En Zona

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ese apacible malestar




Hoy se cumplen trece años, apenas trece años de la sublevación popular que arrojó de sus puestos a muchos, no demasiados, rufianes políticos. Ese día, 20 de diciembre, el pueblo, no la gente ni las personas, sino simplemente el pueblo derribó un gobierno que de alguna manera, había traicionado y arrebatado a millones la posibilidad de sobrevivir.
Se sabe, que cuando un pueblo se subleva no hay forma ni método eficaz para enfrentarlo. Ese día ni las balas ni los asesinatos a mansalva pudieron.
Trece años después, no obstante, los ideólogos, los matarifes y toda la canalla "democrática" que apoyó esa represión siguen gozando de su libertad. Libres, opinando y en algunos casos brindando clases magistrales en universidades católicas y privadas.
Digo.
Pero ese día pasó otra cosa. Dentro del contexto general del neoliberalismo imperante por estas llanuras y todavía por el mundo, se debatía si la solución fuese, primero de forma disimulada y después a los gritos, que se fuesen todos. Que los políticos dejasen la política y que de ahí en más, la solución pasaba por otro carril.
La clase media desorientada porque la cosa no pasaba ya por la mera satisfacción de las demandas, sino por el deseo se encontró de golpe que ya no basta con ser un explotado más, ser un esclavo de saco y corbata para garantizar sus ansias emancipatorias. Eso, ese momento había pasado mucho tiempo atrás. En aquel 2001 todavía no se reconocía el rostro de un mundo globalizado dominado  por el poder financiero.
No se lo conocía, como hoy lo conocemos. A pesar de ese cinismo o pesimismo que nos tiene rodeados  mientras el mundo se descose por momentos, a pasos agigantados, comprendimos que el discurso capitalista siempre y tajantemente condenó al ser hablante a ser esencialmente un individuo. Así vivimos un tiempo, hoy, en donde dicen que las transformaciones políticas no tendrán ningún sitio operativo.
En definitiva estamos en ese malestar pegajoso y con amplia difusión por los medios de comunicación que no informan y engañan sabiendo que lo hacen.
Vuelvo.
Ese 20 de diciembre, dimos pelea. Tuvimos bajas, más de treinta muertos. Acorralamos a la política entregadora y a sus perros en veinte manzanas a la redonda. Fue el combate más duro, rabioso y feroz que Buenos Aires haya vivido en sus años de historia. Desarmados, con piedras y palos contra fusiles y balas. Nadie se salvó. La policía como siempre, hizo su trabajo, en ese estadio, madres de plaza de mayo, mujeres con niños, adolescentes, trabajadores desocupados, militantes políticos, obreros del cordón industrial. Todos bailamos un baile de furias.
La cosa había comenzado a principios de noviembre, cuando los bancos le robaron sus ahorros a aquellos que todavía tenían algo. Cuando a los jubilados les quitaron el 13% de su jubilación para pagar la deuda externa. Cuando nos anunciaron por televisión que nos iban a rebajar los sueldos, mientras el índice de desocupación escalaba desnudo por las pantallas del televisor noche a noche.
El 19 de diciembre, amaneció caliente. A la tarde, el gobierno anunció el estado de sitio para evitar los saqueos que se venían produciendo en casi todo el país. Hambrientos, los desheredados salían a buscar alimentos a como diera lugar.
Ese día de diciembre, nos amenazan con el estado de excepción por cadena nacional. Antes de finalizar, salimos a la calle.
La dignidad no se negocia dicen. Salimos, solos, individualmente, caminamos por la ciudad y llegamos al Congreso.
No estaban esperando.
La represión fue dura y sin organización llegamos a la casa de gobierno. Y la cosa se puso peor.
Esa noche, recuerdo, volví de madrugada a mi casa. Sabía que había que volver a la plaza a pelear.
Pienso.
La pérdida de memoria es el despojamiento del sentido del pasado y de parte del presente también, que suele acompañarse de otras pérdidas.
Por eso uno debería como menos, volver a rehistorizar el pasado. Ponerlo en ese contexto y tratar de discernir para instalar la discusión definitiva si vale el caso, de tratar de reconocer las bondades de las democracias neoliberales que vive el mundo. Esa sería una de las tantas hipótesis que debemos evaluar a trece años de aquellos días, sabiendo hoy que el neoliberalismo es el nuevo totalitarismo imperante y bien visto por los dueños de todo y sus descendientes sangrientos.
En esta retirada al conformismo le perdimos la huella y el olor a los entresijos de la constitución del orden planetario, que en su base hace norma de la exclusión, acorralando a millones de seres en ese escalón de indeseables o prescindibles, futuros desaparecidos.
Esto por aquellos años no era nuevo. Uno sabía que debía quedarse enganchado en lo que fuese para seguir teniendo trabajo. Seguir siendo fuerza productiva y mirar hacia otro lado y cruzar los dedos.
Así pasamos por el menemismo, hoy indultado y llegamos al inicio de siglo pauperizados, con muertos y derrotados.
Ese 20 de diciembre sin estructuras, salimos a la calle a conquistar el poder real. Nos enfrentamos a ellos, a los que nos gobernaban alegremente, salimos a demostrarles que las bayonetas sirven para cualquier cosa menos para sentarse sobre ellas.
Hacía un calor abrumador. Entre los gases lacrimógenos me encontré con mi hijo mayor y su primo. Ya éramos tres y supe que podíamos seguir disputándole el terreno a los perros de siempre.
Al final de la tarde, a bordo de un helicóptero se fue el presidente y bailamos entre el fuego, miles de seres que habíamos hecho de la angustia un arma revolucionaria.
No fue la revolución ni creo que haya sido esa la propuesta. Fue el impulso libertario de definir de una vez y por todas, la capacidad popular de un pueblo que decidió enfrentar a los traidores.
Fue un día terrible, fueron días terribles, que marcaron a fuego y sangre a toda una generación que ese día decidió salir a la calle para enfrentar la historia y nacer.
El saldo fue duro. La pelea fue dura.
El después, ese día no interesaba demasiado, acaso existía una tenue percepción de lo que habría de llegar.
Los trece años posteriores descubrieron nuevos caminos, nuevos compromisos, ese momento de verdad ejercido en un momento igualitario se debieron más que nada a la experiencia, a la intervención de la experiencia de todo aquello que el capital  no puede reducir a mercancía.
Durante estos trece años, recuperamos cuestiones. Volvimos a sentir la alegría del estar juntos. Muchas cosas de las que perdimos nunca volvimos a recuperarlas. Pero fueron años de sentirnos un poco más cobijados. La manta de la historia por fin nos tapó algo durante las noches.
Así durante esas jornadas de lucha hicimos el intento de la construcción de otro ser con los otros y así hermanados, les  advertimos a los enemigos de ese nosotros, que no hay eternidad posible para los profesionales de la traición. Que más temprano que tarde, el pueblo ajusta cuentas. Desde esos días, los políticos y los poderosos tienen miedo.
Por eso hablan de tiranías, de inseguridades, de más policía, de más represión, de más cosas que los protejan.
Desde ese 20 de diciembre ningún político duerme tranquilo, porque la democracia es otra cosa y no la que, como el amo, nos quieren hacer colmar el agujero, porque el amo sabe que también tiene sangre y que también en algún momento se irá de este barrio.
Entonces compañeros, después de esa victoria, de la cual no hay culpables, porque se perdonan entre ellos, mientras miran de reojo. Porque se confiesan a media voz entre ellos mientras sienten el temor de que les quiten el negocio. Porque hablan con la boca torcida, ejerciendo la trampa como único ardid eficaz para seguir tejiendo a espaldas nuestras. Saben que están vencidos.
Por eso, porque siempre estamos rodeados y son para peor, les avisamos a esta canalla que se dice demócrata que con nosotros no se juega y si se olvidan, recuerden esos días del 2001.
Mientras tanto compañeros cuando quieran volver, los vamos a estar esperando como siempre.
Un abrazo y que no sea nada