En Zona

miércoles, 2 de julio de 2014

Ladrón de bicicletas

Mientras el mundial de fútbol discurre, ese juego organizado por una entidad mafiosa que concita el interés de millones de abonados, miro, presenció los partidos por la tele. Me dejo llevar por ese rinconcito salvaje que vive conmigo, puteo, carajeo a los rivales y de pronto, grito los goles, como cualquier mortal sujeto a esas pasiones inexplicables.
Es como el amor me digo. Esa lenta y profunda sed que subyace junto a nosotros. Domesticados y ansiosos de placer como estamos, el amor, el sexo sigue siendo la gran cuestión.
De eso se trata el psicoanálisis ni más ni menos. Planteamos el placer que vivimos y también planteamos una mayor producción de placer. Ese pequeño motor que nos lleva a desear y nunca estar satisfechos de nuestros deseos.
El fútbol a lo mejor, entraña algunas de estas cuestiones. eligen a un jugador y lo convierten en un sex-symbol de entrecasa. Suspiran, suspiramos todos. Ese objeto del deseo en pantaloncitos, que trota y trota por el verde, nos conmueve.
Pero dejo pasar esta instancia.
Después de años y años de ni siquiera recordar, un buen día, me encuentro con una bicicleta de nuevo entre mis cosas. ¿Una bicicleta? Si, un hecho paradojal que me remueve despacito la sangre en estos días. Una bicicleta que me pertenece, que me lleva pedaleando al fin del mundo o hasta la próxima esquina nomás. Y uno no se olvida. Son esas cosas que suenan en uno desde siempre. Dicen los que saben, que hay dos cosas que nunca se olvidan. ¿Será? Claro que es. Es como el amor. Pasan los años, cambian los cuerpos, se pierden pelos, dientes y hasta miradas, pero de ese equilibrio sobre dos ruedas, uno no se olvida, como de los pasos a seguir en la comarca del amor-
Volví a tener una bicicleta después de muchos años, muchos gobiernos, muchas alegrías y también muchas tristezas.
¿Me la prestás para dar una vueltita a la manzana?
Así, en una ciudad de provincia polvorienta, de siestas largas y silenciosas, me hice amigo de esa aventura. No era dueño de ninguna bicicleta, no tenía. Dependía de la bondad o del aburrimiento de alguno de mis amigos. Tener una con manubrio chopper o con el manubrio invertido, para las de carrera, era lo más. Ponerle un globo entre los rayos de la rueda trasera, para sentirnos acompañados por el sonido mientras nos íbamos de travesía.
Y allí iba, rebasando las esquinas, doblando o derrapando. Silbando o solamente sonriendo con la boca llena de sol.
Regresaba y la dejaba apoyada contra el cordón de la vereda. Apoyada sobre uno de los pedales en la frontera de piedra de la acera. Mis amigos seguían ahí, deteniendo la vida de puro aburridos o de puro inmortales que éramos en aquellos tiempos.
Al rato, volvía a pedirla y otra vez, la aventura de ser inquilino de una hazaña. De sentir que me deslizaba.
En realidad aprendí a andar en bicicleta gracias a una prima que vivía en una provincia vecina. También una tarde de avispas, hormigas y piedras, me dijo "¿Te animás a bajar la cuesta en mi bicicleta? Dudé. No sabía andar ni montarme en ella. Desconocía la mecánica oscura de esos aparatos. "Dale" le dije. Sacamos la bicicleta a la calle. Esta bajaba casi un kilómetro, cuesta abajo.
Me enseñó a poner los pies en los pedales. "Por los frenos no te preocupes…no tiene" fue lo último que le oí antes de empujarme.
Y allí fui en vuelo rasante. Aferrado al manubrio, esquivando perros mordedores. Solito con mi alma. A pura velocidad cortando tanto silencio.
Cinco o seis veces terminé estrellado contra la calle del fondo. Cinco o seis veces volví andando cuesta arriba, raspado, sucio y cinco o seis veces volvía a deslizarme ante el silencio mortal de mi prima.
A la larga, sabía que terminaría por aprender. Y aprendí.
"¿Me la prestás otra vueltita? Le decía tiempo después a mi amigos de la esquina. Ellos accedían y yo disfrutaba.
Después, me mudé de ciudad. La vida cambió y el recuerdo, se fue guardando de a poco, entre telarañas y polvos vencidos.
Pasaron los años.
Este país no es amable. El progreso, los cambios, el ocultamiento de la pobreza, desterraron las bicis de las calles de la ciudad. Estaba mal visto, era poco serio. La tontería nacional de la confusión permanente. Así, me alejé de ese momento mágico de mi incipiente adolescencia. Nueva ciudad, nuevas costumbres y nuevos tiempos.
Pero los tiempos cambian. Del ninguneo clase media pasamos a la edificación de esta nueva gloria. En Europa se utilizan,  y de nuevo, los argentinos somos ciclistas en sendas especiales porque aprendemos de aquellos que utilizan las bicicletas y volvemos. Con cascos, coderas y rodilleras.
¿Me la prestás un cachito?
Y ahí iba mirando el paisaje, esquivando pozos o adoquines rebeldes.
En fin.
Sigue el mundial. Siguen los fervores. Me dicen mis amigos, que no sea anti argentino ante mis críticas futboleras. Me acusan de anti patria y sonrío. Me gusta el fútbol, siempre me gustó. Durante muchos años asistí a partidos, jugué y me encantaba siempre encontrar habilidosos en mi camino. Es un juego raro, que resulta embriagador.
Más allá de cualquier cuestión, por momentos este juego se vuelve increíble.
Es mentira que uno sea totalmente imparcial. Esta dinámica de lo impensado que es el fútbol hace de uno una especie de animal, que quiere a toda costa, que su equipo arrase al otro, le gane y soporte después nuestra alegría casi eterna para con su frustración.
Ayer.
A pesar del partido, Fue un día gris. Frío y lento. Igual, muy parecido al de hace cuarenta años atrás cuando se moría Perón. El viejo. Esa zozobra que nos apretó la garganta a muchos. Que nos paralizó, a pesar de saber el final que se acercaba de antemano, a las puteadas y a los enojos y furias y desaliento mortal que significó romper con él, unas semanas antes en la plaza de siempre.
Aquel primero de julio de 1974, me veo, me recuerdo recorriendo avenidas desiertas, a bordo de un colectivo también vacío. Hacía frío. Iba mirando por las ventanillas, mucha policía, demasiados puestos de control en las salidas de la capital. Mucho silencio. Mucho miedo bailando en las esquinas de una ciudad metida para adentro.
El miedo era salado. Yo como muchos, comenzamos a verle la enagua a la noche que se nos venía. Sabía de que se trataba o por lo menos lo intuía. Tenía veinte años y la boca seca. Demasiado seca como para olvidar tanta sed de luto.
Pasaron muchos años en estos cuarenta años.
 Cambio.
Releo en este hallazgo de cosas que se me cruzan por el camino a Julio Cortázar.
"Rayuela"viene de nuevo a jugar conmigo. A pesar de ser decretada su extinción, este es un libro memorable. Perdió a lo mejor un poco de irreverencia, pero sigue fresco y lo más campante. Vuelven a confundirse conmigo esas rutas que siguen en sus páginas guiando a los pocos cronopios que hoy siguen intentando algún tipo de truco. Este libro es otro mundo. Es un mundo descabellado y cierto, presentido en cada uno de sus capítulos. En la forma de jugar que cada uno de nosotros emprende en estas ganas de llegar al cielo.
Incluso, creo, que muchos aprendimos con él a hablar, a pensar, a presentir esa vida arrebatada que siempre nos habrá de esperar en cualquier barrio, en cualquier ciudad.
La Maga o Talita en alguna esquina. El cielo cerrado, las calles que llevan su nombre como flores en los ojales. La literatura tomando en serio la idea de juego. La literatura que vuelve a ser lo que realmente es: una mentira bien contada.
A pesar de ser invierno, este pueblo se detiene conmigo en cada página que leo, existe esa obligación de mantener lo irreal como real y obligarnos a nosotros, los lectores, a despeinar tanta seriedad. A reírnos a solas. Las grandes obras se construyen con alegría, porque no buscan nada más que hacernos vivir la fantasía. Aquellos que no creen en este mérito propio de la literatura, son los que anuncian lo contrario.
Entonces, es entonces cuando dictaminan la muerte o el poco merecimiento que merecen hoy aquellos escritores que edificaron una obra que perdura.
¿Se puede leer hoy este libro?
Creo que si. El tiempo ha pasado y se nota. Pero también "Rayuela" mantiene sana esa ilusión de lo fantástico, de un viaje detenido en el tiempo. Mantiene una historia, una historia de amor como pocas se han escrito en castellano durante el siglo pasado. Pero además este libro, representa una manera certera de libertad, que se ha consolidado con el tiempo.
Entonces a pesar de ser algo vetusto, Rayuela tiene vida.
Me deleito leyendo o volviendo a buscar esas pistas que en su momento busqué con aquella vieja edición de Sudamericana, que porté por cuanto paisaje se me pusiese por delante y que leí con una tenaz voracidad cuando era más chico.
Invierno.
Acaba de aumentar el boleto de los colectivos, los muchachos de los laboratorios medicinales aumentaron por las dudas los remedios. El gobierno los multó y lo tipitos volvieron a bajar los precios. Un juez yanquee cree que nos gobierna desde su pisito en la quinta avenida y no sabe, del rumor de los cielos que claman justicia. Los tontos de la oposición braman porque no encuentran la forma de torcerle el brazo al gobierno. Otro torturador está en la cárcel. Los de siempre andan diciendo que hay que hacerle caso a los fondos buitres. Los periodistas cuando no,  engañan y juegan para los poderosos. Las inundaciones de siempre están arrasando parte de nuestra geografía y miles de compatriotas, han perdido todo menos la dignidad.
Noticias del paisito, que sigue resistiendo.
Pongo música.
Rescato un disco viejo. Son Graham Nash y David Crosby, en su primer disco luego del bello experimento que fue Crosby, Stills, Nash and Young. Primer paso en los lejanos '70. Ahí, en sus surcos están plasmadas las voces y las intenciones de estos dos. Disco perfecto y que resiste a su manera el paso del tiempo. Ahí están algunos de los detalles que hicieron grandes a estos tipos en la historia de la música popular del mundo. Mezclas y definiciones. Disco imprescindible.
Era un disco, cuando había discos, de tapas difíciles para abrir y cerrar, toda negra y con la fotito de ellos dos, tal vez saludándome esa tarde que me lo compré en 1972 cuando salía del trabajo y me iba a estudiar. Bajo el brazo hasta el arribo hacia el puerto en donde descansaba mi wincofon mono, con una púa más parecida a un clavo que a cualquier otra cosa. Ahí estoy sentado, como ahora, percibiendo sus voces, descubriendo sus sonidos. Ahí estoy como ahora, dejándome impregnar por esa música que siempre estuvo a mí lado.
Dicen, aquellos que saben, que la música que siempre escuchamos es aquella que escuchamos cuando recién comenzábamos a vivir.
Puede ser. Entre tanta música que convivo, están estos héroes esperando al lado de otros más actuales que confluyen hacía mí derribando prejuicios y falsedades.
Me gustan. Me siguen gustando a pesar de todo.
Y sigo con la música.
Porque una habita y es habitado por sensaciones que se arrastran ocultas entre tanta palabra y tanta maraña que los desconocidos de siempre, nos disparan a cada rato para confundirnos el deseo o por lo menos, para construir ese deseo que ellos quieren para nosotros.
Pobres objetos del deseo o alegres sujetos del deseo que a veces solemos ser.
Porque de eso se trata tanta cháchara.
De reconocernos como engranajes deseantes y no satisfechos. A pesar de nuestras negaciones, en el fondo solo deseamos.
Como la muerte la tenemos ganada, nos queda esa secreta sensación de deseo no consumado, a pesar de todas las pruebas, a pesar de ese placer que se nos niega o ese otro, que desechamos por otro, por el próximo, que será tan corto y extinguible como el anterior, pero será.
Porque siempre pensamos que la duración de todo es hacia adelante, que uno acaba y sigue hacia adelante, no hacia el costado o hacia abajo o acaso hacia arriba. La vida parece ser que es un hacia adelante, que está ahí, que existe frente a nosotros, porque el dolor solo crea pasado y esas cosas, se amontonan. Porque el futuro no existe, es solo un deseo en el que creemos. Pura imaginación.
Se dispara el placer, el deseo nos obliga siempre a recitar la queja que se abraza a todo deseo. y así vamos.
Cambio de música.
Siempre me puse difícil. Mi timidez ancestral asmática me llevó hacia ese lugar. Era la forma más clara de protegerme y de buscar un sitio cálido y sin excesivas preguntas. "Touch and Flee" de The Nigel Cowley Trio es una buena opción. Miércoles al mediodía. Suena este trío y me siento feliz. Un buen pianista a veces te arregla el día, me digo, mientras los pájaros hacen árboles en mi fondito de la periferia proletaria que habito. Suena Cowley y se detienen las moscas en su incesante chocar contra vidrios. El frío se queda quieto y la música me hace pensar.
Un disco excepcional. Una sensación de flotación conlleva la poética de este músico en su último trabajo. No es muy difícil seguirlo y el asombro me gana por momentos. Ahí está lo que está pasando en el mundo de la música. Ahí se notan las señas y los datos, que todo esto que se mueve ignorando las leyes de mercado y sus discusiones. Ahí se estacionan todas las apuestas. Este secreto que muchos llevan a cabo, sigue produciendo lo mejor de la música de estos tiempos. Nada queda igual, todo se superpone en un discurso que no conoce fronteras y que ni siquiera las respeta, ya que las fronteras no se han hecho para los vientos, las lluvias, sino solamente para nosotros, pequeños hombrecitos perdidos.
Gran disco, con una gran traducción del romanticismo musical, que se erige en pared contra tanta post modernidad fascista.
Gran disco, gran momento de este pianista que suena sincero.
La música rarita, me permitió soslayar ritos, esquivar sitios o situaciones mudas. Hacerme el difícil, me permitió de alguna manera, sentirme seguro.
De ahí que yo nunca llevaba discos a los bailes, porque mis discos, no eran para bailar, según decían mis amigos de entonces.
Invalorable trabajo de este trío entonces que sirve para matizar la espera, para aguardar que cambien los vientos y dibujarnos placeres en estos cuerpos deseantes y a veces sedientos.
Mientras tanto y como quien no quiere la cosa, me voy con mi bicicleta a merodear por el pueblo que duerme la siesta y late. Mi bicicleta y yo, seremos por esas cuestiones, parte del paisaje o mejor dicho: paisaje andariego y poco más.
El sábado Argentina se juega los cuartos ante Bélgica. Otra vez a sufrir, a maldecir en voz alta. A asombrarnos y volver a descubrir a ese pequeño bárbaro que nos habita con bastante disimulo, pero que aflora en el momento del gol o de la patada artera o de la injusticia de los que reparten justicia. En fin.
Mientras tanto compañeros: esto como siempre, está todo pago...