En Zona

martes, 13 de noviembre de 2012

Es noche de fandangos




Siempre recuerdo la noche antes. Siempre me produce una rara sensación la noche antes. Los preparativos rudos. Los silencios interminables. Los nervios. Fumar a solas e medio de frío. Hacerse un café. Especular también a solas. El miedo. La angustia chorreando nombres.
Siempre, inocultablemente recuerdo la noche antes.
Habrá traidores. Villanos. Héroes y anónimos. Pancartas ingeniosas y de las otras. Habrá música, siempre la hay. Habrá un murmullo sobrecogedor a cada paso. Una sensación a corazón rebelde que golpea a cada paso dado.
Pero la noche anterior queridos. ¡Ah!  Esa noche es de lo mejor que tiene esta vida, corazones solitarios.
No haberla vivido nunca, es un pecado insostenible y perdurable.
Esta noche es lo mejor de la tarea.
Cuando  se preparan los fierros. Cuando la molotov descansa antes de fuego. Cuando la garganta todavía es virgen y joven, para el grito, para el insulto. Cuando el puño todavía es mano.
Cuando comienzan a plegarse las pancartas. Cuando todavía el olor a pintura sobrevuela nuestros cuerpos.
Cuando el cansancio es tal, que todavía, siempre quedan fuerzas.
Cuando los cafés esperan abiertos por los mejores, esos, que siempre son los imprescindibles.
Cuando las novias y mujeres, se quedan desveladas, para acompañarnos  con furia, con ese odio que construye, que nos cobija, nos da calor y coraje en camas liberadoras.
La noche antes de la huelga.
Ese es el mejor momento. El anónimo y casi secreto.
El que hacen aquellos sin nombre. Aquellos que nadie recuerda nunca cuando recuerdan.
La noche antes. La noche de la luna con gatillo. Casi la única noche que merezca ser recordada siempre.
La última noche de paz en la tierra. La noche en donde nos preparamos. En dónde sabemos que ellos también se preparan.
La noche de penúltimo toro.
La noche de la brea. Del agua con harina. De cigarrillos compartidos en la espera.
La noche de futuras insolencias. De permitidas rebeldías.
La noche del debut.
La noche sin amor pero con amor profundo. La noche compañera.
La palabra colgada del labio de la historia.
La noche del hiede la tiempo rotundo. La noche de las putas en celo. La noche del miedo de los parapoliciales. La noche como tortura muda que todavía no tortura en la sección al de turno.
La noche antes de la huelga general.
Esa noche que nos cobija, mientras se desarman las defensas y se arman las alarmas de los que que tienen miedo. Los de siempre, casi los mismos.
La noche antes de los palos.
Antes de los gritos y el dolor. Esa noche vanguardia que nunca tienen los enemigos.
La noche silenciosa de nuestros hijos con miedo pero calmos por la honestidad de nosotros ante tanta pregunta sin respuesta digna.
La noche antes, la de alquitrán y la cadena.
La espera en bares, silenciosos. La cita en otra parte. Las postas sanitarias. El que vende las banderas y sabe de nosotros.
La huelga general. Siempre.
El incendio previsto. La puteada justa en la garganta.
El dato preciso por donde escabullirse. La risa triunfadora dedicada a enemigo.
La justicia revolucionaria.
La noche antes. Los minutos difusos y eternos y los cigarrillos compartidos. La ginebra tibia. El café frío. La risa rabiosa, el sueño pertinente.
La noche compañera compadre.
La noche que anuncia un  cielo de banderas.
Un cielo de banderas rojas y negras, un cielo plagado de banderas que impidan las lluvias, que convoquen siempre a viento. A tanto viento suelto.
Por que sabemos que a ellos sí no los despeina el viento, los habrá de despeinar la historia.
Porque esta noche me quedo a cantar con los obreros y aunque nadie me invite, me voy con ellos en medio de la noche a perseguir ese brillo y esa idea, que ellos llevan encima como una sangre o como un juramento digno y casi eterno.
Me voy a la huelga general compañeros y que les garúe finito.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Del día que Durero pintó un rinoceronte


Llueve sobre Madrid. Llueve  sobre los nadies de siempre que caminan bajo ese agua suave que tiñe el otoño de esta ciudad.
Madrid resiste, se queda quieta en medio de esta quiebra anunciada, no claudica y trata de mantener el tipo a pesar de banqueros y más banqueros. Comienzan a suicidarse los más tristes, los más desesperados. Los que pierden lo único que tienen en manos de estos banqueros devenidos ahora en políticos.
Esta es la etapa del genocidio liberal que tanto aman algunos. Es esta la temporada de la sangre en donde, por el momento, los cuerpos los ponen de un solo lado.ño .
A pesar de estar ya viviendo la resaca pastosa, de sentir la lengua como una toalla seca, sigue imperando cierta frivolidad.
Es que los que se suicidan son siempre los otros.
Digo.
Gran marcha del lumpenaje de derechas en ese país lejano que casi siempre es el mío. Ojalá que hagan una por semana. Ojalá que sigan siendo tan idiotas los fascistas argentinos. Sigan, por ese camino de insultos y furias y haga una marcha por día, que no descansen en s trémulo trabajo de salvadores de la patria y hagan marchas y más marchas.
Seguros como están se sienten salvadores de la patria. Seguro no saben que el patriotismo siempre es el refugio de los mediocres. Enarbolan banderas y consignas sobre partes del sexo de la presidenta. Se sienten orgullosos y protestan porque el país, ese otro país, no es el de ellos.  Es el de los otros, también de esos nadies, que no son ellos y que nunca serán ellos.
Ese ascenso social que perciben por los alrededores, los cohibe y los enfurece. Ese consumo al cual acceden los más pobres, les produce una cierta picazón imprudente que les quita el sueño y el deseo.
Se podría decir que estos tontos de alcurnia, hijos de la argentinidad, dueños de la historia, de lo único que están seguros es de que no quieren bajo ningún pretexto, que les sigan moviendo el piso los de abajo.
Es decir que basta con estos temblores sociales que meten miedo en el cuerpo decente de la patria de uno. De la patria de ellos, la nuestra es la de los nadies y bien contentos que vamos con ello y que estamos con esto. Ser los nadies tiene su cuestión de la que ya hablaré en otro momento.
Vuelvo.
El individualismo siempre produce pocos individuos. Produce extraños que un día descubren que le han quitado la escalera y que el esta sujeto por el pincel con el que pintaba momentos antes.
Y ahí en ese mundo sin individuos descubren que por ejemplo Durero hizo el retrato de un rinoceronte sin haber sito nunca a ninguno. El primero en llegar a Occidente. Información que demostró ser útil en contra de la pobre bestia, que una vez ya identificado y a partir de ese momento le quedaban por delante pocos siglos  de vida. Pocos comparados con los que seguramente soñaron y especularon los padres de esta raza herbívora y belicosa mientas pastaban tranquilos en un mundo deshabitado.
Su cuerno, cuando no porque pareciera ser todo siempre una cuestión de cuernos, se utilizó y se utilizará en estos momentos para posibles erecciones paupérrimas y miserables, que pululan siempre entre los individuos y no entre las personas.
Porque con erecciones o elecciones o cuernos, allá vamos. A nosotros lo que nos importa es ver , por ejemplo el cuadro o mejor dicho el grabado de Durero. Quedarnos quietos y preguntarnos, por ejemplo, como se le ocurrió al pintor pintar lo pintado.
En qué momento tuvo la certeza de esos trazos, de esos colores, de esa cierta sensación de capturar un momento, que pasados los años, seguiría quieto y vistoso, como le debe haber parecido al pintor.
Sin embargo la representación tan poco fiel del original, mantuvo su poder de seducción durante mucho tiempo.
Cambio.
Sábado a la noche en Madrid. Hoy hay liga. La vida sigue, un poquito más allá y a pesar de esa tristeza que los días lluviosos de otoño bordan los contornos de una ciudad, las mujeres se preparan y los hombres también. Hoy habrá deseo y otros fuegos.
Me llegan como olas submarinas noticias de mi otro país. Pero las postergo, las dejo ancladas en la sal de esto días. Ya volveré y volveré a inmiscuirme en ese día a día, que se vive, que me vive a toda hora a marcha forzada.
Hoy estoy en Madrid, con frío, agua y abrigos.
Vuelvo.
Durero es inexplicable en todo.
Voy al Prado sólo a ver su "Adán y Eva ". Buscar las líneas de los contornos de esos dos cuerpos estáticos y plenos de vida. Llenos de vergüenzas y sonrojados por la mirada del que se detiene a mirarlos.
¿Será?
Era matemático, alemán y pintor. Durero y fue, es uno de los pintores más importantes del  1500.
Conozco personas que lloran cuando ven ese cuadro del Prado. Otros se, porque me lo han contado, se siente incómodos ante la presencia de ese cuadro exquisito. Otros se alejan y lo observan de lejos. Tienen temor a entrar en esa órbita de color y fineza . Algunas voces me dicen mientras escribo que la pintura es una manifestación del lenguaje en tanto lenguaje.
Me quedo callado. Miro por la ventana desfilar, una copia desdibujada por aguas y paraguas, tropezando por las calles en un sábado de puente a aquellos bienaventurados que habrán de desbrozar una noche como se pueda.
Digo.
Tardo más en todo. Más en escribir. En percibir ciertas cosas con la destreza de antes. El amor se me escapa de entre los dedos como el viento mismo.
A veces me siento como ese personaje de Katherine Mansfield que al salir de su casa, descender los tres escalones de la entrada, descubre que ya es demasiado viejo por primera vez para la primavera que lo rodea.
No hay nada que hacerle debemos volver a leer a esta mujer de Nueva Zelanda.  A esta escritora que murió a los 37 años y que tuvo no obstante la capacidad de renovar un género como el cuento y marcar una tendencia literaria, que aún hoy continúa vigente a pesar de los varoncitos dueños de las verdades más rotundas en literatura y otras cuestiones.
Me pierdo. Me ilusiono con cada cosa que leo.
Me sigue impresionando ese mundo enmarcado entre las hojas de un libro. El recorrido del pensamiento del autor, la visión y la certeza de escribir.
Me hago lento. Me hago sombra en cada palabra que se me cruza en mi camino hacia algo. Porque creo que la verdad siempre es como una sombra y ahora que estoy en esta etapa de casi madura oscuridad descubro esta lentitud de saber que siempre habré de quedarme parado cuando el resto toma asiento.
Un equivoco.
Pero estoy en Madrid y con eso tengo bastante. La semana se diluye y comienza la nausea del domingo, la resaca seca que antecede al primer día de la semana. Pero hoy tengo conmigo un nuevo libro de cuentos de la canadiense Alice Munro. "El progreso del amor" se llama y son cuentos para saber de que se trata ese lado denso de nuestras vidas, de nuestras querellas contra la vida que siempre tiene un fin. No una finalidad. Un final.
De eso se trata todo. De vivir sabiendo siempre que existe ese final. Que nada es gratis, que la vida no dura toda la vida.
Sigo.
Ahí esta Durero dibujando un rinoceronte sin haberlo visto nunca. Ese día, cambiaron los días en este terreno que llaman Europa. Ese día, sin saberlo comenzó el principio del fin de esa bestia lejana, pastoril y casi miope, poseedora de un solo cuerno que para colmo, que sería la larga el motivo de su perdición. Como todo ese día, el alemán al ver el boceto que te llegaba desde la inconclusa. Lejana Lisboa, habrá pensando en medio de tanto renacimiento enardecido, que las circunstancias y las matemáticas habían acordado por fin para darle una sorpresa.
Ahí esta el grabado que hizo el artista. Ahí los trazos finos y más allá, los remaches que dibuja como una armadura medieval.
Se extraña ante el resultado. Un animal con hierros por piel. Se queda pensativo. Mira por la ventana de su estudio. Escucha el llamado al Angelus, sonríe, oye el rumor de las moscas rabiosas de siempre, la risa de las mujeres en la calle y vuelve a su trabajo a contemplar la plancha de su grabado, que cuando entre en la prensa saldrá de allí algo, que no sabe.
Ajusta los tacos, gira la manivela y la historia que todavía no lo sabe cambia para siempre.
¿Habrá sido así?
En fin amigos especulaciones como siempre. V

martes, 6 de noviembre de 2012

El pez banana en Madrid

Hay momentos en donde todo adquiere otro color. Se ve desde otro lado ese costado que se nos negaba. A veces, con estar basta. Madrid esta ahí, invita a caminar, cosa que Buenos Aires casi no. Y eso se agradece, porque es la única forma de amar a esta ciudad. Paso a paso.
Como se debe siempre.
La camino mientras compruebo que el malestar configura conciencia política de forma natural, es entonces cuando descubro el costado menos expuesto de esta crisis en el madrileño de a pie, cuando de a poco, comienza a construir ese malestar en política antes de que todo sea demasiado tarde.
Me reencuentro con un libro leído una. Una y mil veces, manoseado y recomendado. "Nueve cuentos" de J. D. Salinger . No es casualidad nunca nada lo es. 
Entonces me acomodo y comienzo por el principio de este libro que sigue conteniendo todo lo necesario para volver a releerlo y descubrirlo. Darnos cuenta que estos últimos cuarenta años han sido de risa.
Ahora que los días son como nubes, que uno esta menos inquieto, que tiene un sitio en su equipaje para sellar su amistad con semejante manojo de emoción hecho palabras, imágenes y más palabras, que Salinger entrega en cada respiración posible. Ahí esta de nuevo este cazador oculto, que en su momento, en lo peor de la adolescencia me marco el rumbo en una parque lejano de una ciudad lejana y siempre clausurada por ser del enemigo.
El mundo nunca suele portarse bien con nosotros. Sn embargo, nosotros siempre le regalamos nuestros mejores poemas, nuestras más tibias canciones. Y así, un día descubrimos que nos hemos cansado demoliendo paredes para salvar las ventanas y terminamos solamente preguntándonos ¿qué?
Entonces Madrid se aquieta. Se detiene, aunque nunca lo haga del todo. Ronronea desde lo profundo y necesario, como decía Juan Ramón Jiménez ante esa casta de analfabetos, trepadores e impresentables que habrían de sobrevivirlo, que sin duda nos habrán de sobrevivir a muchos de nosotros: " Y hoy me iré/ y se quedarán los pájaros cantando".
Digo.
Recordemos la primera frase de " La Metamorfosis" del que quería ser pequeño y que definió como pocos al siglo pasado, incrustando su nombre por sobre todas las cuestiones atinentes al siglo más loco y desgarrador que haya vivido la raza humana. Recordemos esa primera frase del checo que escribía en alemán y que murió antes de esa llaga con música robada a Wagner o cedida por este, que a esta altura vendría a ser más o menos lo mismo.
El oficinista tiene nombre y apellido. Sin embargo se convierte en algo, que sin lugar a dudas es. Cabe especular. Pero después de la lectura de esa primera intención uno puede cerrar el libro, tomar aire. Pensar que todo es ridículo y que es solamente una broma o seguir el camino y descubrir a uno de los autores más revolucionarios y potentes que haya dado la modernidad en lo que va de ella.
Digo Kafka y estoy en Madrid.
Es raro, a veces tengo la sensación de no haber ido, de no haberme marchado hace un tiempo. Todo sigue igual. Todo permanece y sólo aparentemente estos meses no han modificado nada.
Pero algo se ha movido de foco. De golpe me acomete la necesidad de esta y no estar al mismo tiempo. Esa contemporánea necesidad de ver y registrar cada paso dado. Un cuadro de Durero en el Prado. Una cerveza en Avenida América y una charla sin heridos en Atocha.
Bajo buscando el Manzanares y me descuelgo por Embajadores entre mulas y náufragos. A brillar mi amor, vamos a brillar dice una canción vieja de mi otro país. A eso juega entre harapos sentimentales esta ciudad donde todavía no ha arribado la locura del desastre, por más miedos y juramentos que se desprendan a cada paso por esta ciudad que brilla a pesar de la policía y beneméritas dispuestas magullar almitas y penas.
Leo que Nabokov entre las cinco mejores novelas de la historia se refiere a una que se llama "Petersburgo" de Andrei Biely. Pediré a mi amigo Enrique que desde ese suburbio que queda en Moscú escriba algo para descubrir a este autor, que debería ser obligatorio según parece. Y ya que está y de paso, para darle una alegría, que escriba sobre: Shklosvki y ese otro energúmeno llamado Eichenbaum. Que nos hable de la mezcla de géneros , de esa promiscuidad que se encuentra cuando nada, ya nada es como dictan manuales y buenas costumbres. Esa especie de camino que se inventa desde siempre y para dolor de beatas y gimientes vírgenes de oído liviano y cirio a mano. Mixtura de intenciones, que generan una nueva literatura hacia la nada que en definitiva es el propósito de la literatura, su propia extinción
Y sigo andando por este Madrid y ahora me recuesto de nuevo contra el respaldo de la vieja silla que me sostiene y vuelvo a mi viejo amigo Salinger y a esos cuentos, que vuelven a seducirme. Ahora que el tiempo pasa con lentitud y hasta con cierta facilidad, me dedico a mirar por la ventana de bares a una ciudad que también y por fuerza propia es de Salinger y de sus personajes y míos porque no.
Vuelvo.
Ahora que soy un hombre, alejado del joven que fui, no se sí mis recuerdos son ya puro invento o hebras de historias malas, que intento entrelazar en un tiento fuerte. Malo pero fuerte.
Por ejemplo a este costado de camino percibo la tranquilidad de estar vivo. Lamento las muertes de amigos, pero en lo profundo de mi radica ese suspiró de alivio. Es políticamente incorrecto. Pero comprobar que es el otro el muerto, que por un momento uno se ha salvado es algo, que permite sin dudas, enunciar otro método de vida o por lo menos otro discurso.
Para quien no ha vivido inmerso en la violencia que otros han leído en Rulfo o percibido apenas en Borges queda siempre la sospecha de la misma, la enumeración ficticia, la nada y poco más 
Recuerdo una vez cuando éramos chicos con mi hermana, fuimos llevados a un tiroteo por nuestro padre ¿es verdad este recuerdo que recuerdo a estas horas en una Madrid que permite, que me permite a mi desempolvar este recuerdo?
 ¿A ver un tiroteo o los muertos del mismo? ¿Qué buscábamos los tres esa tardé de calor en una ciudad perdida en medio del mapa?
Se justifica la vida con la muerte de los otros. 
Es que los adultos somos siempre unos estúpidos de academia. En realidad deberíamos precisar en que momento nos convertimos en esa rareza del paso de la infancia, estupidez a la nueva y definitiva infancia. 
Me repito. Queda tan poco de lo que soñábamos cuando éramos jóvenes y que sin embargo pesa como un pecado de piedras que nos agobia sin misas ni redenciones. 
Pero algo queda. Sigo sintiéndome huésped y no patrón del sitio que hábito. Percibo que detrás de todo esta esa sensación de estar por sobré nacionalidades y sus himnos, de pequeñas miserias de esa identidad refractaría que siempre significa pertenecer a algo.
Vuelvo.
La situación de supervivencia es la situación central del poder. No es un hecho despiadado o salvaje es algo únicamente concreto y real. Uno nunca se cree tan grande cuando es confrontado con un muerto. Con la nada que yace cubierta por una sábana y tiesa, una madrugada cualquiera, una noche cualquiera.
Lo hago más pequeño. Con un trabajo, con un amor, son escalas mínimas que no traspasan el orden del discurso, porque el poder es otro. Es que en esta situación lo que prevalece es lo otro. Al terror inicial se le impregna luego la satisfacción más primaria de seguir vivos hasta la próxima oportunidad de confrontación con este hecho.
Estoy en Madrid.
Leo a otros hasta volverlos otros. Escribo siempre después de los otros. Soy el otro, que se funde con el paisaje hasta disolverme. Viajo alrededor de la emoción, me detengo en los pálidos labios de la noche y me recuesto en esta especie de sensibilidad que me rodea a estas horas en esta ciudad en medio de la meseta castellana o casi.
Recuerdo a Borges: " Lo que hace un hombre es como sí todos los hombres lo hicieran..."dice en algún momento en algunos de sus cuentos que lo sobreviven a el, a pesar de su viuda hambrienta y de la ideología burguesa que se apropió de todo espacio lingüístico hasta hacer que nuestro lenguaje devenga solamente de ella.
Por eso el robo es una obligación hasta casi moral.
Anochece y Madrid se prepara para una nueva semana de puente y de cierta exagerada alegría muy de primer mundo. 
Tengo mi tabla de salvamento que se llama "Nueve Cuentos" y que esta noche, desde mi cuartito madrileño habré de motivar las miradas suspicaces de vecinos y vecinas excitadas por la llegada del nuevo al barrio. Esa luz encendida hasta altas horas de la madrugada harán pensar e imaginar a los que tienen siempre tiempo de más para hacerlo y de eso suele tratarse siempre esto.
Que no sea nada.

lunes, 5 de noviembre de 2012

A estos hombres tristes


Estoy en Madrid nuevamente. Vengo muy Pessoa. Suelto de casi equipaje. Vengo a verme ver, a recordarme en este vaivén que vivo desde siempre. Desdoblado, como ese escritor que siempre quise ser, que era el personaje principal de "La Notte" de Antonioni.
Vengo saludando la vida, soñando con ese fracaso mejor que pedía Beckett.
Llego entonces a la estancia de ese amor profundo que para mi es esta ciudadela sin fundadores ni padres heroicos. Apenas una ciudad formada en n cruce de caminos, hacia donde llegaban cansados y polvorientos, caminantes y putas.
Parando a la vera del camino, se fueron quedando algunos en medio de calor . Así y amontonando trastos e historias, un día fue Madrid. Es Madrid.
Digo.
Un país que se desvasta, que se incendia de forma premeditada y anunciada. Un país que es paraíso de los asaltantes con título universitario y perfumes caros. Un país que todavía no ha vuelto al camino de la locura más desbocada. Eso es España hoy para mi.
No es la verdad cierta, pero es lo que veo mientras recorro calles y bares. Hay más silencios, más asperezas, más nervios y más bocinas en las calles.
Habrán de ajustar los aires, de cerrar las lluvias, pero esta ciudad seguirá siendo heroica mientras resuena el aria de la esclavitud.
Vuelvo.
Nada, como algo, ocurre en ninguna parte. Este dejarme vivir, ir hacia las profundidades es lo que facilita, creo, este esquema de vagabundeo que debe ser la vida. Pasados ya los tormentos de la infancia y la educación oficial, nos queda solamente esto. Vagabundear irnos hacia esas profundidades que nos esperan sin gloria y sin pena.
Ese recorrer el desierto siempre, saber que la vida es siempre demasiado breve como para aburrirnos y sin embargo nos aburrimos desconsolados y reiterativos, pasamos pues eludiendo los motivos y dejamos pasar el tiempo.

Como el personaje de Ives Montand en la película de Alain Resnais, "La guerra ha   terminado", especulo en esta Madrid con la certera sensación de estar situado en un límite en donde sólo yo, percibo la historia, mientras la historia es otra, como siempre.
El cine en blanco y negro. Como la vida misma, sumando grises y arrebatando secuencias de preguntas hechas en las sombras.
El faro de Cascáis, los poemas de Pessoa y los libros de Beckett se ciernen en esta ciudad mientras estoy aquí. Pensando .
Sufro sin pena la vida. Me preparo para lo mejor con profunda alegría mientras a mi alrededor en El Comercial, leen los diarios y disfrutan de las mentiras a sabiendas. Es decir,tenemos cuernos, pero el resto también los tiene.
Vuelvo.
Entonces un día hay vida, dice Auster que dice su padre tal vez en su mejor novela. Un día hay vida. Y con eso uno construye la alegría profunda de solventar esta vida sobre alimentada de fracasos,  entonces y concluyendo con esta felicidad envasada que nos obligan a comer, seguimos. Unos y otros, compartiendo amores y panes. En este cruce de caminos del cual nadie es dueño ni nadie empleado.
La vida es demasiado breve y sin embargo nos aburrimos. Teniendo como tenemos por delante el mejor siglo de la estupidez humana nos enfrascamos en el olvido, porque realmente y en el fondo nada nunca es realmente importante.
Digo.
Madrid es una ciudad que atrae. Que seduce y que obliga a tener siempre alerta la conciencia de ese algo que nos pinta la cara. Es el amor perfecto. Ese amor loco, mal que les pese a los cuidadores de la salud mental, es esa locura hecha ciudad. No arrebata ni despoja, construye en uno la delicada sensación de vida.
No es la melancolía porteña que nos precede y que nos viste. No es la alegría desenfrenada de Río de Janeiro y ese sudor que altera las sensaciones de lo doble. No es lo exquisito y susurrado de París. Madrid es solamente una Villa rescatada por algún rey loco y zángano como todos los reyes, que un día la convirtió en capital de algo.
Extraño Buenos Aires? Cuándo se viaja se dejan países detrás, cuando nos movemos nos preocupa solamente lo que viene por delante. Se viaja como se olvida.
Es que ya estuve aquí antes de estar jamás.
El Comercial va despejando se esté domingo a la noche. Llueve y todo se vuelve arisco. Se limpian limpian las calles y la noche prosigue con su camino.
Hoy todos dormirán temprano.
Mientras tanto me quedo pensando en esa canción de Almendra cuando le cantaba a estos hombres tristes, allá o cuando el mundo era grande, lejano y ajeno.
Un saludo a tutti.