras se pueda,  disputándole palmo a palmo las fronteras a tanta muerte y tanta desmemoria organizada.





miércoles, 21 de marzo de 2012

Esa arisca necesidad

Existen  momentos en donde todo parece detenerse. Momentos en los cuales  un color se estaciona o una nota resuena en el interior de toda una vida. Una palabra recorriendo el costado de una vida, un gesto envejeciendo con nosotros. La lluvia que murmura en la ventana. Un paisaje que no se olvida, un cuerpo fugaz que se pierde en la niebla de ciertos altares laicos. Estar lejos, escuchar un ruido a lo lejos. Memorizar las razones y desgranar los motivos. Descubrir en un momento las palabras necesarias que se habrán de desatar como tormentas furiosas, abismos y nuevas distancias. Todo tiene nombre. Todo se dibuja en la arena ajena. Quedan los restos, estos que siempre son uno. Se van los perfiles desdibujando en la distancia y obligan, a desmontar tanto recuerdo, tanta vida  en esta tarde que se pone en celo. El misterio de la noche se viene ya a vivir sobre los cuellos que esperan.
Me descubro frente a frente con una imagen de un pintor considerado degenerado por los nazis en su momento. Oskar Kokoschka se llamaba, escritor, poeta y pintor de profundos abismos con cuerpos. Me impresionan, me siguen conmoviendo las miradas. Las huellas que dejan los ojos de sus cuadros, el rastro de sus miradas, la constancia de los colores que indican las sendas de esta expresión, que formó parte de una escuela y que en su momento trazó una línea. Dividió la esfera del arte y le puso su nombre. Kokoschka fue un artista que se opuso a través de su arte. Que eligió un lado y fue fiel y consecuente a esa elección. No es casual, nunca nada lo es. Klimt, Mahler, Freud lo frecuentaron o él los frecuentó a ellos. Era parte de esa fantasía que se llamó imperio autro-húngaro. Viena era la vidriera, la pantalla en donde todo caía en un furibundo color de rosa, todo eran promesas y todo era posible en aquella ciudad capital del centro europeo. Todo se desgajaba y nadie lograba percartarse de ello. Era el final de una época. El artista fracasa por su expresividad violenta y emigra a Berlín y allí, Kokoschka logra arrebatar a propios y extraños. Después vendrían los tiempos y sus turbulencias y con ellos los enemigos de siempre. Murio en Suiza mientras dictaba sus memorias el 22 de febrero de 1980.
Quedan sus cuadros, sus rastros y esa formidable percepción de las miradas. Los cuadros de Kokoschka es uno solo siempre, casi el mismo. Todo radica en los ojos de sus modelos, en los suyos propios en los autorretratos. Esa forma de mirar. Ese discontinuo trajín que hace seguir con mi propia  mirada, las miradas que se desarman en sus pinturas.
Pienso.
Buscan explicaciones. Se anudan en discusiones y vuelven a buscar motivos. La desesperanza está ahí al lado, pegadita al gesto contrariado, enojado de los que ven hundirse el mejor barco de la mejor flota. Se desesperan los políticos buscando nuevas mentiras, se desesperan aquellos que siguen mirando pasar los trenes y saben de antemano que lo que queda es tristeza para repartir. Esta malaria no es de mosquitos ni de aguas, es la servida por aquellos que siguen haciendo su trabajo casi de memoria. Somos animales de trabajo, desorientados elefantes buscando su sitio mientras los de traje siguen haciendo de las suyas. Cerrarán este paraíso y los que no acepten serán los nuevos esclavos. Habrá bailes de frenesí y apelarán a los palos con esos que siempre están por la labor de domesticar porque a cada instante de su existencia, la policía recuerda al Estado la violencia, la trivialidad y la oscuridad de su origen. Porque el origen del estado es la violencia misma.
Suena en mi casa de los suburbios una música que viene a cuento o quizás no del todo, pero no tiene importancia. Es el polaco Tomàsz Stanko y su trompeta. Busca signos a bordo de notas que me recorren lentamente. El jazz, ya se sabe es solamente una explicación. Una forma, acaso una manera de explicar lo que está ahí rondándonos como pequeñas hebras que se mueven en la brisa. Miro por la ventana, se escapa el invierno y nieva. Como siempre alguien se empecina en contradecir calendarios y descansos. "Dark Eyes" es un disco poderoso, con una musicalidad plena que se desviste al servicio de uno, que solo escucha mientras se destraba el día en una especie de danza pausada bajo los árboles sin hojas pero con nieve.  Suena y se revuelven sobre sí mismos los dichos y los días que sucumben en esta espera que no se vanagloria de nada, solamente de saberse parte de una espera casi interminable. El regreso, siempre es eso, se hace acompañado por músicas dulces, verdades a medias y diferentes improntas. Se acaba una época, me esperan nietos y sabores. Comienzan los momentos de elecciones, de selecciones. Todo forma parte de una vorágine inexplicable, frenesí a destajo, risas locas de despedidas. Mientras tanto sigo con este trompetista, saltando de charco en charco. Recordando, ejerciendo mi derecho a la memoria. 
Descubro una frase de Peter Jenner en la revista Orsai: No hay crisis en la música, sino en el negocio de la música y me quedo pensando. Provoca y se acerca a los ataques histéricos de empresarios, abogados y policías que cuidan los bienes de los poderosos. Ganaron mucho dinero a costa de artistas y de públicos y quieren seguir ganándolo a toda costa. Rastrean en la red y atacan todo aquellos que les haga perder un centímo.
La propuesta original, pienso, en algún momento fue que el creador, solo hace un bien cultural, pero eso nunca quiso decir que ese mismo bien cultural le perteneciera. Es muy simple. Todo artista para crear necesita de ese conocimiento común acumulado en la cultura. Esto quiere decir que todo creador necesita de lo hecho por los anteriores. Todo lo que escapa a esta lógica de crecimiento, carece de sentido.
Ahí tengo a Tomász Stanko y su quinteto entonces sonando con ese control que le da la creación y se parece a otros y sin embargo es él. Hay que buscar otro disco de este trompetista, que grabó en su momento con Dino Saluzzi, de Salta una provincia argentina, que toca el bandoneón y que merece la pena estar en el disco duro de nuestros ordenadores rebeldes. Es algo saludable para nuestros cerebros hambirnetos.
Digo.
 En la noche es cuando todos los gatos se parecen. Se enamoran las luces de las farolas y así vamos desandando lo andado. Memorizamos calles, olores y gestos. Resuenan palabras y acentos que vienen desde el fondo de la historia. Nos tomamos el olivo, nos vamos saludando en cámara lenta. Silbando bajito. Bailan los recuerdos en el fondo de la foto. Nos vamos despacito y por las piedras. Se detienen los rumores de la música sensiblera que siempre nos acompaña. Vamos deshojando margaritas y abrazos, dejamos atrás nombres, manos, miradas, la noche con su grandeza agradece los gestos de amor que sin querer ni premeditar fuímos acumulando en este viaje. Madrid tiene la facilidad para mí, de ser casi mi casa. De haberme visto en una ciudad amable. De haber vivido esta longitud que a veces es la vida que me cobija desde hace mucho. Nos vamos sonriendo para la foto digital, mientras el alma se nos returce de tristeza. 

Ahora que estoy mirando por la ventana, me acuerdo de una cantante argentina llamada Lidia Borda. Cualquiera de sus discos es bueno,  notable y necesario. Pero me acuerdo de su voz, de ese decir tan propio de una ciudad alejada por ahora de mis intenciones. Se destraban las distancias a fuerza de claridad en sus canciones, tangos viejos que vuelven a resolver los enigmas que a veces nos sitian en ningún lugar seguro. Buenos Aires a veces es eso, esa mezcla incesante de rumores y certezas, que se agolpan en el ejercicio cruel de entender la vida. sus ritmos y sus cambios, sus nociones exáctas sobre todo lo que rodea al habitante de esa ciudad en casi el fin del mundo. Alborotan las sangres sus árboles y sus amaneceres, sublevan los atardeceres misteriosos de sus otoños pausados. Allí, en esas calles paralelas se estaciona la voz de muchos. Prefiero por ahora el sonido de la voz de esta mujer que canta desde lo profundo del barrio, de cualquiera, de aquel que todavía no tiene nombre ni geografía, pero barrio al fin y al cabo. Lidia Borda sirve, en mi caso particular, como una especie de faro brillante en medio de la lluvia y el viento, por eso escribo sobre ella y sobre mí.
Falta poco para cerrar este ciclo. Me imagino mi primer café porteño, mi penúltimo cigarrillo en la vereda y el susurro de un habla que siempre me siguió de cerca. La polémica interminable con amigos, el abrazo entrañable de hijos y nietos y el sol manso de abril. Me voy como siempre nos hemos ido, casi en silencio y con algunas certezas. Con la determinación de seguir viviendo con rabias y alegrías, que es lo único que a veces nos merecemos.
Y así destrabando la memoria me quedo con un cuadro de Kokoschka, algunos amigos queridos y queribles por la paciencia y el amor que me otorgaron como una medalla. Ahí queda entonces la sensación de haber vivido plenamente, de haber recorrido la distancia como en un cuento.
Pero por momento entonces, esta mirada pintada por el austríaco esa profundidad trenzada de noches y de vidas que otro detuvo en un lienzo para nosotros. Convivir con esa arisca necesidad que nos lleva siempre, con fiereza a vivir para adelante. La única forma de vivir.
                                               
 







jueves, 15 de marzo de 2012

Postales de Madrid

Desde el presagio mismo de esta primavera anticipada me dejo llevar por ese rutinario viaje a ninguna parte. Desabrocho la tristeza y me dejo al sol. Sol de esta ciudad que siempre está presente, que acompaña, lame, sitia y refleja la vida. Esa vida, que en Madrid se vive. Es una cuestión de amor. Llevo mi música a cuestas. Esta vez son los Hazmat Modine una la notable banda de sonido de mi recorrido secreto. Me quedo al sol, esperando en la parada. Suena "Cicada" y el mundo gravita más despacio. Todo se hace al ritmo de estos músicos de Nueva York, que arrastran los sonidos como venidos desde el ancho sur, desde el infierno mismo, pero en una ciudad que mira hacia otro lado. Suena una voz quebrada y miro el paisaje desde la ventanilla de un autobús que me lleva a otros horizontes madrileños. Comienza, siguen mejor dicho las despedidas. Nunca son fáciles ni sencillas, siempre uno algo pierde en ellas, quedan huellas, pequeños datos, crónicas imperfectas de la vida transcurrida, algunos nombres, pocos perfiles, sonidos, palabras dichas en los apuros de la vida, que quedarán unidos a uno como la sensación de felicidad desmadejada. Suenan los Hazmat Modine y el mundo parece un poco, solo un poco mejor.
Menos mal que tenemos la música para atravesar tanto naufragio, tanto sentimiento inconcluso que ni nos hace mejores ni acaso peores. Porque en definitiva es solo una cuestión de creencias y abrazos, siempre ha se ha tratado de esto.
Pero.
Madrid tiene ese eco, resuena en sus entrañas la vida que corre como un río. Estamos mal, estaremos peor, pero siempre quedará la transparencia del puro reflejo de sus sierras, que la guardan en una meseta seca , la protegen de esos vientos duros que la atraviesan. Uno, yo por caso, me dejo llevar. Me indican un sitio que queda en Suanzes. Un parque silencioso y hacia allí voy. No creyendo, sino solamente buscando un lugar para mis pensamientos, mis prometidas despedidas y mis posibles encuentros.
Un parque como cualquier otro, un lugar en donde se durmen las almas secretas de tantas palabras dichas. Almendros en flor en el parque Quinta de los Molinos, a veinte minutos de todo, porque aquí todo o casi, está siempre a veinte minutos de uno. Descubro un lago, un molino y los almendros rabiosamente coloridos y plenos de un final de invierno a colores. Anuncian lo que viene, lo que está llegando a pesar de un invierno seco y esquivo como algunos amores. Cuesta olvidar esto, esta sensación de tranquilidad colorida por la mejor paleta que haya en el mundo entero. O mejor dicho, esto es Madrid, ciudad lejana de un imperio muerto de abandonos y otras intrigas. Suenan los acordes de mi propia banda de sonido, sonrió a solas con este descubrimiento, me complazco y me siento a la sombra de un árbol bonachón. Espero y miró a los que pasean por los bordes de la sombra, todos, incluso yo, parecemos felices de este pequeño mundo imperfecto.
Digo.
Mientras tanto siguen los cortes y recortes. Se llevan, se llevarán todo y encima tendremos que pagar, para que estos fulanos que se llaman demócratas, sigan viviendo a nuestra costa. Produce asco, producen asco verlos tan enérgicos ante las cámaras, en los parlamentos, en las fotos. Pasan y dejan la tierra yerma. Hablan de patria y la desgajan. Especulan, sacan cuentas, clausuran toda eperanza y siguen andando como si todo les perteneciese. Mientras tanto cabe esperar, luchar en medio del incendio. Desenrrollar la solidaridad y comenzar a salir de tanta mediocridad a plazo que nos han vendido. Encandilados como estábamos, compramos cosas que no nos servían, que no necesitábamos, inservibles, amontonando explicaciones a fin de mes, para justificar que todo está bien. Habitantes del tiempo chico eso hemos sido. Como hijos del viento, descubrimos tarde, que la broma éramos nosotros y nuestros pesares. Queda por ver el dolor que sobrevendrá de ahora en más. El cerrojo que nos echerán encima y las sangres que habrán de cobrarse en nombre de la austeridad de nosotros.
Hace tiempo que recuerdo momentos, encuentros y descubrimientos. Hace mucho, en otra vida, un día descubrí una revista que me produjo una sensación abismal. Era mayo y tenía 18 años y la revista se llamaba Crisis. Descubrí que había otro mundo. Que había poetas que hablaban del pan duro, de la tristeza de los días domingos y del amor sin sábanas. Recorrí los pensamientos de aquellos que narraban los mundos mejores y las posibilidades siempre de cambiarlos.
 Porque el mundo, allá por esos años era así. Se podía cambiar, elegir y creer que todo tenía su lugar entre las páginas de una revista que mes a mes nos esperaba en el kiosko de la esquina. Eran tiempos raros, teñidos de una luz demencial, vistos a la luz de estos tiempos en que transcurro. Eran años bravos, en donde había que elegir a toda costa y confiar en esa elección a costa de uno mismo. Mientras tanto, sentado en torno a una mesa de un café lejano, le quitaba tiempo al tiempo, el día de la cita y con fanática decisión, recorría las ideas y las conjeturas que la revista llevaba a cabo. Era el día del mes en donde el placer y la idea, se desnudaban mutuamente para llegar a mí, a nosotros, con esa precisión que me quitaba el aire a sorbos. Paso a paso, mientras el café se enfríaba y el cigarrillo se consumía en el cenicero a rebosar, me dejaba llevar por las palabras de los mejores de la tribu. Fuera la ciudad se detenía para mí, para nosotros. Todo se congelaba como en una foto en blanco y negro. Cesaban los rugidos de los malos, el rumor del mundo se aletargaba y todo parecía funcionar en ese momentos. La palabra llegaba cruzada de ardores por aquellos entonces. Algunos prometían fuegos y otros anunciaban diluvios a reglamento y billetes de ida a cualquier lugar lejano y de nombre oscuro.
Sin embargo número a número, mes a mes, nos distraíamos en medio de esa lluvia que caía sin parar, en una especie de Macondo de Gabriel García Márquez, pero en Buenos Aires, desangelada y vestidita de negro.  Preparada ya para tanta mortaja y tanto llanto silencioso.
Así llegamos sin querer a autores lejanos, a ideas que flotaban en los aires de aquellas épocas. Todo en letras minúsculas, sin  fotos casi y con la audacia a flor de piel.
Ahí estaban Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Juan Gelman, Heriberto Muraro, Haroldo Conti, Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto, Paco Urondo, María Esther Gilio entre tantos otros, quienes desgranaron por sus páginas las diferentes pasiones que por aquellos años anclaban en en nuestros corazones desbocados. Mes a mes, entre las páginas de esta revista, uno, yo, descubría las pistas y los datos necesarios para entender que el mundo ya no era ni ancho ni ajeno. Que la injusticia llevaba nombres y apellidos y que muchos amores, con el tiempo suelen olvidarse.
Así convertimos sin querer, a esta revista, en una de las mayores revelaciones que por aquellos años alumbraron nuestros pasos por una ciudad cruzada de vientos, tempestades y otros milagros. Sin embargo, hoy su nombre sigue siendo una especie de pasaporte, un recuerdo agradable en donde las circunstancias, hacen que el recuerdo sea dulce y valorado ante el desierto que siempre tenemos por delante.
Digo.
Madrid está esperando la primavera. Se huele en el aire, como caballos viejos olisqueamos para saber el rumbo que habrá de tomar el aire esta vez. Es un día cualquiera por la tarde, no van quedando héroes y la vida se vive a destajo, buscando motivos y ganas. A veces nos equivocamos y preguntamos, sabiendo de antemano las respuestas. La ciudad funciona con su corazón secreto como todas las ciudades, como todos nosotros. Algunos seguimos con nuestros secretos a cuestas, otros los hemos canjeado en cualquier cajero automático, algunos los hemos abandonados como zapatos viejos, otros nos divorciamos de ellos y nos fuímos con otro amor a tratar de recuperar el tiempo pérdido. Así todos seguimos, peleando y mordisqueando trozos de esta vida, descorriendo como podemos las mantas que nos cobijan y que por momentos logran asfixiarnos, inmovilizarnos. Pasa entonces como con todo.
Vuelvo del parque, conociendo de antemano los relatos que habrán de cruzar por mi cuerpo en esta vastedad del descubrimiento que me he empeñado en vivir en estos momentos. Quedan los gestos de una ciudad que no tiene fecha cierta de fundación y que parece ser de ayer nomás, quedan los rastros surgidos de recorridas por sus calles y sus plazas. Quedan estas pequeñas cosas que no cotizan y que sin embargo han estado cerca, muy cerca en estos tiempos de mi viejo costado izquierdo.

domingo, 11 de marzo de 2012

La lengua que migra

A veces, encontrar lo que se escapa, atrapar lo que se mueve es tal vez y a la vez, el único trabajo que siempre tenemos, en eso andamos, en eso estamos cuando nos asalta la desolación de la palabra, tenemos una lengua y nunca es nuestra, un habla que nos habla. La lengua es eso mismo que no se deja poseer, pero que, por esta misma razón, provoca toda clase de movimientos de apropiación.Por eso, guardo libros legendarios, que me acompañan siempre. Que están ahí en mi costado, atravesando fronteras, esas palabras que me muerden como las que dicen: “Tiempo del corazón, los/ soñados representan/ la cifra de medianoche./ Alguno habló en el silencio, alguno calló,/ alguno se fue por su camino/”. Es Paul Celan, un poeta luminoso y esquivo, una tormenta que sigue buscando nuevos perfiles para seguir encandilando. Seguir seduciéndome como la primera vez. Porque Celan es una marca hecha a fuego en una lengua que no fue la suya, el alemán le sirvió para tratar de resolver el enigma, escribiendo desde adentro de esa lengua adoptiva de la muerte misma, que significa entender el horror y el espanto de los campos de concentración, de la locura planificada a costa de la muerte, de lo absurdo de ese mal banalizado por el resto.
Celan poeta nacido en Rumania, encarcelado por ser de otra raza y trasladado a un campo, en donde su familia se pierde en esas listas de dolores. Pero el fue poeta.
Eligió la palabra, fue un meteoro, un destello de luz interrumpido, un momento breve apenas, que no se deja aprehender como una mercancía ilegal, que espera desentrañar ese dolor traducido mediante la marca de lo dicho. Una cicatriz.
Pienso.
Celan se apropia de una lengua que no es la suya. Se dice desde ahí. La interrupción.
La poesía define la lengua, la recorre y la descubre. El hombre, el que desciende de la palabra al vacío, tuvo en vida, cuatro nacionalidades. Atravesó el espacio de sonidos diferentes. Desde la herida de la lengua viajó al fondo de ese pozo negro, como hombre, solo como generación enfrentado a ese espanto que define la creación posterior del campo. Entonces Celan escribe: Leche negra del alba la bebemos de tarde/ la bebemos al mediodía y de mañana la bebemos de noche/ bebemos y bebemos/ cavamos una tumba en los aires ahí no hay estrechez/ Un hombre vive en la casa juega con las serpientes escribe/ escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarita/ lo escribe y sale de la casa y relampaguean las estrellas silba a sus perros aqui/ silba a los judios allá manda cavar una tumba en la tierra/ nos ordena ahora toquen música de baile..."
Revive el idioma, lo desmenuza y lo hace hablar con una voz nueva. Sus tormentas lo siguen por todos los verbos. Asi desfilan en sus palabras los gestos aireados de los muertos ante la muerte misma, en un sonido que pervive en las heridas, en los susurros que nos hacen lo que somos.
Paul Celan terminó buscando el límite en las aguas del Sena, su última ciudad, su penúltima lengua hablada en las profundidades de las algas y el barro oscuro de un río demasiado famoso para él.
 Pongo música y subo el  volumen y nacen estos chilenos también jugados en una palabra. Congreso y sus años de música. Suenan y los aires se detienen para recomenzar el baile. De esta forma, de esta manera, el Chile mineral se asoma a mi pisito madrileño y juguetea con "En todas las esquinas". Los gatos se llaman para el sexo, y bailo al compás de una música que todavía sigue manteniendo intacta esa fortaleza que tiene la libertad. Ahí están el "Tilo" González y el Francisco Sazo, desde el 69 haciendo eso que saben. Cantarle a todo paisaje que se les cruce. Darle una oportunidad a la buena música y hacernos más ligero el equipaje en esta cuesta que afrontamos desde siempre. Por su aire, planea el cuerpo hecho música de Violeta Parra, por esos intersticios nos vamos sublevando y somos y ya no somos, esa rebeldía profunda que vive entre raíces y oscuridades. Congreso es lo mejor que sigue latiendo en eso que algunos llaman "Nueva Música Latinoamericana" o lo que esto quiera decir. Así vamos encendiendo con las músicas de estos chilenos los rincones que nos rodean. Se baila al compás de Congreso y un continente anclado en el aire, hace de las suyas a pesar de no ser rock, jazz o folklore. Es música que vive y que produce ese vértigo rebelde de saberse sobrevivientes de deshielos y de algunas almas errantes que llevan su música a cuestas.
Digo.
A veces cuesta entender los mecanismos que llevamos tiempo practicando. Nos muerden los talones las urgencias y perdemos de vista esos bosques por fijarnos solamente en el árbol. Es tiempo de amores y desamores. Algunos insistimos en un mundo más justo en medio de estas crónicas de soledades que nos escribimos. Porque hablando en criollo, los cuerpos siguen siendo literatura, siguen siendo un rastro en medio de tanto desbande. La música suena y ya quedan solamente las lucecitas de colores del baile popular. Será cuestión de comenzar a pensar, pensarnos en otras situaciones.
Fumo esperando, mientras los nombres se destraban. Aúllan los que quieren seguir estafando, a los solos que hacen  cola en el desierto. Estamos en la banquina, mientras las moscas zumban a nuestro alrededor. No nos queda voz ni para pedir fiado. Asi entre pasiones y secretos, vamos comprendiendo que este carnaval que llaman alegremente globalización, es solamente un baile de muertos.



viernes, 9 de marzo de 2012

Postales de Madrid

Finales de invierno
8 de marzo
Madrid ya se sabe, es una fijación antes que una ciudad. Es el espacio en donde chocan historias, que se entrecruzan y vuelven a moverse. Es un juego, esta ciudad es una especie de juego.
El invierno este año faltó a la cita. El frío está ahí afuera, pero sigue de largo. Los amigos vienen desde lejos y descubren una especie de mueca, una primavera briosa y casi eterna.
Pero es una ciudad que anida en nuestros surcos, en nuestras arrugas y en nuestras toses irredentas. El camino que lleva de ella y hacia ella, lo hacemos entre todos a pesar de los fascistas que anidan en ella, de los quijotescos de  siempre que esperan por el día y de todos, que marcados por la desolación de un cielo rabioso, especulan sobre lejanías, amores y futuras revueltas.
La ciudad está ahí, te brinda secretos y descubrimientos. Canales por donde pasan nervios y otros abismos. Seducciones imprevistas y memorias fugaces. La Glorieta de Bilbao es el sitio, por ejemplo, en se reconocen miradas amigas, donde el cigarrillo acompaña el café en la terraza del Comecial y uno mira, percibe el desfile desaforado de una vida bajo tanto cielo abierto, tanto sol casi blanco y tanta urgencia de ternuras futuras.
Ya se sabe, vienen años terribles, mucho más de lo imaginado. Años de apretar dientes, de pensar nuevas formas, de alimentar ese costado tierno que a veces nos regala la esperanza de un tiempo mejor, de respeto y de confianzas.
La ciudad no sale de ese asombro que significa la primavera a destiempo, los ajustes siempre a tiempo y la certeza del final de una época, que si bien no fue buena del todo, por lo menos permitió conocer de primera mano estos tiempos vencidos que hoy nos cobijan.
Pero son tiempos raros.
Algunos quieren que los taxistas de la ciudad vayan armados para defenderse. Y es claro, con tanta gente que anda sobrando por esas callejuelas inhóspitas, con tanto inmigrante canalla, tanto parado desesperado,  con tanto revolucionario de calse media, que solo quiere pagar su hipoteca a tiempo o tanto desalojado o estafado de a pie. Es lógico que la derecha quiera que la gente d ebien camine por allí armado hasta los dientes. Ya se sabe, la propiedad privada es más importante que la virginidad y no es cuestión de andar invitando a tanto demonio al banquete al cual no han sido invitados.
Mientras tanto dejo pasar la tarde eterna mirando la glorieta y entablando charla con los recuerdos. Tardes en donde todo parecía detenerse, en donde el descubrimiento lo era todo. Un café y dejar que la vida se desnude por fin para uno.
Ahora me acompaña una música que me llega profundamente. Es Frank Zappa el que se mete conmigo y me hace pensar, que la música es un momento, que nos habrá de acompañar siempre, como aquellas cicatrices que nos hacemos en cierta época de nuestras vidas. Ahí en mis cascos futuros auriculares en el sur del planeta se cuela la emoción de este músico total, él pensando en la música como algo sin fronteras, construyendo desde el margen de una supuesta cultura oficial, una manera nueva de concebir la creación y todos los justificativos necesarios para enterrar la otra, la oficial, la domesticada. Como tantos que fueron edificando desde su talento algo vigoroso y necesario para enfrentar tanto despojo, tanta miseria a reglamento.
Ahí, sentado sobre mi cabeza desfila este músico que desde el rock and roll, se asomó y nos hizo trastabillar a muchos, a un mundo pleno y loco. Ahí en pleno debate en la comisión de censura que presidía la mujer del actual ex vice presidente de los Estados Unidos y defensor tardío de la salvación del planeta, sobre la salud mental de los más chicos en un mundo que hace todo para destruir siempre la salud mental de los extraños, Zappa utilizó años para discutir con los políticos que todo arte no necesita de diques ni de controles, sino que el arte es la mejor forma de seguir creciendo siempre.
Sigo como esperando en el café de la glorieta. Mirando la locura que a veces asalta a esta ciudad sin fecha de nacimiento, esta ciudad de gatos y sus pulgas a la orden del día.
Entonces Zappa canta: "We're Turning Again" y las personas se deslizan por las aceras como en un ballet involuntario. Es que nos estamos convirtiendo una vez más, sería la traducción elemental a la que apelo para entender lo que dice Zappa y lo que hacen estas personas que pasan por la acera del comercial para alegría mía.
8 de marzo. Noche
El Athletic de Bilbao le va ganando a los ingleses en Manchester. Sonrio y me acuerdo de la última charla sostenida con mi amigo Enrique. Entre risas, veíamos al "loco" Bielsa designado dios o sencillamente emperador del país vasco. Un rosarino como el "Che" Guevara, en Bilbao llevándolos a la gloria futbolera. En fin.
Descubro un suburbio nuevo. Siempre amé profundamente los suburbios. Me deslumbraron, me cobijaron y sin serlo me sentí parte de ellos. La periferia, el borde, el límite. La periferia de la ciudad, la que muchas veces espanta a la gente bien que vive allá lejos, en donde las luces resplandescientes.
Desde los suburbios se despereza la memoria.
En esta noche transparente me adentro en la escritura de un amigo, me deslizo por la profundidad de su mirada y miro con él. La palabra sujeta, define y nunca es inocente. El texto preso, impreso.
Lo dicho entonces. Veo paisajes lejanos, entrevistos, saboreo el placer profundo de ese suburbio moscovita, escrito, pensando y decidido por tipo audaz.
Asocio.
En medio de la noche me llega la imagen de un poeta. Iosip Brodsky. El pelirrojo de Leningrado, el que iba al colegio que quedaba al lado de un arsenal militar y al lado de la cárcel más famosa de esa ciudad y tal vez de toda la Unión Soviética: Las Cruces.
Iosip pasó por las tres. En cada momento de su vida se deslizó por los tres círculos. Abandonó la primera porque no le interesaba demasiado, trabajó en la segunda y vió como los presos arrojaban cartas para sus familias y terminó en la tercera por querer ser poeta. Después le habría tocar una granja colectiva en Siberia en donde habría de pasar menos de tres años, no un campo de trabajos forzados, como dijeron en su momento los imperialistas de siempre. Luego lo dejaron volver a su ciudad hasta que terminaron cansándose de él, para echarlo de una buena vez. Lo subieron a un avión y dejaron que se fuera de una vez y por todas y si era posible, para siempre.
De esta manera desembarcó en Viena, sin dinero ni documentos, sabía que allí estaba su poeta favorito, se buscaron y pasaron sus primeros tres días hablando solamente Auden en poeta inglés expatriado, lo recibió con entusiasmo, lo cobijó y hablaron, larga y quedamente sobre universos, sobre palabras, sobre las cuestiones que hacen a los poetas y a la poesía misma.
Tres días de poesía, de las aspereza de una lengua indómita entre estos dos poetas. La construcción de un momento, que solo sería y fue eso. Después Brodsky habría de escribir siempre de esto, de este hecho, hasta hacerlo natural en su visión.
Es de noche, fuera Madrid vive su noche de jueves.
Lamento haber tenido y haber abandonado su libro sobre Venecia que se llamaba "Marca de Agua". Escritos configurados durante su estadía en esa granja de castigo y escritos en inglés, lengua que solo utilizó para escribir sus ensayos. Sus poemas eran en ruso y su mujer italiana, bella y veneciana.
Iosip siempre estuvo en contra de cualquier advertencia, nunca creyó en ellas. Un expulsado, un marginado que nunca se percibió como una víctima para no darle importancia a los censores y burócratas de siempre que no creyeron en él.
La ciudad, ésta que me contiene por ahora, parece detenida. Silencio en las calles, una leve tristeza y poco más.
9 de marzo. Mañana
Ya faltan pocos días para un nuevo giro. De tanto cruzar puentes y quemarlos, a uno le queda el gusto por el fuego y sus recuerdos.
La ciudad tiene un brillo oportuno.
Me preparo el mate mientras miro por la ventana a los gatos barrigones soleándose entre las plantas y sus brotes de resistencia. La vida sigue a toda costa.
En un momento, tomaré el autobús y terminaré en el Barrio de Las Letras, para caminarlo y detenerme en cualquier cruce de esquinas maravillado por el color tierra de una ciudad hecha de barro y de pájaros. Habré de terminar en la Cuesta de Moyano recorriendo los lomos de libros viejos con mis dedos, esperando que el sol siga descubriendo los contornos insinuados del Retiro allá atrás.
Caminaré esta ciudad buscando razones y motivos.
Se viene el paro general para el 29 de este mes. Algunos estarán ahí, otros en cambio se quedarán en casa esperando que todo esto no sea más que un mal sueño. En realidad es el tiempo que viene, en donde se habrán de dirimir sangres, las mismas de siempre buscando un nuevo camino. Por el momento los que medran con el miedo colectivo, van de a poco haciendo sus cuentas y por ahora, solo por ahora llevan las de ganar.
Hay más policías en la calles, más caras serias mientras, los liquidadores de siempre, siguen cortando derechos molestos, los patrones sonríen en las fotos con sus empleados ministros, diputados, senadores y duques.
Habrá que desensillar hasta que aclare, como decían hace tiempo y ver y comprobar cuanto dolor nuevo y antiguo somos capaces de aguantar antes del estallido.
Seguramente esta tarde, termine en el comercial, en la glorieta de Bilbao percibiendo como se extingue un viernes más, antes del fútbol y de la idiotez de todos los fines de semana, que por ahora distrae a los comensales de los pocos restos que van quedando en la mesa.